Tras la victoria de Trump, consumidos por el miedo

estadounidense en la noche electoral preocupado por la victoria de Donald Trump

JOSÉ H. GÓMEZ, arzobispo de Los Ángeles | Desde las elecciones presidenciales del 8 de noviembre y la victoria de Donald Trump, nuestro pueblo está sufriendo, tiene miedo. Desde la Iglesia católica queremos escuchar su voz, la voz de todos aquellos que sienten que han sido olvidados. Estados Unidos tiene que empezar a construir puentes que unan a la gente; nosotros, en primera persona, tenemos que llegar a aquellos que más sufren. Y este es el momento de construir en unidad, de sanar comunidades a través de nuestro amor al prójimo y de nuestra caridad hacia aquellos que la necesitan.

Las elecciones presidenciales y todo lo que han supuesto no son solo una cuestión política, sino una cuestión humana. Todos somos hijos de Dios, lo que implica que todos somos hermanos: esta es nuestra verdadera identidad. No somos liberales ni conservadores; antes que nada, somos hijos de Dios.

Desde las elecciones, he podido hablar con niños de nuestras escuelas católicas que tienen miedo, que piensan que el Gobierno va a deportar a sus padres en cualquier momento. Ahora mismo, en todas las ciudades de Estados Unidos hay niños que se van a la cama aterrorizados, padres que no pueden dormir porque no saben qué va a ser de ellos. Esto no debería pasar en América. Somos mejores que esto. Pero a lo largo de los años hemos dejado que el tema de la inmigración nos consuma.

El sistema migratorio no funciona: nuestros líderes podrían haber unido fuerzas y resolver este problema durante los últimos 20 años. Más de dos millones de personas han sido deportadas en los últimos ocho años, y a nadie parece importarle. Salvo a esa pequeña niña que vuelve del colegio a casa para descubrir que sus padres ya no están esperándola.

Deberíamos aspirar a más, esperar más de nuestros políticos y de nosotros mismos. Niños asustados, hombres ansiosos, mujeres pensando en huir o esconderse. Eso es lo que está pasando aquí, en Estados Unidos. Y la respuesta no son los gritos y las explosiones de violencia en las calles, que nunca resuelven nada: somos gente de paz, compasivos; elijamos el amor por encima del odio, la misericordia por encima de la venganza. Solamente estas son las herramientas para reconstruir el verdadero sueño americano.

Solo con Dios y con la intercesión de la Virgen de Guadalupe lograremos encontrar una solución a la situación de las miles de personas que no tienen papeles. Y mientras tanto, desde la Iglesia, les decimos: “¡No estáis solos! ¡Nunca os abandonaremos! Estáis en nuestras oraciones”. Como también lo está el presidente Trump; pidamos que Dios le conceda sabiduría y misericordia, y un corazón compasivo que comprenda el dolor de los que sufren.

Y al resto de nuestros líderes, para que con espíritu de unidad realicen un gesto humanitario y frenen las deportaciones. Y pidamos por nosotros: para que Dios sane las heridas y cierre la terrible brecha que ha dividido a nuestro país en dos tras las elecciones del 8 de noviembre.

Que Nuestra Señora de Guadalupe, Madre de Cristo y de todos los americanos, cuide de nosotros y nos ayude a convertirnos en una verdadera nación bajo el amparo de Dios. ¡Ruega por nosotros, por nuestros líderes y por nuestro país!

Publicado en el número 3.012 de Vida Nueva. Ver sumario

 


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