“La única respuesta a los desafíos migratorios es la solidaridad”, dice el Papa

  • Francisco ha celebrado una Misa con migrantes en el quinto aniversario de su visita a Lampedusa
  • Ha denunciado la “hipocresía estéril de quien no quiere mancharse las manos como el buen samaritano”

Cinco años después del primer viaje de Jorge Mario Bergoglio como Papa, aquella histórica visita a Lampedusa en la que llamó al mundo a no permanecer impasible ante la tragedia en la que acaba muchas veces la inmigración, Francisco ha celebrado una Misa en el altar de la Catedral de San Pedro de la Basílica homónima. A la celebración, una Misa sobria presidida por una imagen de la Virgen con el Niño, han asistido alrededor de 200 inmigrantes y voluntarios o trabajadores que cuidan de ellos, ya sea en el mar o cuando ya han llegado al país de destino.

Oíd esto, los que pisoteáis a los menesterosos, y queréis exterminar a los pobres de la tierra (…)  He aquí, vendrán días en que enviaré hambre sobre la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír las palabras del Señor“. Con estas palabras del libro de Amós, de la primera lectura, ha comenzado el Papa su homilía. “Esta llamada del profeta resulta de abrasadora actualidad aún hoy –ha comenzado– ¡Cuántos necesitados son pisoteados! ¡Cuántos pobres exterminados! Todos víctimas de la cultura del descarte que tantas veces ha sido denunciada“. Y entre ellos, hoy ha destacado a los migrantes y refugiados que “continúan llamando a las puertas de las naciones que gozan de un mayor bienestar”.

Ha rememorado entonces su visita a Lampedusa, en la que se hizo eco de las palabras de Dios a Caín: “¿Dónde está tu hermano? La voz de su sangre clama a mí”. Y es que esta no es una pregunta dirigida solamente a él, y como ha dicho Francisco, tampoco a los demás. “Es una pregunta dirigida a mí, a cada uno de nosotros”. Pero la respuesta, que es muy generosa por parte de muchos, aún no es suficiente y “continuamos llorando a miles de muertos”.

Misericordia y no sacrificios

En el Evangelio que se ha leído, san Mateo relata cómo Jesús dice: “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”. Reflexionando acerca de esta frase, Bergoglio ha afirmado que se trata de una promesa “que necesita de nosotros para hacerse eficaz. Necesita nuestros ojos para ver la necesidad de nuestros hermanos, necesita nuestras manos para socorrerles, necesita nuestra voz para denunciar las injusticias silenciosas”. Un silencio, ha denunciado, que también se expresa con palabras, que está presente en expresiones como “siempre se ha hecho así”, el “silencio de ‘nosotros’ siempre contrapuesto a ‘vosotros'”. Pero sobre todo, el Señor “necesita nuestros corazones para manifestar su amor misericordioso hacia los últimos, los rechazados, los abandonados”.

El Evangelio también relata las palabras de Cristo a los fariseos –”Misericordia quiero y no sacrificios”–, una acusación directa –ha subrayado Bergoglio– a la “hipocresía estéril de quien no quiere mancharse las manos como el buen samaritano“. Una tentación muy real en nuestros días que se traduce en hacer oídos sordos a todos aquellos que tienen derecho a una vida digna como la nuestra “y en la construcción de muros, reales o imaginarios, en lugar de puentes”.

Por tanto, la única “respuesta sensata a los desafíos migratorios de hoy en día es la de la solidaridad y la misericordia“. Una respuesta, ha recordado el Papa, que no exige demasiados cálculos, sino una división igualitaria de la responsabilidad, y una valoración honesta de las soluciones alternativas.

Finalmente, el Papa se ha dirigido directamente a los asistentes llegados de España, socorristas y rescatados de los barcos. A los primeros ha expresado su “agradecimiento por encarnar hoy la parábola del Buen Samaritano, quien se detuvo a salvar la vida del pobre hombre golpeado por los bandidos, sin preguntarle cuál era su procedencia, sus razones de viaje o sus documentos… simplemente decidió hacerse cargo y salvar su vida”. A los rescatados, les ha reiterado su “solidaridad y aliento” y les ha pedido que “sigan siendo testigos de la esperanza en un mundo cada día más preocupado de su presente, con muy poca visión de futuro y reacio a compartir, y que con su respeto por la cultura y las leyes del país que los acoge, elaboren conjuntamente el camino de la integración”.

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