Hábitos, tocas y cerquillos desencarnados

ÁNGEL GARCÍA RODRÍGUEZ, O.SS.T. LIMA (PERÚ) | Tras ver hace un mes la portada de Vida Nueva titulada “El nuevo rostro de la Vida Religiosa”, y contemplar la clásica foto de la monjita buena con riguroso hábito, toca y con las manos juntas rezando, pensé para mis adentros: “¡Otra vez vamos de retroceso en la Iglesia, de nostalgias de hábitos ásperos, tocas apretadas que tapan las orejas para oír, grandes cerquillos como tazones y signos de una sociedad de cristiandad que ya no existe!”.

Por ello confieso que no estoy de acuerdo con dicha portada. En lugar de “El nuevo rostro de la Vida Religiosa”, hubiera quedado más acertado este titular: “Los caducos y desencarnados rostros de la Vida Religiosa”.

También discrepo con las opiniones que justifican este nuevo fundamentalismo, pero estoy plenamente de acuerdo con la crítica de Fidel González: “Creen que la vida se resuelve con un espiritualismo separado del misterio de la Encarnación (…). A veces, estas congregaciones caen en un espiritualismo que las aleja de la vida, lo que las puede llevar a consumirse con el paso del tiempo”. [Los nuevos rostros de la Vida Religiosa]

No veo por las calles de Lima esos hábitos ásperos ni tocas ni cerquillos desencarnados, sino cientos de religiosos y religiosas sencillos que pasan desapercibidos, que son como la semilla de la mostaza, y cuya fuerza liberadora está en el Evangelio de la Encarnación de Jesús.

Afortunadamente, el hábito de la mayoría de los religiosos y religiosas hoy por estos caminos de América Latina sigue siendo el hábito de la Encarnación de Cristo entre los pobres, marginados y excluidos. Y, por favor, no nos engañemos con esas modas anticuadas, caducas y pasajeras.

Recordemos que la Vida Religiosa nació con el hábito de la humildad, el servicio y el profetismo de sus fundadores y fundadoras. Ellos asumieron el primer hábito que Jesús tuvo: el hábito de la pobreza y de hacer la voluntad de su Padre, que quiere que todos los hombres vivan con dignidad y justicia.

En el nº 2.792 de Vida Nueva.

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