Nace la era Trump, tiempo de levantar muros

Donald Trump investidura como presidente de Estados Unidos 20 enero 2017

El Papa pide paciencia: “Hay que ver qué hace, no podemos ser profetas de calamidades”

Donald Trump investidura como presidente de Estados Unidos 20 enero 2017

MARÍA SERRANO (NUEVA YORK) | Fue un discurso para mostrar fuerza, un discurso enérgico, incendiario y un tanto repetitivo que muchos aseguran que estaba vacío de contenido y, a la vez, fue el que mayor fuerza política expresó. El pasado viernes 20 de enero, tras jurar su cargo ante el presidente del Tribunal Supremo, John Roberts, el 45º presidente de Estados Unidos se dirigió a los norteamericanos con un mensaje claro: América y los americanos son lo primero. “Hoy no estamos solo traspasando el poder de un Gobierno a otro ni de un partido a otro, sino que estamos transfiriéndolo de Washington al pueblo americano”, explicó Donald Trump ante los que se agolpaban en el Capitolio para escucharle. Minutos antes, el cardenal Timothy Dolan, el reverendo Samuel Rodríguez y la pastora Paula White-Cain habían leído extractos de la Biblia para encomendar a Dios la nueva presidencia.

Y es que, si la política estadounidense no huye de la religiosidad, Trump tampoco quiso hacerlo: de hecho, su discurso vino a postular el nacionalismo como respuesta al deseo de salir de la nada, de esa nada en la que se sienten muchos de los que le han votado. “Os digo a todos los estadounidenses, en todas las ciudades próximas y lejanas, pequeñas y grandes, de montaña a montaña y de océano a océano, que oigáis estas palabras: nunca volveréis a ser ignorados”. En uno de los países en los que quizás más se leen las Sagradas Escrituras, muchos estadounidenses supieron identificar rápidamente en esas palabras una actualización de las promesas del gran profeta del Antiguo Testamento: “Nunca más llamarán a tu tierra devastada y abandonada”.

Nacionalismo

Para dar respuesta a las preguntas que asolan a los ciudadanos de su país, Trump escogió con cuidado los pilares sobre los que asentar su discurso, que siguió la línea de su campaña. El más repetido fue el del nacionalismo, el proteccionismo absoluto de “lo propio frente a lo ajeno”: “El juramento que presto hoy es un juramento de lealtad a todos los estadounidenses. Llevamos muchas décadas enriqueciendo a la industria extranjera a expensas de la industria americana. Financiando los ejércitos de otros países mientras permitíamos el triste desgaste de nuestro ejército. Hemos defendido las fronteras de otros países mientras nos negábamos a defender las nuestras. Y hemos gastado billones de dólares en el extranjero mientras las infraestructuras nacionales caían en el deterioro y el abandono”.

Del mesianismo voluntarista de Obama, centrado en su Yes, we can, Trump ha pasado a la sacralización absoluta del poder, ahora arrancado de las manos del establishment: “Durante demasiado tiempo, un pequeño grupo de personas en la capital de nuestra nación ha cosechado los frutos del Gobierno mientras el pueblo soportaba los costes. Washington prosperaba, pero el pueblo no compartía su riqueza. Los políticos prosperaban, pero el empleo desaparecía y las fábricas cerraban. El aparato se protegía a sí mismo, pero no a los ciudadanos de nuestro país”.

Siguiendo la línea populista de su corta pero exitosa campaña, se presentó como el instrumento oportuno de una especie de revancha social: el pueblo contra la casta, la América profunda contra los parásitos de Washington, el poder de la gente contra el de las élites corruptas.

Aunque no aludió directamente a su política migratoria ni a su intención de construir un muro que frene la “invasión” de centroamericanos a través de México –proyecto que iba a ratificar el miércoles 25, al cierre de esta edición–, su propuesta de un proteccionismo furibundo enviaba un mensaje claro. Lo que sí verbalizó fue su deseo de “unir al mundo civilizado contra el terrorismo islámico radical, que vamos a erradicar por completo de la faz de la tierra”.

