Marianne Durano: “La sociedad consumista quiere controlar nuestro reloj biológico”

Kubacki filósofa Donne

Marianne Durano es uno de los rostros de la ecología integral en Francia. A los 26 años, esta filósofa, madre de dos hijos y profesora de un instituto, acaba de publicar el ensayo ‘Mon corps ne vous appartient pas’ (‘Mi cuerpo no te pertenece’) donde invita a las mujeres a recuperar su cuerpo frente a los progresos técnicos y médicos, a veces, demasiado invasivos.

PREGUNTA.- ¿Es más difícil para las mujeres jóvenes de hoy construir un proyecto de vida que lo que lo fue para sus madres?

RESPUESTA.- Para mí, el problema radica en el concepto mismo de ‘proyecto de vida’, en cuanto que sobreentiende que la vida es algo que hay que proyectar en base a un plan a implementar, de la misma manera que un plan de producción en una empresa que responde a una especificación. Si concebimos el matrimonio como un proyecto, quiere decir que imaginamos un modelo de existencia, de relación, de concatenación de eventos que, si no se llevan a cabo según lo planeado, se experimentarán como un fracaso. Esto me parece una contradicción con la noción de compromiso.

Cuando uno se compromete, lo hace hacia y contra todo, cualesquiera que sean los aspectos inesperados de la vida, mientras que el proyecto responde principalmente a la voluntad de controlar todo. El matrimonio es lo opuesto a un proyecto de vida: uno se compromete a amar a su esposo o esposa, sin importar los imprevistos de la vida, en la buena y en la mala suerte, hasta que la muerte nos separe. Si se concibe la vida como un proyecto, si esperamos que se cumplan todas las condiciones, nunca nos comprometemos. Porque la vida siempre cambia todos nuestros proyectos.

P.- Se habla mucho de ‘proyecto de hijo’ en la generación joven…

R.- Es cierto, y este es el problema. Cuando se trae al mundo a un niño, uno no sabe en qué se convertirá, se corre el riesgo de sufrir, que nos decepcione o decepcionarlo… Concebir la crianza como un proyecto es, por lo tanto, condenarse a sí mismo al sufrimiento y cargar al hijo con las exigencias y expectativas que van más allá de lo que se puede esperar de un ser humano, que no debe coincidir con el deseo de los padres.

P.- ¿De dónde viene esta fijación contemporánea sobre el concepto de proyecto?

R.- De una copia forjada sobre la noción de ‘proyecto de carrera’ derivado del mundo empresarial. La vida personal se ha convertido en un aspecto que intenta adaptarse de la mejor forma posible al plan de carrera. Las mujeres son las grandes perdedoras de esta representación, porque el ritmo de las carreras en nuestra sociedad es opuesto al del cuerpo femenino. El pico de fertilidad es a los 23 años.

Esto significa que cuanto más esperan las mujeres para tener un hijo, más difícil se vuelve. Ahora, considerando el ritmo de una carrera típica, la regla de hoy es realizar estudios largos, con un pico de productividad profesional entre 25 y 35 años y una cierta estabilidad a los 40. Lanzarse a una carrera a los 40 es más difícil: en el mejor de los casos, se continua en la línea de lo que se comenzó a trazar; en el peor, nos encontramos en un punto muerto. Para que las mujeres tengan verdadera libertad de elección y superen el dilema impuesto por esta organización anti-biológica del trabajo, debe haber más carreras femeninas que puedan comenzar a los 40 años. Hay dos posibilidades: o el mercado laboral se adapta a las mujeres o las mujeres se adaptan al mercado laboral.

El reloj biológico

P.- ¿Y de qué lado está hoy la balanza?

R.- La tendencia es más bien que las mujeres se adapten al mercado laboral. En general, las mujeres toman un anticonceptivo para posponer el nacimiento de su primer hijo a los 35 años, incluso a costa de tomar, eventualmente, hormonas sintéticas para poder procrear después de los 40 años. Algunas grandes compañías ofrecen incluso la congelación de óvulos.

P.- ¿Una de las dificultades actuales para el compromiso estaría ligada a la extensión del campo del mercado a la esfera privada?

R.- Sí. Tomemos el ejemplo del matrimonio. Hay dos formas de concebir el matrimonio: como un contrato o como una institución. La institución consiste en decir que me comprometo a respetar el compromiso asumido sea cual sea el desarrollo de los eventos. Los términos del contrato son definidos por las partes por adelantado, con ciertas condiciones. Cuando se considera el matrimonio como un contrato, significa que puede terminar si el cónyuge no ha sido fiel a la imagen que tenía de él a los 20 años o si se separa por los imprevistos de la vida.

