De incógnito

Olga María del Redentor, priora del convento de las Carmelitas Samaritanas del Corazón de Jesús

Olga María del Redentor, priora del convento de las Carmelitas Samaritanas del Corazón de JesúsOLGA MARÍA DEL REDENTOR | Priora del convento de las Carmelitas Samaritanas del Corazón de Jesús

Hoy día, los religiosos tenemos que ser como Simeón: estar atentos, expectantes siempre a Jesús que viene, a Jesús que pasa. Y a Jesús que viene y pasa de las maneras más humildes, más sorprendentes, porque Él vuelve a venir de incógnito. Nuevamente viene, nos sale al encuentro, y… el mundo no se entera, el mundo no le conoce.

Pero lo más preocupante de todo esto no es que el mundo no le conozca, sino que, entre los propios religiosos, muchos no le reconocemos; muchas veces no le vemos, no le identificamos. En la Eucaristía, el Absoluto otra vez, una vez más, permanece de incógnito. Está presente en nuestra historia y está presente, pero de incógnito.

Desde ahí, ¿qué sentido tiene para nosotras hoy estar consagradas? Primero, significa que le reconocemos como Señor de la historia y queremos seguir viéndole y seguir contemplando esa luz que alumbra a las naciones. Significa ser contemplativas, comprender y acoger que Él es el Absoluto, el Único que puede redimir al hombre, el único Redentor del hombre; y que nos adherimos con nuestra vida y con nuestra consagración a Él.

Solamente con esta pasión de amor por la cruz y por el Crucificado, por Jesucristo, daremos un sentido a nuestra vida. Si no, corremos el riesgo –¡y esto es patético!– de convertirnos en solterones con hábito. ¡Me horroriza eso!

Hermanos y hermanas consagradas: ¡no me permitáis nunca vivir así! ¡Exigidme vivir siempre apasionadamente enamorada de Cristo! Y, si el amor va perdiendo fuerza, si va perdiendo brillo… ¡obligadme a parar en seco para ver qué pasa, para buscar el amor primero, para avivarlo, para resucitarlo, para volverle a dar toda la fuerza!

Cada vez que renovamos la fórmula de la profesión es un eco de la entrega de Jesús en la Eucaristía. Al fin y al cabo, somos hostias entregadas, hostias pequeñas, pero inmoladas, partidas, rotas, dadas, entregadas para los demás. De incógnito.

Publicado en el número 3.021 de Vida Nueva. Ver sumario

 


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