Mensaje del Papa

Tampoco tuvo palabras para la protección de la vida o para otros temas sociales, que preocupan especialmente en esta nueva legislatura. Por ello, el papa Francisco quiso recordárselos en una carta en la que pide a Dios que le conceda “sabiduría y fuerza en el ejercicio de su alto cargo” y le recuerda que “la familia humana está atravesando una crisis humanitaria grave que exige respuestas políticas unitarias y con visión de futuro”.

“Rezo –añadió el Pontífice– por que sus decisiones estén guiadas por los ricos valores espirituales y éticos que han formado la historia del pueblo estadounidense y el compromiso de su nación para la promoción de la dignidad humana y la libertad en todo el mundo”. Finalmente, instó a que, bajo el mandato de Trump, la grandeza del país siga “siendo medida especialmente en su preocupación por los pobres, los marginados y los necesitados que, como Lázaro, están de pie en la puerta”.

No “con muros”

Más contundente se mostró el Papa en una entrevista concedida al periódico El País el mismo día en que Trump juraba su cargo. Aunque pedía prudencia ante las alarmas desatadas por el nuevo presidente –“hay que ver qué hace, no podemos ser profetas de calamidades”–, advertía de que, “en momentos de crisis, no funciona el discernimiento” y los pueblos “buscan salvadores que les devuelvan la identidad con muros y alambres”.

Puso el ejemplo de Hitler y de su encumbramiento como respuesta a un país que buscaba su identidad, como lo hace Estados Unidos en la actualidad: “El caso de Alemania es típico, un pueblo que estaba en esa crisis, que buscó su identidad y apareció este líder carismático que prometió darles una identidad, y les dio una distorsionada. Ya sabemos lo que pasó…”.

Sobre la política migratoria del magnate americano, Bergoglio añadió: “¿Las fronteras pueden ser controladas? Sí, cada país tiene derecho a controlar sus fronteras, quién entra y quién sale, y los países que están en peligro (de terrorismo o cosas por el estilo) tienen derecho a controlarlas más, pero ningún país tiene derecho a privar a sus ciudadanos del diálogo con sus vecinos”.

Además de los comentarios del Papa, las reacciones al discurso de Trump no han divergido demasiado de las seguidas tras su elección en noviembre. Una manifestación masiva, la Marcha de las Mujeres, dio voz a miles de personas que, en las grandes ciudades estadounidenses, salieron a la calle a protestar contra el nuevo presidente.

También desde la Iglesia se ha animado a asistir a la Marcha por la Vida del próximo 27 de enero, en parte como medida de presión para que la nueva Administración sea clara en los aspectos relacionados con la protección de la vida (si bien esta manifestación pacífica se realiza anualmente en el aniversario de la legalización del aborto en Estados Unidos). El arzobispo de Nueva York, el cardenal Dolan, se ha limitado a pedir oraciones por el gobernante. Lo mismo ha hecho Blase Cupich, su homónimo en Chicago: “Que Dios ilumine a nuestro nuevo presidente”.

Su primera medida, contra el aborto

Aunque los votantes más conservadores todavía tienen recelos sobre su agenda social, Trump firmó el pasado lunes 23 una ley que acaba con la posibilidad de que las organizaciones que trabajan en los países en desarrollo y que incluyen el aborto como una opción de planificación familiar puedan recibir dinero público estadounidense. Su secretario de prensa, Sean Spicer, ha dicho que no era “ningún secreto” que él es “un presidente provida”, y añadió que su deseo es “defender a todos los americanos, incluyendo a los no nacidos”. Tanto el cardenal Dolan como otros miembros de la Iglesia han aplaudido la medida por proteger “el derecho humano más fundamental”. La organización provida Susan B. Anthony List anima a “frenar la promoción del aborto, y más con nuestros impuestos”, mientras el padre Frank Pavone, presidente de Sacerdotes por la Vida, se alegra de ver los primeros frutos: “Las encuestas muestran el rechazo mayoritario de los americanos al aborto, y el presidente los ha escuchado”. La Asociación Católica también ha emitido una nota de prensa esperanzada con “los pasos de Trump para cumplir con sus promesas provida”.

Publicado en el número 3.021 de Vida Nueva. Ver sumario

 


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