Vaciándose junto a la Madre Teresa

Maria Nieves León, cooperante valenciana con Madre Teresa de Calcuta

Las valencianas Doria Soria y Maria Nieves León viajaron a Calcuta y se empaparon del carisma de la ya santa

Dora Soria y Maria Nieves León dos valencianas cooperantes con Teresa de Calcuta

Dora Soria (izq.) y Maria Nieves, con la Madre Teresa

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | Dora Soria es una mujer especial. Hoy jubilada, en sus muchos años de enfermera en el Clínico de Valencia, en la unidad de pediatría, cambiaba con sus compañeras todos los festivos para trabajarlos ella. Luego sumaba siete semanas de vacaciones, que dedicaba íntegramente a ir a algún rincón de África para ayudar a la gente que más lo necesitaba.

Estuvo ocho años en Burkina Faso atendiendo a los más vulnerables de un poblado, en Mozambique formando a otras enfermeras, en Somalia siendo víctima de los señores de la guerra que le robaron todo y la tuvieron retenida varios días o en la Ruanda sacudida por las cicatrices de la guerra, curando a niños y a todo tipo de víctimas de las minas. Pero en 1993 tuvo una experiencia diferente. Cambió África por Calcuta. Quería conocer a la Madre Teresa.

Como cuenta a Vida Nueva, no le dejó indiferente la experiencia: “Estar ante ella impresionaba muchísimo, te daban escalofríos. Miraba sus pies destrozados, sus manos tronchadas por la artrosis, su pequeñez… Y todo ello contrastaba con la inmensa fuerza interior que transmitía.

(…)

Tres años después, por sus conversaciones con Dora, el matrimonio valenciano conformado por Maria Nieves León y José Luis Ferrando pasó también unas semanas en Calcuta para trabajar con las Misioneras de la Caridad. “Todos los proyectos –explica Maria Nieves– partían de ver las necesidades de la gente. De los más pobres entre los pobres”.

El primero estaba marcado por un ambiente de hondura y recogimiento: “En Kalighat, junto al templo de la diosa Kali, la Madre Teresa había ido recogiendo a los moribundos para acompañarles en su muerte, en el Nirmal Hriday. No podía dejarles solos. Su mano, su sonrisa, sus susurros. En la puerta había una imagen de Cristo diciendo ‘tengo sed’. Y allí estaban ella y las hermanas para darle agua, para secar su sudor, para enjugar sus lágrimas. Le daba agua a Cristo, al que veía en todos y cada uno de los que recogía en la calle para llevarles a bien morir”. (…)

Publicado en el nº 3.002 de Vida Nueva. Ver sumario

 


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