‘Guernica’, la catarsis de Picasso

El Museo Reina Sofía conmemora el 80º aniversario de la gran obra de arte (y la tragedia) del siglo XX

grupo de gente visitantes observan el Guernica cuadro de Picasso en el Museo Reina Sofía

“Por algún motivo, sin duda, por muchos, algunos de ellos fortuitos o ajenos a la obra en sí, el cuadro de Picasso ha llegado a ser, a lo largo de esas ocho décadas, un punto de referencia esencial, o como mínimo recurrente, para los seres humanos que temen por su vida y la de los demás. El Guernica se ha convertido en la gran escena trágica de nuestra cultura”, afirma el prestigioso historiador del arte Timothy J. Clark (Bristol, 1943), catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Berkeley entre 1988 y 2010.

Clark ha venido una vez más a Madrid. Una vez más está frente a frente con el emblemático cuadro de Pablo Picasso (Málaga, 1881-Mougins, 1973). Es uno de los mayores expertos en el pintor malagueño y en el propio Guernica. “Y, por una vez, el término ‘nuestra cultura’ parece defendible, no un simple recurso occidental –añade Clark–. En los últimos treinta años hemos visto centenares de fotografías de versiones del Guernica en pancartas, facsímiles muy elaborados, tapices, estandartes, parodias, tiras cómicas, carteles pegados con engrudo y espectáculos callejeros de marionetas enarboladas con rabia o angustia en Ramala, Oaxaca, Calgary, Londres, Kurdistán, Madrid, Ciudad del Cabo, Belfast o Calcuta”.

Y, aún, como Clark sigue afirmando: “Frente a bases aéreas estadounidenses, en manifestaciones contra la invasión de Irak, en luchas de todo tipo contra la represión estatal, como punto de confluencia para los indignados y, todavía, siempre, en todas partes, indispensablemente, como respuesta a la mentira de los daños colaterales”.

Clark es, junto a Anna M. Wagner, el comisario de la exposición Piedad y terror en Picasso: el camino a Guernica, con la que el Museo Reina Sofía conmemora el 80º aniversario de una de las obras más icónicas del arte contemporáneo y, también, que en este 2017 se cumplen 25 años desde que el monumental lienzo de Picasso llegara al centro de arte.

Y de nuevo ante el lienzo, Clark, se pregunta una vez más: “Pero ¿por qué? ¿Por qué el Guernica? ¿Cómo responde ese cuadro a la necesidad que tiene nuestra cultura de un nuevo paradigma de la muerte y, por lo que se ve, de la vida?”.

La expresión de la monstruosidad

Clark ve en el Guernica la expresión artística que expresa la tragedia, la monstruosidad, el triunfo de la muerte, pero a la vez la esperanza de los que, pese a todo, pese al siglo XX, pese a la guerra, pese a la calamidad, se agarran a la vida. “Podría ser cierto, en otras palabras, que depositemos nuestras esperanzas en el Guernica –admite–. Seguimos teniendo hambre de la épica que encierra, porque retrocedemos ante la alternativa: la violencia como el precio pagado por una sociabilidad rota, la violencia como algo que no lleva a ninguna parte, la violencia como ‘daño colateral’, la violencia como eterno regreso. ¿Y cómo no íbamos a retroceder? ¿Acaso la imagen que presenta el Guernica no es nuestra máxima esperanza? Y es que a algunos, la vulnerabilidad, la afiliación y la resistencia colectiva siguen pareciéndonos realidades por las que vale la pena luchar”.

Esos tres sentimientos que cita Clark –vulnerabilidad, afiliación y resistencia colectiva– los toma de la filósofa estadounidense Judith Butler y su idea de que son tres conceptos que permiten seguir creyendo como ciudadanos en la política, en la comunidad, eso sí: si admitimos también que somos una colectividad fundamentada en la debilidad y que solo unida es capaz de mostrar su fortaleza. “Considero que la utilidad del Guernica, su existencia continuada en tantos contextos distintos, podría derivarse del hecho de que refleja la política de la misma forma”, argumenta Clark.

