De la Puna a la ciudad

Un niño del norte argentino llega a Buenos Aires. Desarraigo, misterio, novedad y afectos se van dando a lo largo de la novela. “Por el camino del cóndor” es la obra que será distinguida con El Barco de Vapor por la Fundación SM.

Una vez más la Fundación SM en Argentina entrega el reconocido premio El Barco de Vapor. En la próxima Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, esta distinción será otorgada a Eduardo González, conocido como llimani, por su obra “Por el camino del cóndor”.

Narrada en primera persona, en la voz de un niño del norte de la Argentina que migra a Buenos Aires, la novela revela las difíciles circunstancias familiares que dan lugar al desarraigo: la muerte de su padre en una mina obliga a su mamá tejedora a buscar mejores alternativas de trabajo. Una vez instalados, la madre enfrenta injusticias laborales mientras el joven protagonista descubre el mundo de la ciudad, en el que entabla diferentes vínculos que lo ayudan a reencontrarse con sus creencias, con sus afectos y con el deseo de regresar a su tierra.

/ SM

El jurado de la 15° edición del premio El Barco de Vapor –constituido por Laura Escudero, Mila Cañón y Cecilia Repetti– decidió entregar este reconocimiento a la obra de González, ilustrada por Irene Singer, porque “su prosa tersa propicia la entrada al universo ficcional”. Además, este jurado sugiere que los docentes recomienden este libro a sus alumnos “por la representación del juego entre oralidad y escritura, por la aproximación que propicia hacia el universo de las culturas andinas, la poesía popular y a la lectura y al acto de escribir como espacio en el que es posible pensarse”.

A pocos días de la entrega de este premio, al inicio de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires –en donde el grupo editorial SM estará presente con su stand–, Vida Nueva conversó con el premiado escritor, psicólogo y docente Eduardo González.

– ¿Cómo se inspiró para escribir “Por el camino del cóndor”?

La idea de la novela me venía dando vueltas desde hacía mucho tiempo. Tal vez, el germen esté en mis diarios de viaje de adolescente. Tuve la fortuna de ir al Normal de San Martín, una escuela en donde su director, don Rogelio Vidal, era un adelantado para su época. A principio de la década del 70 teníamos club de ciencias, talleres literarios, centro de estudiantes y campamentos. Creo que fue él quien nos inspiró a conocer el país.

-¿Qué recuerda de esos años?

Mochila al hombro, con mis amigos, caminamos e hicimos dedo por las rutas argentinas. Me deslumbraron la Quebrada de Humahuaca y la Puna (Jujuy). Viajamos muchas veces, nos hicimos amigos de los chicos de allá, aprendí a tocar humildemente el charango y el siku, y en ese momento tuve la ilusión de ser maestro rural, pero la directora de la escuela de Humahuaca me recomendó que no lo hiciera porque no me iba a adaptar a tanta soledad. Le agradecí su consejo y estudié en el profesorado para ser maestro y luego psicólogo. Siempre me había quedado pendiente escribir y fue Gustavo Roldán quien me enseñó generosamente el oficio. Antes de Por el camino del cóndor hubo otros libros, pero tenía este pendiente. Me llevó mucho tiempo escribirlo, porque quería rescatar aquel mundo que había conocido en la adolescencia, pero también quería hablar del mundo en que vivo, el barrio porteño de Once, con toda su riqueza y complejidad. Once es un barrio mestizo: judíos, peruanos, paraguayos, bolivianos, gente de las provincias, senegaleses, coreanos, hindúes, gente rica, gente pobre. Un verdadero mercado universal.

Eduardo González / SM

– ¿Cuáles son las experiencias que le hicieron profundizar sobre esta realidad que vive tanta gente en nuestra región?

– Creo que fue la dinámica del barrio. Es conmovedor ver a las mujeres con sus bebés en sus aguayos cargando rollos de tela, chicos empujando carritos repletos, o descargando contenedores gigantes. Los talleres clandestinos, la explotación, el maltrato y la sumisión.

– ¿Qué valores destaca en la obra?

En primer lugar destaco el valor de los pueblos originarios y su lucha por defender sus tierras y sus tradiciones. Son verdaderos baluartes de la protección de nuestra cultura. El valor de la unidad y la solidaridad, como única respuesta ante las injusticias, el maltrato y la explotación.

– ¿Qué semejanzas con la realidad puede encontrar el lector cuando entre en contacto con la obra?

Si bien es ficción, la realidad transita toda la novela. Si la leyese un chico del norte encontraría reflejado su entorno, su música, sus tradiciones y también los conflictos que actualmente se juegan con las tierras, la mega explotación minera, la contaminación del agua y el desprecio por el cuidado del ambiente y la naturaleza. Si el libro fuese leído por un chico de la Capital, encontraría los conflictos de muchos barrios y, en particular, de Once, donde se margina y explota a las personas que vienen de las provincias o de países limítrofes en busca de oportunidades de trabajo.

/ SM

– Cuando este libro llega a un adolescente, ¿qué piensa, como psicólogo, que le pasará en su cabeza, en su corazón?

Eso dependerá de dónde proviene el adolescente, aunque espero que por sobre todas las diferencias, encuentre la posibilidad de confiar en que se puede crear un futuro mejor, con un mayor respeto por las personas y por el ambiente, si se trabaja en conjunto.

– ¿Cómo ve hoy la realidad de las familias que migran del interior a la ciudad?

Tal vez el mayor desafío para un joven que llega a la ciudad es poder protegerse del engaño. No es algo nuevo, lamentablemente siempre ha existido la explotación y la trata de personas. Pero es cierto que, al problema de siempre, se ha sumado el de la violencia y el del tráfico y consumo de drogas. Son muchas las asociaciones civiles, la organizaciones no gubernamentales, los grupos de las iglesias que trabajan en la prevención, pero haría falta una política de Estado más sólida para que las personas que llegan a la ciudad en busca de trabajo tengan un asesoramiento y una contención.

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