José Lorenzo, redactor jefe de Vida Nueva
Redactor jefe de Vida Nueva

La Santa Compaña visita al obispo


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Muy cerca de uno de esos bosques animados de Wenceslao Fernández Flórez –luego inmortalizados por el cineasta José Luis Cuerda, un manchego injertado en unas cepas de ribeiro–, los feligreses se sacudían el aislamiento físico y mental para subirse a los autobuses que fletaban, por una vez de acuerdo, los alcaldes del PP y del PSOE. Había, también, un algo de Santa Compaña en aquellas almas que penaban hasta la ciudad, en este caso, buscando que el señor obispo no trasladase a su cura y le dejase seguir atendiendo la fe –que haberla hayla en aquellas aldeas– de una docena de parroquias.

En la escena despuntaba ese realismo mágico que Flórez, con sus personajes y paisajes, ayudó a parir mucho antes de que García Márquez vislumbrara Macondo: la confesionalidad al revés, con políticos encabezando procesiones laicas de ensalzamiento sacerdotal, y no ya injerencia, sino intento de atropello pastoral a la voluntad del obispo, que, se supone que siguiendo criterios de reestructuración en la diócesis con más parroquias del país, y con un clero también envejecido y falto de vocaciones, le habría dado ya un par de vueltas al asunto…

De los autobuses se bajó, con toda la parafernalia reivindicativa que requería el caso, una notable cofradía de paraguas en una tarde de lluvia y temporal, y se encaminó, llena de sus razones, hacia el Obispado. Era sábado, fuera de horario de atención al parecer, y las puertas estaban cerradas. Tampoco les debían esperar, a pesar de que los medios venían anunciándolo desde hacía días, porque nadie abrió.

No consta que se citase al papa Francisco sobre lo de las iglesias con las puertas cerradas, tal vez porque era el palacio… Sí que la alcaldesa, en un rapto catequético, lamentase que esas actitudes no ayudan a unir “en estos momentos en que el pueblo está desapegado de la Iglesia”. Parecía el bandido Fendetestas, renunciando esta vez a robar en la casa del cura y dispuesta a regatear con sus atracados. Pero no hubo lugar.

Publicado en el número 3.023 de Vida Nueva. Ver sumario

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