‘Inmaculadas’ en el Prado: la belleza ideal del Siglo de Oro

exposición en el Museo del Prado Inmaculadas. Donación Plácido Arango Arias

El Museo madrileño muestra la evolución del canon femenino a través de cuadros de Zurbarán, Valdés Leal, Herrera el Mozo y Mateo Cerezo

exposición en el Museo del Prado Inmaculadas. Donación Plácido Arango Arias

Un visitante observa las obras de la Inmaculada Concepción expuestas en el museo madrileño

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | “La Inmaculada Concepción constituyó una especie de seña de identidad iconográfica para el mundo hispánico durante la Edad Moderna”, afirma Javier Portús, jefe del Departamento de Pintura Española (hasta 1700) del Museo Nacional del Prado. Prácticamente, surge en todo su esplendor en el Siglo de Oro porque el asunto concepcionista fue muy extraño –y escaso– en la Edad Media y apenas en el siglo XVI tuvo divulgación más allá de los franciscanos.

Con la Contrarreforma, sin embargo, la iconografía de la Inmaculada pasa a ser en el Barroco un verdadero tema de moda. Y Francisco de Zurbarán fue un indudable protagonista en la difusión pictórica de la figura de temática concepcionista de la Virgen María. Al pintor extremeño se le atribuyen, al menos, quince Inmaculadas. Tres pueden verse en esta extraordinaria exposición del Prado, Inmaculadas. Donación Plácido Arango Arias, recién inaugurada en la sala 10 A del edificio Villanueva.

Esta pequeña y delicada muestra –abierta al público hasta el 19 de febrero– exhibe seis obras maestras datadas de 1630 a 1680 y, ante todo, enseña cómo la representación de la Inmaculada Concepción en el Siglo de Oro osciló entre dos versiones estéticas, e indudablemente también teológicas: la más íntima y recogida, que usa como modelo la “mujer apocalíptica” vestida de sol tomada de los textos de san Juan, frente a la más dinámica y colorista de la Escuela Sevillana, dominada por el modelo de la Tota Pulchra del Cantar de los Cantares.exposición en el Museo del Prado Inmaculadas. Donación Plácido Arango Arias

Aunque entre una y otra hay otras muchas variaciones. Tanto que Zurbarán, por ejemplo, apenas repitió modelos concepcionistas. “Zurbarán demostró una notable voluntad de variación, pues las fórmulas que adoptó son múltiples. La incorporación de las dos Inmaculadas de Plácido Arango al Prado permite advertir esa variedad, ya que responden a modelos diferentes”, destaca Portús. El Prado, de hecho, incluye en esta mínima exposición temporal la otra Inmaculada de Zurbarán que posee, adquirida en 1956, como punto de encuentro entre estas dos tendencias y ejemplo del modelo de Inmaculada más mayoritariamente representado en el Barroco.

La Inmaculada Concepción –cuya festividad no se instauró en España hasta 1644– sirvió también para que los pintores del Barroco expresaran los sucesivos ideales de belleza femenina. Zurbarán los exploró casi todos. La comparación entre las tres obras que posee el Prado es, según Portús, “sumamente interesante”.

El conservador, también comisario de la exposición, las destaca precisamente por constituir iconos de esos modelos prácticamente enfrentados. Sobre todo, esta dualidad se observa en las que Zurbarán pintó en 1630 y en 1635. “Son dos caras de la misma moneda”, afirma Portús. En la primera, procedente de la colección Arango, “la representa niña, con los brazos abiertos, mirando al cielo y con un amplio vuelo de la túnica y el manto. Toda ella está bañada en una intensa luz amarilla”, según la describe. La segunda, que ingresó en el Prado en 1956 por una donación anónima, “representa a una Inmaculada muy recogida, que mira hacia abajo en actitud devota, junta sus manos en oración, apenas despliega su manto y en el entorno que la rodea se alternan las zonas de luces y sombras”.

