La (no) fe de los millennials

Reunimos a cinco jóvenes alejados para descubrir cómo puede reconquistarles la Iglesia

cinco jóvenes millennials alejados de la Iglesia reunidos por Vida Nueva para hablar de Iglesia y jóvenes Sínodo 2018

Repican campanas. Toca misa de una. Es un domingo cualquiera en La Latina (Madrid), lugar de referencia para irse de cañas en la capital. La parroquia de San Andrés nos llama… ¡a todos! Aplazamos la respuesta. Tenemos una cita en un lugar con el mismo nombre. Es una cervecería. Debate –caña en mano– con jóvenes alejados. Cinco millennials educados bajo el paraguas de la fe. ¿La Iglesia no ha sabido mantenerlos “a la verita suya”? ¿O ellos no han sabido captar el mensaje? A estas preguntas busca respuesta Francisco. Por eso, el 13 de enero se presentó en Roma el documento preparatorio del Sínodo de 2018 dedicado a “todos los jóvenes de nuestro tiempo”, no solo a los católicos. La Iglesia “en salida” de Bergoglio quiere conquistar, y para eso “no puede quedarse en el ‘siempre se ha hecho así’”.

El Papa invita a los jóvenes a descubrir a Dios en medio de una sociedad que “está aprendiendo a vivir sin Él y sin la Iglesia”. Con esa premisa, Vida Nueva convoca este encuentro con alejados. Y con un clérigo de su generación: el misionero redentorista Damián María Montes (Granada, 30 años), que no ceja en su empeño de evangelizar con la música en terrenos no precisamente católicos. Prometemos que la cita no les robará más de dos horas. Sin querer, esas palabras se convierten en falsas. Multiplicamos el tiempo por dos. Ninguno bosteza.

Ni pertenecia ni rechazo: indiferencia

Rompemos el hielo. ¿Sorprende que una revista de información religiosa os llame para hablar de vuestra fe? “Sorprende el enfoque. Pensaba que una revista católica iba a citar a un grupo de jóvenes católicos para abordar el tema”. Quien responde es Flor Amarilla (Cáceres, 23 años). Ella se ha planteado su fe –sobre todo al leer San Manuel Bueno, mártir–, aunque “quizá en los últimos años no tanto”. Su madre va a misa semanalmente y Flor solía acompañarla, pero hubo un momento en el que se empezó a desinteresar: “Escuchaba el sermón y como que no… No conectaba conmigo”. No afirma categóricamente que no es creyente, pero “la Iglesia no está ahora en mi agenda. No la rechazo, pero me produce indiferencia”, matiza.

No obstante, los valores transmitidos por su familia la han hecho una persona solidaria. En 2014, creó una asociación sin animo de lucro. Hoy, Rafiki Bora permite a 14 niños ser escolarizados en Mukuro, un barrio marginal de Nairobi (Kenia).

“No hay que preocuparse solo de las homilías”

En una comunidad autónoma limítrofe nació Manuel Rodríguez (Sevilla, 26 años). Este joven decidió emprender, pero con un componente social, en cuanto a que busca ayudar al empoderamiento ciudadano y a la mejora de la democracia. A través de la web divulgativa Cámara Cívica, acerca la política a la sociedad. Sobre el encuentro, Manuel considera “muy interesante que se piense que tienen algo que aportar personas formadas en un ambiente católico y que, por tanto, han adquirido esos valores, pero que con el tiempo se han desvinculado”. “Pero desvincularse para un sevillano es complicado”, le interrumpe Damián entre risas. “Y tanto –contesta–, porque en mi familia somos todos cofrades”.

El sevillano se considera una persona espiritual. “Es verdad que la parte ritual no la practico tanto, no voy a misa, la última vez fue en una boda”, indica. Sin embargo, considera que hay muchas formas de vivir el cristianismo: “No es solamente la homilía, sino preocuparte por los demás. Como dice mi abuela, con su forma de entender el Evangelio: ‘Si ves a una persona que está mal, ayúdala, estarás ayudando a Cristo’. Esa es mi forma de entender el mundo”.

Jaime Redondo (Madrid, 17 años) es el más joven de la convocatoria. Un fuera de serie. Estudia Matemáticas y Física y el año pasado ocupó alguna que otra portada. No es un alumno 10… es un 14. Y es que esa fue la calificación que obtuvo en Selectividad. La más alta de toda España. Jaime cree que estos encuentros deberían propiciarse más. “Da la sensación de que en la Iglesia solo se reúnen practicantes, personas que tienen una opinión más uniforme. Es muy enriquecedor unir a personas con visiones diferentes, la suma siempre aporta. Y la Iglesia tiene que intentar ser vista como un lugar al que puedes acudir para mucho más que ir a misa”.

Es quien más contacto tiene con la Iglesia, al menos hasta el sol de hoy. Cada sábado acude a un grupo de confirmación, sacramento que recibirá el próximo año. “He reflexionado bastante sobre mi fe, y sí, puedo decir que soy creyente. Pero lo que no sé si puedo afirmar es que en lo que creo es lo mismo que lo que predica la Iglesia”, explica. Este joven de Leganés se siente vinculado a su iglesia con minúscula, pero no a la Iglesia con mayúscula. “En mi parroquia me siento bien. Sin embargo, si me sacas de ahí me siento más desvinculado”, añade. “Para mí ser católico significa tener un interés especial por el Evangelio, asumirlo como propio y participar de una comunidad”, reconoce.

“Valoro la labor asistencial y caritativa de la Iglesia”

Carlos Jerez (Tenerife, 25 años) y Clara Rodríguez (Tenerife, 26 años), más que alejados se sienten poco identificados. “No diría que no soy creyente, porque siempre hay matices”, explica Carlos, que trabaja en el departamento financiero de una multinacional. “Considero que mi familia es creyente y siempre me han inculcado la importancia de creer. Pero no solemos ir a misa”, recalca. De hecho, en el último año ha acudido a dos bodas, ambas por lo civil. Ni siquiera recuerda la última vez que escuchó una homilía, aunque sospecha que tuvo que ser en una misa de duelo. Y es que este joven se enmarca dentro de ese 70% de católicos que recoge el barómetro del CIS, y del 58,6% que solamente acude a misa en bodas, bautizos, comuniones y funerales. Unos datos que son más alarmantes en los jóvenes de 18 a 24 años, donde solo el 45,7% se considera católico y un 6,2% admite ir al menos una vez en semana a misa.

Por su parte, Clara no se manifiesta creyente. “Mis padres, pese a no ser cristianos, quisieron que estudiara en La Salle. Mi experiencia en el colegio no fue mala, pero salí reacia hacia la religión, porque sentía que había demasiada imposición. Mi reacción siempre ha sido la de estar a la defensiva, aunque, por supuesto, respeto cualquier creencia y valoro muy positivamente la labor asistencial y caritativa de la Iglesia”, explica la psicóloga tinerfeña, que actualmente se prepara para la oposición de psicología clínica.

Damián espera que acabe y lanza su pregunta: “¿En qué no crees?”. Clara reflexiona y contesta: “Para ser creyente tienes que tener fe y yo no la siento. Seguramente en algún momento la sentí, pero ahora no”.

Publicado en el número 3.020 de Vida Nueva. Ver sumario

 


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