“El máximo enemigo que tienen las comunidades es la ausencia del Estado”

Nilson Sánchez, vicario de pastoral afro en la Diócesis de Istmina-Tadó

El padre Nilson Sánchez es el vicario de la pastoral afro para la Diócesis de Istmina-Tadó. Su trabajo en el sur de Chocó le ha permitido conocer de primera mano la resistencia de las organizaciones étnico-territoriales en un contexto atravesado por el abandono estatal y el conflicto armado. En conversación con Vida Nueva, el sacerdote se refiere, particularmente, a lo que están sufriendo las comunidades del Alto Baudó y cómo la crisis humanitaria desafía a la acción eclesial.

¿Cómo se manifiesta la crisis humanitaria en la región del Alto Baudó?

La población no tiene sus necesidades mínimas satisfechas: no hay acceso a la energía; la educación es a medias; la salud es nula y hay desempleo.

Cuando uno evidencia eso, una población que vive en esas situaciones tan extremas, quedan muy claros los desafíos que tenemos como pueblo; las situaciones de vida de las comunidades; problemáticas vinculadas al conflicto: desplazamientos, confinamientos, retornos sin garantías; tensiones porque un grupo armado está arriba y el otro abajo; porque van a venir… la gente se mantiene con la ropa arreglada y las maletas hechas, porque sabe que por la conflictividad en cualquier momento le toca salir.

Lo peor es que estos pueblos están padeciendo estas mismas situaciones desde la década de 1990, sin que eso genere alguna transformación, por parte del Estado. Valoramos la dinámica de los acuerdos que están andando en el país y reconocemos que tiene muchas ventajas; pero lo que uno experimenta cuando visita estas regiones es que el máximo enemigo que tienen las comunidades ahora es la ausencia del Estado o su presencia a medias.

¿Cuál es la respuesta de la Iglesia local ante estas problemática?

Como diócesis hemos querido que los esfuerzos no se hagan de manera individual, sino que nos articulemos con otros procesos. En esa perspectiva, la pastoral afro, la pastoral indígena, la Comisión Vida, Justicia y Paz, han trabajando en compañía de la Cámara de Comercio y las organizaciones étnico-territoriales, para hacer realidad un movimiento. Así nació la Corporacion Interétnica y Ecumenica para el Desarrollo, la Reconciliación y la Paz desde el Territorio (Ciederpaz). Organizaciones de diversos sectores nos sentemos a la mesa, para buscar estrategias y métodos, con el propósito de visibilizar estas problemáticas. La idea es que no nos prediquemos a nosotros mismos, sino que tengamos la posibilidad de contarle al mundo la forma tan infrahumana en que vive la gente y las vulneraciones diarias a sus derechos. Manejamos unas líneas de acción claras, de acuerdo a la coyuntura del país: que las víctimas no vayan a ser más vulneradas en el posacuerdo;  reconciliación; etnodesarrollo; productividad y pedagogías para la paz.

¿Qué enfoque particular le exige este estilo de trabajo a la pastoral afro en la región?

Acá hemos trabajado fuertemente el tema de la identidad, que como afrodescendientes nos valoremos a nosotros mismos; potenciar esa particularidad y verla como una riqueza de la Colombia pluriétnica y multicultural.

Frente a las situaciones de la región (vulneración de derechos; falta de acceso a empleo, salud y vivienda), nos parece que el enfoque aquí tiene que ser equiparable al de la pastoral social de la iglesia; y en esa perspectiva nos hemos encontrado con la pastoral indígena y a Comisión Vida, Justicia y Paz, de la diócesis, que también están caminando en esa dirección. No podemos pretender fortalecer unas espiritualidades cuando hay carencia de lo básico. Hay que arrancar fortaleciendo esos detalles que tienen que ver con la vida de las personas y su dignificación.

 

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