El hambre vuelve a crecer en el mundo 

  • Un informe de la ONU lamenta que esta lacra afectó a 821 millones de personas en 2017
  • “El hambre no es una fatalidad ni un destino irreparable. Es resultado de otros factores provocados por el ser humano”, destaca el documento

Si en 2016 había 804 millones de personas que pasaban hambre en el mundo, en 2017 ya fueron 821 millones. Así lo ha reconocido la ONU en un informe presentado esta semana, siendo lo más preocupante que, tras unos años en los que parecía que esta lacra estaba en ligero retroceso (lo que precisamente se torció en 2016, cuando ya hubo un ligero repunte), ahora se vuelve a los niveles de 2010.

Una de las principales causas de este ascenso es el empeoramiento de la situación en América Latina, alcanzando el hambre a 39 millones de sus habitantes (un 6,1% de su población). Un factor clave es el deterioro de Venezuela, cuya creciente convulsión política se traduce en una mayor violencia en las calles y en un brote de hambruna que propicia todo un éxodo por los países vecinos.

Asia sigue siendo el continente más azotado por el hambre, sufriendo las consecuencias de la subalimentación 515 millones de personas (el 11,4% de sus habitantes). A nivel porcentual, este triste ranking lo encabeza África, donde hay 256 millones de hambrientos, un 20% de su población.

Otro triste eco de la malnutrición lo sufren los más pequeños, resaltando el dato de que hasta 151 millones de menores de cinco años (el 22%) sufren problemas de crecimiento relacionados con la escasa alimentación. 

Manos Unidas, a través de Fidele Podga, su coordinador de Estudios, destaca que la ONU acierta al señalar (en sintonía con lo que denuncia Francisco en ‘Laudato si’’) los cambios detectados en el clima por las malas acciones del hombre como el origen de muchas crisis.

Origen humano

Y es que, sostiene Podga, “el hambre no es una fatalidad ni un destino irreparable. Es resultado de otros factores provocados por el ser humano, como la histórica falta de inversión en el sector agrícola, el impacto de la agroindustria y del sector minero, la injusta comercialización de la producción agrícola de los países de Sur y el desigual acceso, sobre todo para las mujeres, a los elementos indispensables para la producción agrícola como son la tierra, el agua y las semillas”.

“El hambre –concluye– es consecuencia de unas estructuras, unas relaciones y unos comportamientos que generan desigualdad y exclusión”. Por tanto, revertirlos está en manos del propio ser humano.

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