El papa Francisco: todo un político

El director de Vida Nueva Colombia analiza esta dimensión del pontificado del obispo de Roma

papa Francisco muy serio

Los que han definido a Francisco como un político no se equivocan. Tienen en cuenta que este Papa llegó dispuesto a reformar a la Iglesia, y esas es tarea que solo se hace con política; sabe que el mundo anda mal y que su rumbo debe cambiar, y eso se hace con política o no se hace.

Restaura mi Iglesia

Como el de Asís, Francisco asumió la tarea de reformar la Iglesia.

Lo primero que se entendió cuando escogió el nombre de Francisco fue su idea de una Iglesia con los pies descalzos. Solo gradualmente se descubrió que, como el de Asís, Francisco había asumido como tarea principal una reforma de la Iglesia y desde el comienzo de su pontificado sus acciones así lo demostraron.

Tuvieron razón los maestros de ceremonias y los curiales que se asombraron cuando en vez de la muceta roja, de los armiños y de los rituales solemnes, mantuvo, hasta el máximo nivel de sobriedad, las vestimentas y ceremonias de su presentación ante la muchedumbre que colmaba la plaza de San Pedro. Todo lo que vio el mundo fue un hombre vestido de blanco con una cruz de hierro al cuello, que en vez de la imperial y solemne bendición urbi et orbe, pidió que rezaran por él y, en vez de los títulos rimbombantes de costumbre, prefirió ser llamado, simplemente, obispo de Roma.

Los conocedores conocen y aportan los detalles: al día siguiente de su proclamación, en el escenario solemne de la Capilla Sixtina y ante el colegio cardenalicio, el nuevo papa dejó vacío el trono desde donde, según los usos, debía hablar. Francisco no está para tronos ni para gestos imperiales; los cardenales lo escucharon hablar de pie y en lenguaje llano. Desde entonces agregó a sus gestos un discurso: anunciar y testimoniar a Cristo.

Así comenzó a desaparecer del discurso papal y del discurso de la Iglesia la autorreferencialidad: ni el fortalecimiento de la Iglesia, ni el aumento de la feligresía, ni las tácticas del proselitismo, ni la Iglesia como un principado, ni un imperio, ni sus obispos como príncipes; la de Francisco es una Iglesia en salida: “prefiero una Iglesia accidentada a una Iglesia enferma. Una Iglesia que se atreva a correr el riesgo de salir”, tal es la nueva política.

La encuesta papal

Por primera vez en la historia de la Iglesia un Papa promovió una encuesta mundial. Ya lo había anunciado como eje de su pastoral: obispo y pueblo de Dios. Ahora, como preparación para el Sínodo sobre la familia, quiso oír la voz de ese pueblo de Dios y le formuló 39 preguntas sobre temas que preocupan a todos: la convivencia prematrimonial, las uniones libres, los separados y los divorciados, el aborto, la eutanasia, las parejas del mismo sexo, la adopción por parte de parejas homosexuales. Nunca antes se había promovido una definición sobre estos temas, ahora fue el Papa mismo quien instó a responder. Se trataba de conocer el pensamiento del pueblo de Dios. La nueva política es escucharlo y la respuesta fue clamorosa.

La Juventud Católica Alemana respondió que al 90% de los jóvenes católicos no les importaba la doctrina sexual de la Iglesia; fue una amplia mayoría de los católicos suizos la que rechazó la posición que niega la comunión a las parejas divorciadas y vueltas a casar; en el 60% de las respuestas se pidió el reconocimiento y la bendición para las parejas homosexuales. Comentó entonces el vaticanista Marco Politi: “quedó la impresión de que la época de las prohibiciones está llegando a su fin”.

Lo confirmó una encuesta posterior de Univisión en 12 países: el 58% de los encuestados rechazó la norma que prohibía la comunión a los divorciados; 57% admitió el aborto en algunos casos; 78% admitió los anticonceptivos. El pueblo de Dios dijo su palabra a través de las encuestas.

Vinieron después los sínodos y la participación cada vez mayor del episcopado en la reorientación del pensamiento de la Iglesia.

