Gabón, paralizada ante una “lucha familiar” por el poder

joven en una tienda destrozada por la violencia postelectoral tras los comicios de diciembre 2016 cuando ganó el opositor frente a la dictadura

Un sacerdote local denuncia que la Iglesia guarda un “silencio cómplice” ante el régimen que aleja a sus fieles

joven en una tienda destrozada por la violencia postelectoral tras los comicios de diciembre 2016 cuando ganó el opositor frente a la dictadura

Ola de violencia, tras la victoria de Bongo

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | Jean Ping, líder de la oposición en Gabón, ha denunciado días atrás ante el Tribunal Penal Internacional que en su país se produjeron “crímenes contra la humanidad” en la noche del pasado 31 de agosto. Cuatro días antes, clamó que había ganado las elecciones ante Ali Bongo, que habría inflado los resultados en su departamento natal para, por un margen de menos de 6.000 votos, volver a repetir en el poder. En los días siguientes, especialmente ese día 31, la tensión derivó en violencia generalizada, con decenas de muertos, heridos, desaparecidos y detenidos.

Esta es la secuencia oficial de los hechos… Aunque, según el sacerdote y religioso local Martin (nombre ficticio para preservar su seguridad), la intrahistoria es aún menos alentadora. En conversación con Vida Nueva, deja claro que la aparente lucha de poder no es entre demócratas y defensores de una dictadura que nació en 1967 con Omar Bongo, padre del actual presidente, quien dejó la presidencia del país a su hijo en 2009. “En realidad –denuncia–, estamos ante una lucha familiar”.

Y relata: “Ali Bongo y Jean Ping fueron ministros de Omar Bongo y aliados, hasta que Ping no renovó su cargo como presidente de la Comisión de la Unión Africana… Entonces culpó al actual presidente de no apoyarle, naciendo la lucha entre ambos. Pero, para entender realmente todo, hay que tener en cuenta dos cosas: Omar Bongo tenía como amante a quien hoy es la presidenta de Tribunal Constitucional, con dos hijos incluidos. Cuando ante esa institución apeló Ping para denunciar el pucherazo electoral, ¿cómo alguien podía esperar que así se reconociera? Además, el propio Ping también tiene hijos con la hermana del actual presidente… El problema de fondo es que el país padece las consecuencias de una lucha familiar”.

Consciente la población de esto y de que la única alternativa es “alguien que no es un auténtico opositor”, Martin lamenta ese vacío de esperanza. Toda aspiración al cambio real, recalca, “se perdió en abril de 2015, cuando murió en Camerún André Mba Obame, sin que quedara claro cómo falleció. Él fue el candidato frente a Ali Bongo en 2009, cuando también hubo sospechas de pucherazo”. Hoy no se adivina una figura semejante, aunque él sueña con que llegue pronto.

Pero lo que más le duele es que la Iglesia no ofrecezca esperanzas: “Como ocurre en Guinea Ecuatorial, está muy apoyada por el Gobierno, teniendo una dependencia económica y con su red de escuelas. En la práctica, esto se traduce en un silencio cómplice, no posicionándose nunca ante la vulneración de los derechos básicos que padece la gente”. La consecuencia es que “cada vez son más los que pierden su confianza en nosotros y se pasan a las sectas. Nos asocian a la riqueza y al silencio”. Sí se rebelan sacerdotes y religiosos jóvenes, aunque sin una incidencia real: “Yo denuncio las cosas en mi parroquia, pero no tengo el eco que tendría un obispo… Anque muchos tratamos de posicionarnos, reina el miedo a que nuestras familias puedan ser amenazadas”.

“Les arrancan la lengua o el sexo…”

Como cada año, la Iglesia gabonesa celebra unas jornadas contra los crímenes rituales. Pese a este compromiso por desterrar un vestigio de superstición con funestas consecuencias en ciertos puntos de África, Martin también ejerce la autocrítica: “Ocurre en mi país cada vez que hay elecciones, como ahora. Gente de arriba, influyente, encarga estos ritos a sicarios que cogen a personas y les arrancan la lengua o el sexo… Lo hacen para tratar de ganarse a ciertos espíritus. ¿Y qué pasa cuando esto ocurre? Que, como mucho, el delincuente pasa unos meses en la cárcel y queda impune el que lo instiga. A este es al que hay que señalar, empezando por la Iglesia. Pero hablamos de gente muy poderosa a la que no interesa dañar”.

Publicado en el número 3.018 de Vida Nueva. Ver sumario

 


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