Así viven los chinos católicos en España

La comunidad católica china en España, Madrid

Minoría entre una minoría. Si los cristianos en la China comunista son una minoría (y, dentro de ellos, los católicos; y dentro de ellos, los católicos de la Iglesia clandestina que escapa al control de la llamada “patriótica”), los chinos católicos en España son una pequeña comunidad. No invisible, pero apenas perceptible. Se calcula que son algo más de un millar, estando presentes sus comunidades en Madrid, Barcelona, Bilbao, Zaragoza, Valencia y Palma de Mallorca.

En la propia capital, unos 200 se congregan desde hace una década en torno a la parroquia de Santa Rita (en las fiestas principales pueden ser 500), en la calle Gaztambide, y otros 200 en la parroquia de Nuestra Señora de la Soledad, en el barrio de Usera. De hecho, muchos ni siquiera pueden acudir a la misa dominical por sus amplísimas jornadas laborales al frente de sus tiendas.

En Santa Rita, apoyados por la Delegación de Migraciones del Arzobispado de Madrid y coordinados por los agustinos recoletos, mantienen una pastoral activa, que incluye catequesis, encuentros de formación y un coro juvenil. Así, la Orden cuenta en la capital con varios religiosos chinos, que son los que están al frente de la comunidad. Fomentan las celebraciones conjuntas en festividades especiales (tratando de que todos puedan conjugar sus complicados horarios de trabajo) y visitan a las familias en sus hogares con la idea de potenciar la vivencia comunitaria.

Pablo lleva ocho años y medio en Madrid. Ha hecho la profesión simple en su congregación religiosa (cuya identidad pide preservar, así como su propio nombre, dando solo en castellano el que recibió en el bautismo, sin apellidos). Dejó su China natal, precisamente, por su vocación: “Me crié en la región de ShanXi, en un pueblo en el que la mayoría son católicos… La fe me vino por mis abuelos. Con 23 años, decidí que quería consagrarme y formar parte de la orden religiosa que acompañaba a nuestras comunidades. Pero ellos tenían su casa de formación en Henan, a más de ocho horas de mi casa. Me fui allí, solo, y enseguida supe que la vida religiosa que allí se practicaba no me llenaba. Era un momento clave, pues dudaba sobre si entrar en el seminario o volver a casa. Al final, uno de los hermanos me aconsejó que viniera a España a formarme. Le hice caso y aquí estoy, estudiando teología y preparándome para la profesión perpetua”.

Cuando llegó aquí, tampoco le fue fácil adaptarse. “Empecé estudiando filosofía y español, pero, como no tenía ni idea del idioma, me acababa durmiendo en clase”, cuenta hoy entre risas. Por el contacto con sus compatriotas cristianos, percibe que “tratan de mantener su identidad y su cultura, empezando por la idea del respeto con el que tratan a su pastor cuando este les visita en su casa o les invita a la suya”.

Pablo sueña con volver

A sus 31 años, Pablo quiere “ser un religioso coherente y auténtico, testigo de nuestra fe”. Sobre si le gustaría que esto fuera en China, reconoce que “allí sería más difícil, pero sí, sueño con transmitir mi vocación a los míos”. En cuanto a la posibilidad de que fructifique pronto un Acuerdo entre China y la Santa Sede, este joven pastor reconoce que “solo conozco lo que publican los medios”, pero se posiciona y formula un deseo: “Creo que es posible un modo de alcanzar un pacto y que se llegue a la unificación de la Iglesia oficial y la clandestina… Estoy seguro de que al papa Francisco le gustaría celebrar algún día una misa en Pekín con ambas Iglesias reunidas. Para ello necesitamos abrirnos todos”.

Daniel Rodríguez es el párroco de Nuestra Señora de la Soledad, en Usera. “A los nueve meses de ordenarme sacerdote –cuenta a Vida Nueva–, me ordenaron párroco aquí, encomendándome una misión muy especial. La parroquia estaba algo cerrada y queríamos abrir brecha en el barrio. Nos encontramos con una realidad marcada por el hecho de que el 90% de la población activa es inmigrante. En cuanto a la población española, esta es en buena parte mayor e impedida. Para ellos, organizamos un equipo de acompañamiento, formado por 20 voluntarios, para visitarles en sus casas, pues muchos no salen nunca de ellas. En total atendemos a 150 mayores en sus hogares, siendo siete mayores de 100 años. La idea de dedicar la parroquia a la Soledad va un poco por esto…”.

