Rivera al nuevo arzobispo de México: “Te entrego un pueblo guadalupano que ama a sus pastores”

El arzobispo emérito aseguró que pese a que muchos quisieron una Iglesia muda y sumisa, encontraron en ella a una defensora de la justicia y de la paz, que denunció atropellos, abusos, corrupción y violencia de grupos y estructuras

Este lunes 5 de febrero, en que la Iglesia celebra al primer santo mexicano, Felipe de Jesús, la Catedral Metropolitana abrió su Puerta Santa para acoger al nuevo Arzobispo Primado: el cardenal Carlos Aguiar Retes, quien fue recibido por el ahora arzobispo emérito, cardenal Norberto Rivera Carrera.

En el presbiterio del altar mayor, donde también se encontraba el nuncio apostólico en el país, monseñor Franco Coppola, el cardenal Norberto Rivera Carrera pronunció su mensaje de bienvenida al cardenal Aguiar, su hermano en el episcopado.

Tras dar gracias a Dios por haberle permitido servir durante más de dos décadas en la Arquidiócesis de México, el cardenal Rivera dio una cordial bienvenida a su sucesor, y le deseó un episcopado lleno de frutos.

Una arquidiócesis que camina unida

Querido cardenal Aguiar –le dijo frente a miles de personas reunidas en la Iglesia catedral– “te entrego una arquidiócesis unida, con un pueblo de Dios maravilloso, lleno de fe, movido por la esperanza, y participando en la caridad con los más desprotegidos; un pueblo guadalupano que ama y respeta a sus pastores, que reza por ellos y los auxilia en su ministerio”.

El Arzobispo Emérito reconoció que si bien los habitantes de la ciudad capital conforman una sociedad plural, también es cierto que la fe sigue permeando sus vidas, mientras que la Iglesia sigue contando con “buena salud y robustez”.

Dijo que la Arquidiócesis de México cuenta con un ministerio ordenado generoso y trabajador, siempre unido al Romano Pontífice y a su obispo: “Los sacerdotes de esta Iglesia Particular –añadió– cuentan con una gran cantidad de carismas y cualidades que hacen posible el caminar eclesial y pastoral. Junto con el presbiterio existe una notable presencia de la vida consagrada, religiosas y religiosos que contribuyen de manera eficaz y generosa en la construcción del Reino”. El cardenal Rivera hizo un reconocimiento especial a las religiosas de vida contemplativa que, con su oración incesante, sostienen la labor de esta arquidiócesis.

Te reciben también –continuó– tus hermanos en el episcopado: los ocho obispos auxiliares “que saben de sinodalidad, de fraternidad y caridad pastoral”, y le pidió al cardenal Aguiar no dudar en que en ellos encontrará a colaboradores diligentes y responsables en el pastoreo que la Iglesia le ha encomendado.

Una Iglesia profética con cuatro prioridades

El cardenal Rivera explicó que, como resultado del Sínodo Arquidiocesano, desde hace 26 años la Iglesia en la capital del país se encuentra en salida, “es una Iglesia que, desde entonces, ha salido a las periferias y vive la misión permanente; una Iglesia que ha formado a sus laicos para ser discípulos y misioneros, y una Iglesia que ha tenido y sigue teniendo como prioridad a los alejados, a las familias, a los jóvenes y a los pobres”.

También le recordó que, durante sus 22 años de ministerio, la Arquidiócesis de México fue profética y valiente en defender a la familia, el derecho de los no nacidos, el matrimonio natural; también ha ejercido un profetismo social, denunciando atropellos, abusos, corrupción y violencia de grupos y estructuras muy variadas que quisieran una Iglesia muda y sumisa, pero que han encontrado en la Iglesia a una defensora de la justicia y de la paz”.

El tesoro más grande

Finalmente, le dijo al cardenal Aguiar, trigésimo quinto sucesor de Fray Juan de Zumárraga, que lo más relevante y grandioso que recibe es la custodia del segundo más valioso ícono sagrado de la cristiandad: la maravillosa imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, emperatriz y patrona de América y las Islas Filipinas, “corazón del México católico, esperanza, amparo y refugio de todos los que hemos nacido en estas tierras”.

Sintetizó: “Te entrego esta Arquidiócesis tan amada con la satisfacción del siervo que ha dado lo mejor de sí, pero que ha recibido más a cambio: el amor misericordioso de Dios, el amparo de mi amada madre Morenita de Guadalupe y el apoyo y cariño de los fieles laicos de Cristo Jesús; los Obispos, presbíteros, diáconos y un ejercito de consagrados y consagradas. ¿Cómo le pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? No tengo como, sólo con el servicio de mi pobre ministerio, en el que quiero seguir hasta el fin de mis días”.

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