Agustinos: el cambio encarnado en la Cuba sin Fidel

Diez años después de su regreso, los religiosos agustinos aprecian una mayor presencia pública de la Iglesia

Aldo Marcelo Cáceres Roldán y agustinos en La Habana Cuba actividades pastorales desde hace diez años

Aldo Marcelo Cáceres celebra una misa al aire libre en la comunidad de Santa Bárbara, a la espera de tener un templo

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | El agustino Aldo Marcelo Cáceres Roldán comparte con Francisco su nacionalidad y su pasión por encarnar “una Iglesia en salida”. Criado en Santa María, una tierra de misión para la Orden de San Agustín, su “inquietud vocacional y el cultivo de su espíritu misionero” encontraron muy pronto eco en el carisma agustino, sobre todo gracias al testimonio de “los frailes que desgastaron sus vidas por los Valles Calchaquíes”. Con la mayoría de edad, entró en la universidad en Buenos Aires, estudiando Ingeniería Química. Pero ya entonces profundizaba en su discernimiento vocacional. Finalmente, dio el paso y, tras varios avatares en un tiempo convulso para la congregación, en 1992 entró en el noviciado agustino.

(…) Entonces supo que la Orden pedía voluntarios para Cuba. Escuchó el testimonio de los primeros agustinos que regresaron hace ahora diez años a la Isla (los primeros agustinos, norteamericanos, estuvieron ya allí entre 1899 y 1961, siendo expulsados por la Revolución). Le describieron “momentos difíciles”, pero venció al “miedo” y se sintió llamado a “caminar junto al pueblo cubano”. (…)

Pero es el trabajo en la parroquia, insertada en un ámbito tan popular como conflictivo, el que le ha dado una nueva energía en su vocación: “La gente es sencilla, alegre, calurosa y solidaria. Desde la escucha y el diálogo sincero, son el corazón de una auténtica pastoral social”. Con la ayuda de Cáritas Habana, la ONGA agustiniana, la Curia general de la Orden y otras ayudas internacionales, han dado en este tiempo un nuevo empuje a una realidad que se ha ido cultivando durante una década, desplegando varios proyectos para el desarrollo social, ético e integral de las distintas comunidades a las que acompañan en toda Cuba. (…)

Todo ello, recalca el agustino, es un claro síntoma del punto en el que están las relaciones Iglesia-Estado, tras tantos avatares en estas décadas de Revolución: “No solo es tolerancia, sino mutuo respeto, estar dispuestos al diálogo para apostar por el bien común. La virtud de la prudencia y el encuentro sincero con el otro han permitido que el Estado nos deje ir abriendo campos de educación complementaria, como puedan ser la informática, el arte o los idiomas”. “Cuando inicié el proyecto para educar en valores por medio del deporte –narra a modo de ejemplo–, me citaron destacados representantes oficiales del barrio para que participara en una asamblea y, así, todos los demás supieran de nuestra contribución. Cuando las cosas se hacen desde el diálogo sincero, el amor, la verdad, la gratuidad y la solidaridad, llegan frutos sorprendentes”.

Publicado en el número 3.016 de Vida Nueva. Ver sumario

 


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