El primer paso del Papa en Colombia

Demos el primer paso” es la consigna elegida para el afiche que anuncia la visita del papa Francisco a Colombia. Según afirmó el obispo Fabio Suescún, “dar el primer paso es volver a acercarnos a Jesús, volver a encontrarnos con el amor de nuestras familias, desarmar las palabras con nuestro prójimo y tener compasión con quienes han sufrido”. La Conferencia Episcopal precisó el hondo significado de tener compasión: “dar el primer paso significa reconocer el sufrimiento de otros, perdonar a quienes nos han herido, volvernos a encontrar como colombianos, entender el dolor de los que han sufrido, sanar nuestro corazón, descubrir el país que se esconde detrás de las montañas y construir un país en paz”.

¿Qué puede hacer el Papa frente a estos reales deseos de paz y frente a los no menos reales obstáculos con que la polarización social, política y económica frena esa paz? Lo que se espera de las grandes figuras de la historia: mostrar su verdadera meta a los seres humanos despistados que gatean, sin saber hacia dónde se dirigen. Si Francisco está recordando al mundo los valores que lo volverán vivible, ¿por qué no puede inocular humanidad a los colombianos que se matan entre sí, a los que los azuzan y a los que no les importa?

Como si hubiera leído la historia del país, en su homilía de Pascua, el Papa propuso un modelo de vida que nos puede servir en la consolidación de la paz. En ella describe cómo nos hallamos tironeados por dos fuerzas: la del odio y el mal que nos llevan a la muerte, de un lado, y la de la verdad y el amor que nos llevan a la vida, del otro. La única persona que nos puede sacar de esa violenta contradicción es Jesucristo, quien con su resurrección nos muestra el camino de la vida, o sea, que el amor vence al odio, con lo cual prueba que el amor es más fuerte que la muerte.

Ahora bien, ¿cómo se logra transformar el odio fatal que envenena todas las polarizaciones humanas en un amor que le dé vida a un país asediado por la muerte? Francisco encuentra en la resurrección de Jesucristo tres elementos: la luz, el agua y la alegría. Al traducir esa triple alegoría, el Papa muestra que la luz es la que nos permite distinguir entre la claridad y la oscuridad, entre lo que es verdadero y lo que es falso. Esa luz, que es Cristo, nos remite a la compasión, o sea, a la capacidad de sentir y entender la verdad de los otros, de oír y aceptar las historias ajenas. Oyéndonos es como damos el primer paso hacia la reconciliación que será la única que nos puede traer la luz de la vida sin odio. La figura del agua, como la nueva vida, alude a la metáfora evangélica del agua viva, o sea, las gentes de buena voluntad que han fecundado y siguen fertilizando las arideces de la condición humana. Sin liderazgo responsable y afectuoso y sin participación entusiasta no crece la vida social y se marchita la individual. Y, por último, la alegría, escenificada en el canto del aleluya pascual, la interpreta el Papa como el canto de agradecimiento de los que han sido salvados. Este es el símbolo más poderoso, pues muestra el futuro en el presente, o sea, la realización de los anhelos de felicidad garantizada por el discernimiento de la luz y por la participación amorosa y entusiasta de un pueblo que camina hacia la paz. Ojalá escuchemos su prodigiosa inspiración. 

Alejandro Angulo Novoa, SJ
CINEP

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