Contagiando mi fe

Virginia Cardelosa Camacho, universitaria católica

Virginia Cardelosa Camacho, universitaria católicaVIRGINIA CARDELOSA CAMACHO | Universitaria católica

Desde pequeña he vivido en un ambiente donde la vida cristiana es algo tuyo, que has de compartir con mucha gente, porque es alegría, pero algo personal. Y de la misma manera en la que no me han de juzgar por otras características, no deberían juzgarme tampoco por mi fe.

Soy cristiana y no me importa llevar una cruz colgando del cuello. Hay gente que piensa que la protege el colgante de las Reliquias de la Muerte; pues yo creo que una cruz de madera me protege a mí. Pues bien, este símbolo ha causado muchos comentarios. Cito algunos, eliminando los ofensivos: “¿Tía, eso que llevas es una cruz? ¿Y eso?”; “¿Eres cristiana de verdad o de postureo?”; “¡Hala tía, no te pega!”.

De todos estos comentarios, el que más me ofendió fue el último. ¿Cómo tiene que ser un creyente? Y entonces es cuando demuestro que un creyente no es el que va a misa solo los domingos, que es quien vive la vida de otra forma, es ser alegría, es ser compasivos, es pedir perdón, es vivir y ayudar. Una vez que todas estas palabras salen de mi boca y llegan a los oídos de la otra persona, finaliza mi conversación.

Hay tres cosas sobre las que no se puede hablar con todos: de fútbol, de política y de religión. La primera me encanta. A la segunda no le veo salida. Y la tercera, según con quien. En concreto, con una de mis mejores amigas. Le cuesta aceptar que existe Dios, pero ha rezado por mí. Estas personas, sin ser creyentes, forman también parte de lo que muchos llaman “vida cristiana” y forman parte de la mía, así que le pese a quien le pese, están dentro.

Los cristianos tenemos que demostrar que somos personas, no raros, que ponerte a bailar con un hábito no es un impedimento, que levantarte a las seis de la mañana para ducharte con agua fría en Ávila importa poco si vas a provocar miles de sonrisas. Es lo que tenemos que entender los que creemos, y los que no también: que la vida es motivo de alegría, que si creo en Dios y tú no, déjame decirte que probablemente tengas un Dios para ti, aunque no tenga un templo y una imagen. Pero dentro de todos, existe uno.

Publicado en el número 3.020 de Vida Nueva. Ver sumario

 


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