En su respuesta a los inmigrantes, hay tres grandes grupos mayoritarios: bolivianos, ecuatorianos y chinos. “Para los dos primeros colectivos –prosigue el párroco–, gracias a la cercanía cultural y en la lengua, se busca acercarse a cada uno de los grupos desde la advocación mariana popular mayoritaria en sus países”.

Sin opciones, iban a los templos evangélicos

En cuanto a los chinos, el trabajo es mucho más complejo: “Nada más llegar, vimos cómo muchos de ellos, católicos, al no encontrar una comunidad en la que vivir su fe en Madrid, acudían a los templos evangélicos de la zona, muy extendidos aquí. Nos dimos cuenta de que necesitábamos a un sacerdote volcado en ellos… Yo empecé a estudiar durante un año su lengua y avancé mucho, pero sabía lo justo para comunicarme en lo básico. El cambio llegó cuando, tras contactar con Comillas y San Dámaso, conseguimos que tres sacerdotes chinos que están formándose en la ciudad nos ayudaran en la parroquia y se fueran rotando semanalmente para celebrar con nosotros la misa dominical. Recuerdo la primera misa, cuando solo vino un chino… Poco a poco se fue corriendo la voz y hoy ya vienen unos 150 de media, habiendo un total de unos 250 ligados a nuestra comunidad”.

En este tiempo, asegura Rodríguez, el objetivo clave ha sido tratar de estrechar los lazos entre los distintos grupos y ser una sola parroquia: “Al principio, bolivianos, ecuatorianos, chinos y autóctonos eran comunidades cristianas muy encerradas sobre sí mismas, cada una con su realidad social, política o económica. Ha sido un trabajo de convivencia y acogida, de abrir el corazón de las personas, también entre nuestra comunidad local. Ahora vemos cómo recogemos los frutos; vamos creciendo y nos ayudamos en la integración. Ha habido dificultades, pero se ha clarificado un proyecto pastoral ciertamente novedoso, contando con el apoyo de la diócesis y, especialmente, de nuestro pastor, Carlos Osoro”.

Entre las cosas que más costaron de aceptar para algunos fue “cuando pusimos la misa en chino especialmente para los miembros de este grupo. Para ello, se eliminó una misa en español y, durante un año y medio, hubo que trabajarlo mucho con nuestros fieles, explicándolo muy bien en las homilías. Luego, promovimos que uno de los curas chinos, Pablo Liu, que también es religioso misionero del Verbo Divino, se implicara en el día a día en nuestra parroquia. Lo hablamos con Osoro y optamos por no crear una capellanía específica, sino que esta realidad se encuadrara en nuestra parroquia como una parte más de nuestra comunidad”.

La apuesta de la parroquia de Usera por la acción integral es tal que, en el consejo parroquial, hay un representante chino, uno ecuatoriano y otro boliviano. Además, junto al párroco, Daniel Rodríguez, hay dos coadjutores; uno de ellos es Pablo Liu.

Sin enfrentamientos

Sobre el día a día en la comunidad, concluye Rodríguez, es estimulante comprobar que no hay rencillas entre los fieles chinos: “Unos provienen de la llamada Iglesia nacional y otros de la perseguida, la silenciosa. Pero aquí tenemos muy presente lo que Benedicto XVI les pidió en su día en un mensaje. En una carta a los cristianos chinos, en un párrafo determinado, llamaba a que esta división no se mantuviera cuando emigraran fuera de su aís. Estamos integrados en la misma Iglesia y no hay diferencias de catolicidad o autenticidad. Personalmente, en la mayoría de los casos no sé quién pertenece a un grupo u otro. No lo tenemos en cuenta, tampoco ellos mismos”.

Son pocos, trabajan tantas horas que muchas veces no pueden ir a misa y han salido de una tierra, la suya, en la que muchas veces la fe ha debido ser una vivencia oculta… Pero, en España, son una minoría que cada vez quiere ser más significativa.

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