80 años de investigación y formación teológica


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Esta semana, en Bogotá, la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana celebró los 80 años de su restauración, acontecimiento que se hace invitación a decir una palabra acerca de su pasado y de su futuro. Sobre todo, palabras de agradecimientoy de admiración.

También de su remoto pasado, porque su historia comenzó en el siglo XVII, cuando recién llegados al continente americano, los padres jesuitas abrieron estudios de filosofía y teología en Santafé de Bogotá, la capital del virreinato de la Nueva Granada, que obtuvieron valor universitario en 1622 cuando comenzó a funcionar la Universidad Javeriana. Pero como debió cerrar sus puertas con la expulsión de los jesuitas en 1767, se habla de la restauración de la Facultad de Teología en 1937. Porque su existencia data de varios siglos.

Para hablar de los 80 años de su pasado inmediato, aunque no es mi intención presentar mi itinerario teológico, tengo que hacerlo a través de mi propia experiencia de casi 30 años de vinculación y casi 50 de pertenencia afectiva a las aulas donde me formé como teóloga. A donde llegué, como Zaqueo, movida por la curiosidad.

Por aquel entonces, en 1971, no se acostumbraba que las mujeres recibieran formación teológica y debo confesar que no estaba dentro de mis planes hacer de la teología una profesión y una opción de vida ya que esta posibilidad parecía exclusiva de los “hombres de Iglesia”. Pero la curiosidad inicial se convirtió en vocación teológica y compromiso eclesial, que aprendí a interpretar como un ministerio. Como también aprendí que, a través de las diversas circunstancias, Dios me estaba mostrando un camino como teóloga y completé mi formación teológica hasta recibir el título de Doctora en Teología: la primera mujer en recibirlo en esta Facultad.

La formación recibida me mostró que aunque por definición la teología es la ciencia que trata de Dios, en realidad se ocupa de cómo hombres y mujeres han vivido y están viviendo la experiencia de Dios en diversos contextos culturales, cómo esta experiencia transforma sus vidas, cómo la celebran, cómo la han comunicado. Y me hizo caer en cuenta que la teología no es, como tal vez pudo ser en alguna época, simple repetición de doctrinas indiscutibles, incontrovertibles, inmodificables e inamovibles, o un ejercicio de argumentación, desde una preocupación apologética, con la pretensión de probar, defender e imponer verdades de fe.

Me mostró que sus argumentos responden a circunstancias concretas y se enmarcan en los modelos de pensamiento correspondientes a un contexto cultural, por lo cual la reflexión teológica es diversa, situada, histórica, y surge como respuesta a las preguntas que los hombres y las mujeres se plantean y a los problemas que ellos y ellas viven. Acababa de pasar el Concilio Vaticano II y la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana estaba asumiendo los cambios de paradigma provenientes de una teología progresista europea.

Y apenas tres años antes se había reunido en Medellín la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano que trazó el camino para la teología latinoamericana, situada y comprometida con la transformación de la realidad desde la opción por los pobres. Por eso se perfilaba en los profesores el paso de una teología dogmática a una teología hermenéutica y, al mismo tiempo, una teología abierta a la realidad y comprometida en su transformación para hacer presente en ella el amor y la salvación de Dios. Fue en esa teología en la que me formé y en la que me he desempeñado en un ya largo caminar teológico.

Y al repasar los años de mi formación como teóloga, desfilan en el recuerdo quienes me acogieron y fueron mis maestros: el padre Pedro Ortiz, S.J., Decano cuando llegué un tanto asustada a preguntar si me podrían admitir en los cursos formales de la Facultad en lugar de tener que matricularme en los cursos que se habían abierto para religiosas y laicos; Virgilio Zea, S.J., Alberto Múnera, S.J., Rodolfo De Roux, S.J., y Mario Gutiérrez,S.J., que me apoyaron desde la Decanatura; el padre Bravo, el padre Parra, el padre Pongutá, el padre Eduardo Cárdenas, Eduardo Díaz, que me enseñaron a pensar teológicamente, pero también críticamente y me formaron, en el rigor académico y en diálogo con la realidad, para poder expresarme en libertady honestidad.

Además creyeron que una mujer podía enseñar teología y fui llamada a hacer parte del equipo de profesores y de los comités que gestionan la vida universitaria en igualdad de condiciones con los demás profesores jesuitas.

En cuanto a su presente y su futuro, debo decir que los actos conmemorativos me mostraron que laicas y laicos comparten las cátedras de teología con los jesuitas y con sacerdotes diocesanos. Que las mujeres teólogas son voz. Que la teología sigue estando comprometida con los pobres y los desposeídos. Que continúa respondiendo a los desafíos del contexto histórico. Que es teología eclesial y no eclesiástica. Que día a día se amplían las fronteras de la disciplina teológica en el contexto de la interdisciplinariedad. Que está haciendo eco a las interpelaciones de Francisco como una teología desde y para lo pobres, una teología en salida, una teología misericordiosa.

Finalmente, repito mis palabras de agradecimiento a la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana, en la persona de quienes fueron mis profesores y posteriormente mis colegas, por la formación que de ellos recibí y la acogida que me dieron y me siguen dando. También mis palabras de admiración hacia ellos y hacia el cuerpo profesoral que a lo largo de estos 80 años –y respondiendo a los cambiantes horizontes de comprensión– la ha conducido acertadamente en el servicio a la Iglesia y a la sociedad colombiana.