Las obras de misericordia (4): vestir al desnudo

“Lo que más abriga es el amor”

portada Pliego Vestir al desnudo 3005 octubre 2016

INMA SOLER, Comunidad Villa Teresita | No podemos imaginar qué es vivir a la intemperie, sentirse desnudo, ninguneado, desprotegido, expoliado. No podemos imaginar qué es gritar y que no te oigan, pasar y que no te vean, morir y que nadie te eche de menos. Son los últimos, los invisibles, los que no cuentan, “ante quien se vuelve el rostro”. Han perdido no solo la ropa, sino sus derechos, su dignidad.

Acercarse a sus vidas es tocar las llagas del Crucificado, llagas que entre todos generamos con nuestra indiferencia y colaboración con las estructuras de pecado; llagas que nos molestan porque huelen mal, porque gritan y nos desenmascaran. Adentrarse en sus vidas es pisar tierra sagrada, tocar el Misterio de la Pascua y reconocer una Presencia de Amor abrigando hasta el último rincón de la realidad más inhóspita.

En este Año de la Misericordia, el Papa nos invita a salir al encuentro del hermano necesitado a través de las obras de misericordia para despertar nuestra conciencia “aletargada ante el drama de la pobreza” y “entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina”.

En ellos, en los más pequeños, “su carne se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga…
para que nosotros los reconozcamos, los toquemos y los asistamos con cuidado” (Mt 25, 31-46).

I. Aprender a mirar. ¿A quién? ¿Cómo? ¿Dónde?

II. Contemplar la desnudez y no pasar de largo. ¿Quién es mi prójimo?

III. Salir a la intemperie al encuentro del desnudo

IV. Abrazar al otro en su desnudez

V. Una comunidad de amor y misericordia

VI. “Sacad la mejor túnica”. Dejar que Dios nos arrope

(…) En nuestra comunidad (Villa Teresita) nos gusta hacer fiesta y celebrar los signos de vida y esperanza que emergen en nuestro discurrir cotidiano, como una comida compartida. Las comidas en casa son como una parábola del Reino; cada día nos sentamos como familia, mujeres y niños de distintos países (Brasil, Colombia, Rumanía, Nigeria, Marruecos…), todos con heridas profundas, pero con deseos de levantarse de nuevo.

Una mirada que se ilumina después de mucho tiempo de oscuridad, empadronarse siendo inmigrante irregular (“¡ya existo!”) y lograr “los papeles”, sonreír sin vergüenza porque ya se tiene dentadura, ser capaz de salir a la calle sin miedo, conseguir unas horas de trabajo, dejarse abrazar por primera vez por un amor gratuito e incondicional, celebrar un cumpleaños (“ha sido el mejor de mi vida”, nos dicen tantas veces), una vida que empieza a confiar por primera vez, como la de Lara: “Sé que Dios me quiere, empiezo a creerlo, por primera vez tengo familia, por primera vez empiezan a pasarle a mi vida cosas buenas…”.

Ser amados es nuestro anhelo más hondo, nuestra identidad más íntima. (…). Como Amado, puedo enfrentarme a cualquier cosa, consolar, amonestar, animar sin miedo a ser rechazado y sin necesidad de afirmación. Como el Amado, puedo sufrir persecución sin sentir deseos de venganza y recibir alabanzas sin tener que utilizarlas como pruebas de mi bondad. Como el Amado, puedo ser torturado y asesinado sin tener ninguna duda de que el amor que se me da es más fuerte que la muerte. Como el Amado, soy libre para dar y libre para recibir, libre incluso para morir al tiempo que doy la vida. Jesús me hizo ver claro que yo también puedo escuchar la misma voz que el escuchó en el río Jordán y en el Monte Tabor. Me hizo ver claro que yo, lo mismo que Él, tengo mi casa junto al Padre”. El amor es el mejor abrigo. Su Amor, lo que más abriga.

Publicado en el número 3.005 de Vida Nueva. Ver sumario

 


* ¿Quieres seguir leyendo este artículo? Pliego completo en este enlace solo para suscriptores

* Comprar el número suelto en la app de la Revista Vida Nueva nº 3.005: para iPad o en Google Play

* Suscribirse a Vida Nueva

 


PLIEGOS EN EL JUBILEO DE LA MISERICORDIA:

 


LEA TAMBIÉN:

Compartir