Variaciones de un tema

Este mayor recogimiento no era común en la escuela sevillana en la que creció Zurbarán. Y esta anormalidad hacía que se considerara a esta Inmaculada niña como la más antigua conocida del pintor, “pues en principio parecía que obedece a una fórmula más arcaica”, como destaca Javier Portús. “Sin embargo, la radiografía ha desvelado que, en origen, la intención de su autor –revela el comisario– fue desplegar su manto, de manera casi idéntica a como se despliega el de la Inmaculada del Museo Diocesano de Sigüenza, y parecida a como lo hace el de la Inmaculada de la donación”.

Ambas, en cualquier caso, dan mayor protagonismo todavía a la segunda Inmaculada de Zurbarán procedente de la donación Arango, fechada en 1656, más de veinte años después que las anteriores. “Muestra, por un lado, la ya aludida capacidad de Zurbarán para hacer variaciones de un mismo tema”, apunta Portús. Y, sobre todo, está vinculada al conjunto de Inmaculadas más famoso del Prado: las cinco de Murillo, la más temprana fechada a principios de la década de 1660. “Esa Concepción niña, de la última década de la carrera de Zurbarán, enlaza de manera natural con Murillo”, explica el comisario. “De esta manera, la colección del Prado permite asistir a la evolución del tema concepcionista en Sevilla –añade–, desde las etapas iniciales de la carrera de Zurbarán hasta los años finales de la producción de Murillo, mediante obras, además, de una más que notable calidad”.

Esta rica tradición de representaciones concepcionistas sevillanas de la segunda mitad del siglo XVII se completa con otro gran nombre de la pintura hispalense, Juan Valdés Leal. Su Inmaculada, fechada en 1682 –el año precisamente en el que murió Murillo–, es introspectiva y delicada. “Constituye una alternativa al tipo de Inmaculada que se había impuesto tanto en la pintura sevillana como en la madrileña de la época”, explica Portús.exposición en el Museo del Prado Inmaculadas. Donación Plácido Arango Arias

“Frente a las obras dinámicas, expansivas y de lectura inmediata de Murillo, Juan Carreño, Claudio Coello o el mismo Valdés Leal –manifiesta–, aquí nos encontramos ante una figura que cruza sobre el pecho sus manos, con las que recoge su manto, y mira sumisa hacia abajo, todo lo cual la acerca, en clima emotivo, a la de Zurbarán que poseía el Prado”.

A este Zurbarán y a estas cuatro Inmaculadas sevillanas de la donación Arango se le ha sumado una nueva obra que el coleccionista ha entregado ahora al Museo del Prado: la única obra concepcionista de Francisco de Herrera el Mozo, autor también del magnífico El sueño de San José, lienzo incluido en la donación del año pasado. Su Inmaculada Concepción, contenida en lo formal y en lo emotivo, tiene mucho en común con la de Valdés Leal. “En esta obra se crea alrededor de María una retórica relacionada con su virginidad, y que culmina en un espejo. Y es precisamente otro espejo el lugar al que señala con el dedo el ángel que se aparece a José en sueños para explicarle la virginidad de María”. Herrera el Mozo, precisamente, fue un punto de encuentro entre la Escuela Sevillana y la tradición concepcionista madrileña, de amplio dinamismo y gama cromática, representada por la Inmaculada de Mateo Cerezo, datada en torno a 1660, pero, sin duda, plenamente barroca.

Donación de Plácido Arango

La Inmaculada de Francisco de Herrera el Mozo hace que sean 26 las obras donadas por el empresario Plácido Arango al Prado. La pinacoteca madrileña ha aprovechado la inauguración de Inmaculadas para publicar un catálogo coordinado por Javier Portús con los 22 lienzos –con tres zurbaranes: las dos Inmaculadas más San Francisco en oración– y cuatro estampas goyescas que conforman una donación que “palia alguna de las carencias” del Prado y añade cuatro nombres a los artistas de su espléndida colección: el flamenco Pedro de Campaña, “figura fundamental para entender la pintura del siglo XVI en Sevilla”; los paisajistas Alejandro de Loarte y Francisco Barrera; y el barroco Francisco López Caro.

Publicado en el número 3.009 de Vida Nueva. Ver sumario

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