Junto a Anna M. Wagner, Clark ofrece en el Museo Reina Sofía toda una gran exposición que ocupa diez salas en la segunda planta del edificio Sabatini y que, hasta el 4 de septiembre, reúne más de 180 obras de Picasso procedentes de treinta museos de todo el mundo, entre ellos, el Musée Picasso de París, la Tate Modern de Londres, el MoMA y el Metropolitan Museum de Nueva York.

En ella, Clark y Wagner no se han conformado con exponer el universo pictórico de Picasso, sino que tratan de explicar cómo llegó a pintar el Guernica. Aunque lo hizo en apenas un mes, sostiene Clark, Picasso tuvo que crear todo un nuevo lenguaje para la tragedia y la monstruosidad. “Podría haber resultado un fracaso, o un éxito merecido pero pronto olvidado. Lo creó un artista que era muy consciente, según revela la documentación existente, de que al aceptar el encargo se adentraba en un territorio desconocido –lo público, lo político, la gran escala, lo heroico y lo compasivo– para el que, al parecer, muy poco de su obra anterior lo había preparado”.

Así se gestón el encargo

Cuando José Renau, director general de Bellas Artes con la II República, llegó a casa de Picasso en París para encargarle un gran mural que representara una escena de la Guerra Civil faltaban unos días para que acabara el año 1936. Picasso aceptó, aunque “no estaba seguro de hacer un cuadro como el que le pedían”, según Clark. Aún no se había bombardeado Guernica.

En ese bombardeo y aniquilación de la ciudad vizcaína realizado por el “vuelo experimental” de la Legión Cóndor alemana y la Aviación Legionaria italiana en abril de 1937, vio Picasso la “gran escena trágica” que el Gobierno español le pedía para sensibilizar al público del Pabellón Español de la Exposición Internacional de París de 1937 a favor de la legalidad y de la II República.

“Esa gran escena trágica representa –manifiesta Clark– el momento de la existencia humana en que un individuo o un grupo reconocen la muerte y la vulnerabilidad como tales, aunque demasiado tarde; y el subsiguiente derrumbamiento hacia una mortalidad desguarnecida no solo despierta horror en quienes lo contemplan, sino piedad y terror, en una mezcla que asusta pero fortalece”. Es la definición de catarsis, según Aristóteles. Y eso es el Guernica, la catarsis de Picasso.

El “antimonumento” contra todas las guerras

El Guernica llegó al recién creado Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, en la plaza de Atocha (Madrid), el 26 de julio de 1992. Desde que regresara del MoMA de Nueva York en diciembre de 1981, había estado expuesto en una gran urna de cristal antibalas en el Casón del Buen Retiro, dependiente del Museo del Prado.

El viaje fue de poco más de un kilómetro, pero marcó la historia de un cuadro de tres metros y medio de alto por ocho de ancho, que es, sin duda, el gran icono del arte –y la tragedia– del siglo XX. Aunque solo desde el 1 de diciembre de 1995 puede verse sin aquel cristal que, como dice Clark, más aún que el propio mural de Picasso, devolvía “el vivo reflejo del fin de un conflicto y una herida abierta que, a veces hoy, todavía sangra”, la Guerra Civil.

Pero el Guernica es ya más que un símbolo de aquella guerra, es un “antimonumento” contra todas las guerras y todas las violencias, un grito de dolor y de sufrimiento por la paz y la esperanza. Por ello, el Reina Sofía no se conforma con esta gran exposición, sino que también ha creado el denominado ‘Fondo Documental Guernica’, que documenta sus 80 años de vida y que esconde, aún, importantes novedades. Próximamente, además, podrá consultarse a través de Internet.

Lea más:
Noticias relacionadas
Compartir