La reforma de la Curia

Más difíciles han sido las tareas de reforma de la Curia Romana. Desde el primer día Francisco descubrió que iba en contra de la corriente. Su renuncia a los ornamentos que destacaban su poder; el día de su proclamación, fue el comienzo de una larga batalla contra rancios símbolos imperiales. El mismo título de Sumo Pontífice había sido tomado de la jerga palaciega de los cortesanos de los emperadores romanos, entre cuyos títulos estaba el de Sumo Pontífice; todo lo del emperador era sagrado: el rojo de los ornamentos era el color que simbolizaba el poder, cuando lo tomaron los cardenales, se le dio la retórica explicación que asociaba el rojo a la sangre de los mártires, una explicación apresurada y oportunista; a una política atravesada por el culto a las formas cortesanas e imperiales Francisco opuso la política de lo simple y austero; al mismo proceso fueron sometidos besamanos, inclinaciones, condecoraciones, besos a la zapatilla papal y otras teatrales costumbres copiadas de las cortes. Francisco no quiere ser tratado como un príncipe del Renacimiento, según su expresión “la corte es la lepra del papado”.

Su política fue hacer entender con hechos y con palabras que ser vicarios de Cristo, que es el papel de los obispos, deja por fuera, por incoherente y pretenciosa, la idea de unos obispos gobernados por un Papa monarca que tiene a la cristiandad como un vasto reino.

Los que oyeron decir a Francisco que hay quienes, con terquedad, quieren volver atrás, a los tiempos de las veleidades imperiales “son los que quieren someter al Espíritu Santo” vieron las orejas de la oposición interna. En efecto, un cardenal, Donald Wuerl habló de “un tsunami de influencias seculares”; el cardenal Mauro Piacenza observó que “ la colegialidad no es socio-política, es de directa institución divina”. Cerrado opositor a la revisión del celibato sacerdotal y del sacerdocio femenino, es otra de las voces críticas del Papa.

El Papa insiste en que las respuestas pastorales a los desafíos contemporáneos “ya no pueden provenir del autoritarismo o del moralismo”.

Eso lo dice un político, un profesional del cambio como necesidad del hombre y de la sociedad.

La política internacional

La idea de que la Iglesia debe preferir equivocarse actuando en favor de los demás, sobre todo si son pobres o débiles, a acertar inmovilizándose, se entrevé detrás de la política internacional de Francisco. Ocurrió ante la dolorosa crisis Siria donde las víctimas fueron niños, viejos y pobres; entonces utilizó todos los medios de lucha a su alcance; se dirigió al presidente Putin: “los conflictos armados, le dijo, crean divisiones y heridas”; apoyó el acuerdo de Naciones Unidas que impidió la invasión, hizo ver que rencorosos intereses parciales impedían una solución.

Entre sus armas políticas están sus silencios. Le dio la vuelta al mundo su imagen ante el muro de los lamentos en Jerusalén, con su cabeza pegada al muro. No había querido quedar entre los dos fuegos, el palestino y el israelí, y prefirió mantener su universalidad. El otro silencio que conmovió al mundo fue el de su visita a Auschwitz. Fue un silencio de oración por las víctimas, por los que tienen un partido tomado, tanto en aquel lugar símbolo de la crueldad como en Colombia. En una sociedad radicalizada por el odio se ha negado a tomar un partido distinto al de las víctimas: “hay que preocuparse por las víctimas, no solo las de la propia parte. Todos son iguales ante Dios”, dijo.

Esa universalidad le da a su política singularidad y firmeza. No es un Papa para los católicos, es la presencia y la voz del amor de Dios en el mundo. En él no hay fronteras, ni discrimina a nadie.

Marco Politi lo sigue paso a paso, discurso tras discurso, destaca su personalidad carismática y exclama: “es un político”. Sin que lo intimide el desgaste que esa palabra tiene hoy en el mundo, ni siquiera se siente obligado a diferenciar político de politiquero; en Francisco la palabra político recupera su sentido original y más noble. Quizás él mismo no imaginó que aplicar la dinámica del Evangelio a los problemas de nuestro tiempo pudiera convertirlo en el más influyente político del siglo XXI.

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