Los 100 años de José Aldunate

En el centenario de su natalicio, la Iglesia chilena celebra con un emotivo homenaje la vida de este jesuita, gran defensor de los derechos humanos.

“Por el pájaro enjaulado, por el pez en la pecera, por mi amigo que está preso porque ha dicho lo que piensa, por las flores arrancadas, por la hierba pisoteada, por los arboles podados, por los cuerpos torturados, ¡yo te nombro libertad!”, cantaban a viva voz las más de 500 personas que repletaban la iglesia de san Ignacio, en el centro de Santiago de Chile, mientras avanzaba por el pasillo central la silla de ruedas con el jesuita José Aldunate al inicio de la misa de celebración de sus 100 años de vida.

Una vez ubicado en el presbiterio y concluida la canción subió un grupo de unas 30 personas que extendieron un lienzo con la leyenda “Gracias, Pepe, por defender la vida”, tal como lo hacían en dictadura para denunciar los lugares donde se practicaba la tortura. Eran los integrantes del Movimiento contra la tortura Sebastián Acevedo. “Yo te nombro, libertad”, fue el himno que ellos entonaban en cada acción de denuncia.

Denunciar la tortura

José Aldunate fue activo organizador y ayudó a formar ese movimiento cuando no había manera de actuar frente a la impunidad con que órganos de la dictadura practicaban la tortura.

El 14 de septiembre de 1983 un grupo de 70 personas se reúne en una acción relámpago para denunciar la existencia de un cuartel ilegal de la Central Nacional de Informaciones (CNI) en el N° 1470 de la calle Borgoño, en Santiago. Sentados en el suelo despliegan un lienzo donde se lee “¡Aquí se tortura!”, mientras indicaban ese edificio. Fue la primera de 180 “acciones” de denuncia similares, realizadas frente a cuarteles ilegales de detención, en templos religiosos, tribunales de justicia y otros organismos públicos.

Las acciones tenían cinco elementos comunes: el lienzo, extendido con una leyenda acusatoria; la denuncia verbal, en una letanía o guion leído por un guía y respuestas del coro; el canto del himno “Yo te nombro Libertad”; la detención del tráfico, para llamar la atención de los transeúntes; y la espera de la policía, que llevaba algunos miembros del movimiento detenidos, a quienes acompañaban voluntariamente otros participantes, lo que causaba el “hecho policial” para aparecer en la prensa. Posterior a las acciones se realizaba una Asamblea de Evaluación, catarsis y reagrupamiento.

Aldunate cuenta que, en esa primera ocasión, cuando “llegaron los carabineros, con sus carros, se llevaron a algunos, otros nos metimos en los carros, por fuerza. Llegamos a la comisaría, allá no encontraban qué hacer con nosotros. Nos tomaron los nombres, las fotos, etcétera. Y nos echaron a la calle a las 11 de la noche”.

Al interior de la Iglesia, Pepe Aldunate proponía un proceso de justicia y reconciliación basado en interpelar al malhechor, buscando que pudiera reconocer su crimen, arrepentirse, reparar a las víctimas y así recibir el perdón de Dios. Se quejaba que en Chile faltaba el reconocimiento del crimen y proponía que la iglesia desarrolle “una doctrina teológica y moral consistente sobre la justicia, el perdón y la reconciliación, que destaque la necesidad absoluta del reconocimiento de la verdad y el arrepentimiento y reparación de parte de los responsables”. Así aportó a desalentar las propuestas de reconciliación basadas en “borrón y cuenta nueva”. El Movimiento contra la tortura Sebastián Acevedo se disolvió en mayo de 1990, recién recuperada la democracia.

Cura obrero

José Aldunate Lyon nació en 1917 en una familia aristocrática que lo educó con institutrices británicas por lo que habló inglés antes que español. A sus 10 años, la familia se trasladó a Inglaterra donde ingresó al Stonyhurst College y tres años después regresaron a Santiago. Terminó sus estudios secundarios y después de un corto período de discernimiento decidió ser jesuita haciendo sus primeros votos en abril de 1935. Gran parte de sus estudios los realizó en Argentina y se ordenó sacerdote en San Miguel, Buenos Aires, en 1946. Se doctoró en Teología Moral en la Universidad Gregoriana y también estudió en la de Lovaina, en Bélgica.