En la sociedad contemporánea, el matrimonio tiende más al lado del contrato que al de la institución. Entre otras cosas, nuestra mitología del matrimonio y la pareja está marcada por los cuentos que generalmente terminan con la fórmula “fueron felices y comieron perdices”. Fin de la historia, ¡como si desde ese momento en adelante solo se esperara la muerte! El matrimonio se ve como un punto final, la conclusión de la historia que lo precede, mientras que es todo lo contrario. Necesitamos construir una nueva mitología.

P.- ¿Las jóvenes experimentan esta dificultad para conciliar el plan de carrera y la maternidad como un desgarro?

R.- No necesariamente. Tengo 26 años y muchas de mis amigas todavía posponen la idea de tener un hijo a un futuro muy lejano. Acaban de salir de los estudios y la adolescencia, viven en un estado de ‘juvenilismo’ permanente. La sociedad consumista tiene todo el interés en fomentar este tipo de actitud, porque las jóvenes solteras producen y consumen más que las madres de familia dentro del hogar. Por lo tanto, viven durante años en la ilusión de poder controlar su reloj biológico. Esta ilusión también permite a los hombres posponer el momento del compromiso, en cuanto que para ellos no solo no surge la cuestión de la fertilidad con la misma urgencia que tiene para las mujeres, sino que los progresos técnicos también les proporciona una excelente coartada para posponer la construcción de una pareja estable. ¡Ni siquiera la precariedad económica ayuda!

Antes de tener un contrato indefinido, los jóvenes acumulan prácticas poco o nada remuneradas, o contratos precarios. Deben ser flexibles para poder moverse con facilidad –la búsqueda del trabajo lo impone–, lo que conduce a un cierto nomadismo. A esto se añade que las sedes de trabajo están ubicadas alrededor de las grandes ciudades, donde los precios inmobiliarios son muy altos, lo que obliga a los jóvenes a alquilar pisos pequeños donde es difícil imaginar criar a los hijos. Además, la obligación de la flexibilidad geográfica va de la mano de una cierta flexibilidad sexual que la lógica del mercado tiene todo el interés de fomentar.

Casarse a los 22 años como lo hice yo se considera una anomalía, la muerte del deseo. Cuando tomé esta decisión, algunos amigos me preguntaron: “¿Pero por qué quieres enterrarte tan joven? Disfruta la vida, viaja, experimenta, tendrás tiempo para pensar en ello”. Solo que después es demasiado tarde. Es brutal decirle a una mujer “cuidado, después será demasiado tarde”, pero es la verdad del cuerpo femenino que la sociedad de hoy esconde detrás de la ilusión de la que hablé antes.

Una idea pospuesta

P.- Sin embargo, las encuestas sociales muestran que la familia continúa siendo una de las estructuras básicas para los jóvenes.

R.- Sí, sigue siendo un horizonte atractivo. El parpadeo afectivo no constituye el ideal de las mujeres contemporáneas, que quieren casarse y tener hijos, sino que los posponen para más tarde. El aumento de la esperanza de vida afecta a esta visión de las cosas, pero esto significa que se olvidan de que, incluso aunque se viva más tiempo, el límite de edad de la fertilidad sigue siendo el mismo.

P.- Hoy, aunque las estadísticas varían según los países, cada vez más parejas se separan después del nacimiento del primero o segundo hijo: ¿qué explicaciones se pueden dar a esta precariedad del compromiso que se ha tomado?

R.- Esta fragilidad está vinculada a la separación que se ha establecido entre el deseo sexual y el deseo de un hijo, y por lo tanto entre amante y madre. Esto lleva a poner de un lado el sexo, el placer, la seducción y el amor; y en otro lado la maternidad, la reproducción y la responsabilidad. El parto no se considera una extensión del acto sexual, sin embargo, se trata de los mismos órganos y la misma mujer. Esta dualidad de la mujer, que es una grandeza, se ha convertido en una esquizofrenia. El segundo factor en la fragilidad del vínculo es la concepción romántica del amor impuesta desde el siglo XIX. El amor como pasión, misterio y fuga. Si bien después de un parto, es necesario aceptar que ya no estás en el campo de la seducción. El tercer factor es que a las mujeres no se las prepara para ser madres.

Los ritos de iniciación de las sociedades antiguas giraban en torno a la fertilidad y la crianza, a la primera menstruación, a la primera relación sexual y al primer embarazo. No soy tradicionalista, no creo que “antes era mejor”, pero aun así, era bueno el hecho de que toda la sociedad rodeaba a la joven pareja para ayudarla a aceptar su papel como padres. Hoy en día los primeros ritos son la licenciatura, el carné de conducir y el primer empleo, rituales que preparan al individuo para ser un productor y no un reproductor. Para estos tres factores de fragilidad, se debe agregar la juventud. Hegel escribió: “El nacimiento de los hijos es la muerte de los padres”. Cuando se trae al mundo a un hijo, se cambia la generación, se pasa del lado de aquellos que procrean y están destinados a hacerse a un lado por la generación sucesiva. Una realidad tan difícil de aceptar en la era del mito de la eterna juventud.

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