2017: el año que el ‘procés’ noqueó a la Iglesia

  • El resultado de las elecciones catalanas del 21-D hace previsible que los obispos tengan que volver a tender puentes en 2018, también entre la propia comunidad cristiana

El recuento de votos del referéndum también se hizo durante una misa en Vila-rodona 1-O cataluña independencia

Hace tan solo un lustro, hubiese sido impensable que alguien en su sano juicio pudiese acusar a la Conferencia Episcopal Española de hacerle el caldo gordo al independentismo catalán. En el tema del nacionalismo, Añastro había tejido un desinfectante cordón sanitario con el famoso documento Orientaciones morales ante la situación actual de España, del año 2006

Pero esto justo ha pasado en este 2017, en lo que es uno de los hechos más relevantes –y dolorosos– que ha vivido la Iglesia en nuestro país en este período y que, como fiel reflejo de la sociedad en la que se inserta, muestra también su división, que existe aunque se niegue.

Lo que ha pasado es que esta Conferencia Episcopal no es la de hace un lustro y, en un ejercicio de colegialidad, optó por escuchar a sus hermanos de Cataluña. Que ellos, conforme al magisterio pero, también, a la sensibilidad de aquel pueblo, tomasen las riendas del asunto, que consistió en apelar en varias notas de la Tarraconense al sentido común de todas las partes, en el marco de la legalidad vigente, y sobre todo, no echar más gasolina al conflicto.

Entusiasmo adolescente en Solsona

Es verdad que, de eso, se encargaron unos trescientos curas catalanes, que dilapidaron el esfuerzo de realismo –y de renuncia de algunos pastores, a quienes este enrevesado proceso les ha hecho ver las orejas del lobo secesionista– de sus obispos, salvo del de Solsona, que se entregó a la causa con entusiasmo adolescente.

No era esta la única paradoja que viviría nuestra Iglesia en esos días. Unos días antes del referéndum ilegal del 1 de octubre, la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española emitiría una nota sobre la situación de Cataluña que fue aprobada por unanimidad pero que, inmediatamente, fue contestada por algunos obispos en sus diócesis.

Una nota de gran calado, con recados para todas las partes en liza, pero que ninguna de las dos entendió en su totalidad. Y, así, los indepes pensaron que les bendecían, en tanto que los constitucionalistas acusaron a los obispos de entregarse a la causa de la ruptura y la confrontación, y no dudaron en arrojar a la cara de la actual cúpula episcopal esta deriva.

Conciliábulos episcopales y bombas lapa

La derecha mediática tomó nota y, además de organizar conciliábulos con el pasado para sacarlos como bombas lapa en las portadas, marcaron en rojo en el calendario las fechas de la declaración de la Renta, cuando la Iglesia invita a marcar su casilla de la X.

A estos medios se les unió esa derecha eclesial que mira de reojo a Francisco y, consecuentemente, a quien trata de seguir su línea desde la Conferencia Episcopal. Sus intoxicaciones no cejaron ni aun cuando Bergoglio habló sin hablar por boca del nuevo embajador de España en el Vaticano, manifestándose en contra de procesos de autodeterminación que no estén justificados por un proceso de descolonización y, además, defendiendo la legalidad vigente. Vamos, lo que dijeron los obispos de la Permanente.

Y ahí brota otra de las tantas paradojas en las que este año ha sido tan generoso: los que critican a Francisco aplaudieron para subrayar su claridad frente al entreguismo de los obispos, esos mismos prelados que, como Omella, respiran con la misma eclesialidad del Papa argentino.

Elecciones en Añastro, reacciones en Roma

Precisamente el cardenalato de Omella, anunciado el 21 de mayo, fue la respuesta del Papa al resultado de las elecciones episcopales celebradas en marzo, y en donde los obispos reeligieron al cardenal Ricardo Blázquez, a pesar de que estaba ya en los 75 años.

No sucedió lo mismo con el cardenal Carlos Osoro, apeado sin compasión de la vicepresidencia a favor del cardenal Antonio Cañizares, en lo que dejó la sensación de que las reformas de Francisco tienen acogida en la Iglesia española, ma non troppo.

Y el cardenal de Barcelona –más contestado sottovoce por algunas élites que por sus fieles, que ven él a un sencillo párroco al que no se le escapa detalle– ha jugado un papel muy destacado en el particular procés que la Iglesia ha desempeñado en la pacificación de posturas que, como se ha visto, parecen irreconciliables.

Es posible que en este 2018, Omella y el conjunto de la Iglesia, tengan que seguir desempeñando este mismo papel, a la vista de los resultados electorales del pasado 21 de diciembre. Nada está hecho ni decidido. Habrá que volver a colocar los puentes entre las partes enfrentadas. También en la Iglesia, donde este inédito brote separatista en la Europa del tercer milenio, ha mostrado que, para no ser de este mundo, a veces se aferra demasiado a él.

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