En 1950, ya en Chile, es asignado a colaborar con el padre Alberto Hurtado en la Asociación Sindical Chilena donde pudo aplicar su preparación para abordar la relación entre moral y economía, tema de su tesis doctoral. Allí se consolida en él su búsqueda de justicia en la sociedad. Reconoce dos herencias de Hurtado: la importancia de la justicia y la opción por los pobres. Ya era también profesor de Moral en la Pontificia Universidad Católica de Chile. En la Compañía de Jesús fue sucesivamente Maestro de Novicios, director de revista Mensaje y provincial en la década de los 60, época del Concilio y los grandes cambios en la sociedad y en la Iglesia.

Al terminar su período de provincial decidió practicar lo que enseñaba insertándose en el mundo obrero. Así lo recuerda: “había cumplido con mis tareas de provincial, entonces me sentí más libre. Dije: ¿por qué no pruebo la inserción en el mundo obrero? Si yo estaba hablando de justicia en mi cátedra como profesor de moral, me daba la impresión que no estaba responsabilizándome de lo que es en verdad la justicia. Jesús dice que no es el que habla sino el que hace la voluntad de Dios, quien cumple”.Se integró a un grupo de sacerdotes que optaron por trabajar como obreros. El golpe militar lo encontró en Concepción, trabajando como obrero de la construcción durante seis meses y los otros seis haciendo clases en la universidad.

Convencido de que la Teología de la Liberación es la aplicación del Concilio Vaticano II para América Latina la adoptó y se adentró en ella. Durante la dictadura fue un activo opositor y comprometido defensor de los perseguidos, rol en el que salvó la vida de muchas personas. En 1975 inició la publicación clandestina de la revista No podemos callar con información especialmente sobre la represión política y económica. Publicación a mimeógrafo con una tirada de varios cientos de ejemplares: sólo a París llegaban cien para los refugiados. Años después fue Policarpo la revista que cumplió esa misma función hasta 1995.

Integró el Equipo Misión Obrera, continuador de los curas obreros ahora ampliado con laicos, hombres y mujeres, además de religiosas. Algunos de ellos fueron detenidos, torturados y asesinados.

Pepe Aldunate recuerda: “yo trabajaba junto a Kathy cuando me avisaron que la habían tomado presa los militares, a ella y a su marido. Los torturaron, los mataron. Y a mí me tocó sacarla de la morgue, allá fui a reconocer su cadáver. Tenía los ojos quemados, eran como dos cavidades. Casi no la reconocía. Fueron cuatro de la familia Gallardo que pasaron por la Villa Grimaldi y terminaron en el cementerio. Recuerdo cuando los llevamos al cementerio, íbamos con cuatro cajones, toda la familia. Nos entregaron unos cajones no más, no pudimos revisar los cuerpos para no ver las torturas que les habían hecho. Sólo por el vidrio pudimos reconocer sus caras, testificar que estaban muertos y llevarlos a enterrar”.

Pepe también mantuvo cercanía y apoyo con la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos quienes también realizaban protestas callejeras.

Su trayectoria como defensor y activista de los derechos humanos le hizo recibir en 1988 el Premio Nobel Alternativo de la Paz y el año 2016 el Instituto Nacional de Derechos Humanos le otorgó el Premio Nacional de Derechos Humanos en reconocimiento a su larga trayectoria de lucha, especialmente durante la dictadura, en una ceremonia presidida por la presidenta Michelle Bachelet.

Ahora, al cumplir 100 años de edad, varios cientos de amigos y antiguos compañeros de ruta en sus diversas actividades le cantaron, acompañados por el acordeón que tocaba el cura Mariano Puga –cercano amigo de Aldunate–, quien presidió la eucaristía.

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