Del Gólgota de la cárcel al triunfo de la vida

Neyda Rojas, religiosa mercedaria realiza pastoral en la Penitenciaría General de Venezuela

La religiosa Neyda Rojas es el alma de la peligrosa Penitenciaría General de Venezuela

Neyda Rojas, religiosa mercedaria realiza pastoral en la Penitenciaría General de Venezuela

La mercedaria lleva 18 años realizando tareas de pastoral en la prisión

Del Gólgota de la cárcel al triunfo de la vida [extracto]

BLANCA RUIZ ANTÓN | Trabaja desde hace 18 años en la pastoral de la Penitenciaría General de Venezuela (PGV), en San Juan de los Morros, la cárcel más grande y una de las más peligrosas del país. Neyda Rojas, misionera mercedaria, lleva cada día a sus más de 6.000 “privados de libertad” misericordia y un “poquito de luz y de esperanza”, porque, según cuenta a Vida Nueva, “siempre se puede hacer algo por ellos”.

Su labor es dura, pero la realiza con un gran sentido del humor; con él se define como “la madre de los presos; no por la edad, sino por la función que desempeño”. No hubiera sido extraño que hubiera muerto en cualquier tiroteo de los que se producen con frecuencia aquí, pero pasea por todos los pabellones, sin miedo, “como un signo de paz”. “Cuando hay tiros le rezo al Señor: ‘Sé que no dispararán contra mí, en Ti confío’. Y nunca me ha pasado nada”, explica con voz tranquila. “La fuerza –recalca– viene de Dios. Si no, no podría entrar aquí”.

Neyda es venezolana de pura cepa: “De la Grita, del Estado de Táchira, a los pies de los Andes”. Con ello quiere mostrar sus orígenes humildes: “Estoy muy agradecida a mis padres. Somos una familia humilde, pero muy unida. Todos católicos”. Si bien eso no se lo hizo más sencillo. “Tenía 15 años cuando quise entrar como mercedaria misionera, pero mi padre me dijo que no, que hasta que no tuviera el diploma no entraba a monja. Me gradué en Educación Especial. Mientras estudiaba, ayudaba a las hermanas a enseñar el catecismo por los barrios, y me fui enamorando de este mundo de amar y servir”.

Aunque la comunidad de las mercedarias es muy pequeña en San Juan de los Morros, ella se las arregla cada día para escaparse a la cárcel. “Les doy clases, pero sobre todo les acompaño”, sostiene. La vida aquí no es nada sencilla. Es una prisión en la que “el control no lo tienen los policías, como ocurre en tantas prisiones de América Latina”. Pero ella conoce las normas que rigen dentro y que se basan en “hacer lo que dice el líder”. En eso también obedece: “Si te dicen que te quedes en un lugar y no salgas, no sales. Si te dicen que por hoy se acabó la clase, pues se acabó. Quien obedece nunca se equivoca. Yo lo hago y siempre veo signos de esperanza”.Neyda Rojas, religiosa mercedaria realiza pastoral en la Penitenciaría General de Venezuela

Una auténtica todoterreno

Neyda enseña de todo un poco. Desde alfabetización básica hasta anatomía vegetal y animal. “No es tan sencillo –reconoce– que entren aquí profesores para dar estas clases; por eso mi hermana, que es ingeniera agrónoma, me prepara las lecciones y me las envía por correo. Yo me las aprendo, las estudio y se las cuento”. Pocas dificultades son insalvables para ella: “He hecho de enfermera y he suturado cuando se han dado motines. O, si ha hecho falta, también he mediado entre los policías y los presos si han cogido rehenes”. Sabe que ha conseguido que se le respete: “La palabra de la hermana es la palabra de la hermana. Respetan mi persona y lo que digo”.

Pero no siempre son los presos los que ponen dificultades: “También la guardia se ha puesto ‘brava’ alguna vez. Yo intento ser delicada y prudente. Cuando esto pasa, me quedo callada, espero que se le bajen los humos y después consigo lo que quiero. Es mejor ser humilde que soberbia”.

Con perspectiva, se congratula de los avances que sus “chicos” han hecho estos años: “Hay menos violencia y menos muertes, poco a poco toman conciencian de que deben respetarse”. Algo providencial aquí: “Cuando entras, ellos enseñan sus armas; al principio eso asusta, pero intento no centrar la mirada en la pistola. Les conozco por su nombre, les saludo. Intento ser un signo de amor, de libertad, de cariño, de ternura”. En definitiva, un signo de misericordia.

Neyda guarda buena relación con la mayoría de los presos, aunque centra su acción “en los que están más solos y no tienen familia”. Para ella, la cárcel es como el Gólgota, “porque después está la Resurrección”. Por eso, recuerda con especial cariño a Bruno Matasiete: “Él me decía: ‘Madre, huelo la sangre. Nací para matar y voy a matar’. Intentaba distraerle, pero no siempre lo conseguía y muchas veces se levantaba, mataba y no pasaba nada. Hasta que un día tuve la idea de montarle una cooperativa. Le compré un cajón de lustrar zapatos con el betún y el pañito, para que así pudiera ganar algo de dinero. Le agarró tanto cariño al lustre que comenzó a matar menos”.Neyda Rojas, religiosa mercedaria realiza pastoral en la Penitenciaría General de Venezuela

El Matasiete estuvo en la cárcel 18 años. Durante ese tiempo, el cajón de lustrar y la comprensión de la hermana le cambiaron: “Ahora es pastor evangélico. Una vez lo encontré por la calle y me pidió la bendición. Me dijo: ‘Gracias a usted soy lo que soy’”, dice emocionada.

También recuerda con cariño a Gregorio: “Tenía unos 60 años y estaba en alfabetización básica. No sabía nada, aprendió muy poquito. Un día me pidió una hoja y un lápiz porque ya no quería atender más. Al final de la lección, me entregó un folio con mi retrato. ¡Era un artista! Al día siguiente le llevé un cuaderno y carboncillos para que pudiera ganarse un poco de dinero vendiendo sus dibujos en los días de visita”. Al final le consiguió la libertad debido a su avanzada edad. “Hoy cuida una finca, y de vez en cuando se pone en la Plaza Bolívar a vender sus cuadritos”.

Sus presos saben del Año de la Misericordia por ella: “Les expliqué que en la catedral de Caracas abrieron una puerta en la que, si pasabas por ahí, se te perdonan los pecados. Les dije que cuando pasaran a su celda era como aquella puerta santa”. Por eso insiste en que este Jubileo es para ella “una llamada aún más fuerte a ser signo de la misericordia y la ternura de Dios”.

Publicado en el número 3.008 de Vida Nueva. Ver sumario

 


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