Turquía, el golpe que nadie quiso

Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía, después del golpe de Estado fallido julio 2016
partidarios del presidente Erdogan protestan contra el golpe de Estado fallido en Turquía julio 2016

La población se echó a las calles para abortar el golpe de Estado en Turquía

ILYAS BENAMOR (ESTAMBUL)

Tres años después, Taksim está de nuevo hasta la bandera. Las decenas de miles de personas que afluyen el domingo a la emblemática plaza en el centro de Estambul, bajo pancartas de “No al golpe”, son la primera manifestación autorizada desde que la policía dispersó las protestas antigubernamentales del parque Gezi, en junio de 2013.

Convocados por el partido socialdemócrata CHP, el mayor de la oposición, los manifestantes condenan el fallido golpe militar del 15 de julio, pero van más allá: reivindican una Turquía laica. Muy distintos a los manifestantes que ocupan la plaza noche tras noche, desde la misma madrugada del sábado 16 de julio en la que el presidente, Recep Tayyip Erdogan, pidió a sus seguidores salir a la calle para plantar cara a los tanques de los militares sublevados.

De laicos, los leales a Erdogan no tienen nada. Alternan gritos por la democracia con fórmulas religiosas. Algunos ondean banderas con el credo musulmán. Muchas chicas llevan el velo que es norma en el AKP, el partido islamista que gobierna Turquía desde 2002; algunas incluso utilizan el niqab saudí. Enarbolan pancartas que piden restaurar la pena de muerte, abolida en 2004, y hay quien pasea un muñeco colgado de una horca.

Esta marea humana que aclama al presidente –quien se dirige a ella a través de gigantescas pantallas– es el cambio más visible desde el golpe: la Turquía de Erdogan ha tomado la calle, hasta ahora espacio de las reivindicaciones de la izquierda. Alentados por el Gobierno a “no abandonar las plazas para prevenir futuros golpes”, recorren los barrios de la burguesía liberal de Estambul bajo bocinazos, marcando presencia.

En su rechazo al golpe, Turquía está unida: desde la misma mañana del sábado 16, los cuatro partidos del hemiciclo firmaron un manifiesto conjunto contra la asonada. Toda la sociedad civil y toda la prensa se declararon de inmediato contrarias a la intervención militar. Los jefes de los colectivos religiosos de Turquía firmaron un manifiesto conjunto, condenando “el terror y la violencia, vengan de donde y de quien vengan”.

“Matar a una persona es como matar a toda la humanidad”, afirma el texto, firmado por Mehmet Görmez, jefe de la Diyanet (entidad pública que coordina el clero musulmán turco); Bartolomé I, patriarca de la Iglesia ortodoxa; Isak Haleva, rabino jefe de la comunidad judía turca; Yusuf Sag, vicario del patriarca de la Iglesia católica siriaca, así como delegados de la Iglesia armenia ortodoxa y la Iglesia asiria.

Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía, después del golpe de Estado fallido julio 2016

El presidente Erdogan, en una de sus recientes comparecencias

No defienden el golpe ni siquiera los supuestos responsables: las redes de simpatizantes del predicador Fethullah Gülen, exiliado en Estados Unidos desde 1999, al que el Gobierno turco ha calificado de cerebro del golpe, y quien niega toda implicación. Aquella noche nadie dio la cara. Los sublevados forzaron a una periodista de la emisora pública TRT a leer su manifiesto, que no hace la más mínima alusión a simpatías gülenistas, y sí invoca el ideario laico kemalista [basado en la ideología del fundador de la República turca, Mustafa Kemal Atatürk] que ha inspirado los anteriores golpes de Estado en 1960, 1971, 1980 y 1997.

Medios turcos cercanos a Gülen en el extranjero se distancian de la asonada y la denuncian como un montaje. Pero el Gobierno es tajante: la culpabilidad de Gülen “es tan obvia” que no hace falta enviar pruebas para pedir la extradición del predicador, residente en Pensilvania, dijo el primer ministro, Binali Yildirim. “Lo sé tan seguro como sé mi nombre”, remachó el titular de Justicia, Bekir Bozdag.

Basado en esta certeza, el Gobierno ha lanzado una purga de gran envergadura. No habían pasado 12 horas desde los primeros disparos cuando ya destituyó a 2.745 jueces y fiscales y arrestó a 140 magistrados del Tribunal Supremo. Una semana más tarde, hay 1.500 jueces y fiscales en prisión preventiva. Del total de 13.000 personas arrestadas, la mitad son soldados, entre ellos 133 generales y almirantes: un tercio largo del total de militares con este rango.

Especialmente amplia fue la “limpieza” en la enseñanza: el Ministerio de Educación suspendió a 21.000 maestros y retiró la licencia a otros 21.000 docentes de centros privados. Cerró un millar de colegios concertados y 15 universidades y forzó la dimisión de todos los decanos universitarios.

Aunque es difícil pensar que los maestros de escuela tuviesen alguna implicación en el golpe, la purga toca el nervio de quienes formaban la cofradía de Gülen en Turquía. Durante años, la enseñanza fue el feudo de los allegados del predicador, que difunde un ideario fundamentalista islámico bajo un manto liberal, dialogante, democrático y abierto a la modernidad. Es decir, exactamente la imagen que proyecta el AKP desde que se escindiera en 2001 del movimiento islamista turco.

Durante una década larga, los gülenistas eran la fuerza de choque del partido. En sus academias para familias modestas se seleccionaba a cabezas brillantes, se les facilitaban los estudios, el ascenso. Era un club sin carné de miembro, basado en relaciones de confianza personal, un respeto a las ideas del maestro y una ambición de imponerse a las viejas élites republicanas y fervientemente laicas que dirigen Turquía desde su fundación. Desde sus influyentes diarios, como Zaman, se defendía la política de Erdogan, se lanzaban campañas e intoxicaciones contra la izquierda, se difundía el islamismo como visión social.

La ruptura empezó en otoño de 2013, poco después de las revueltas de Gezi, cuando Erdogan dio orden de cerrar las academias privadas, aparentemente para cerrar la fuente de ingresos del poderoso movimiento. En diciembre, fiscales de la cofradía lanzaron una espectactular investigación anticorrupción que llevó al arresto de los hijos de dos ministros y salpicó al presidente. El contragolpe no tardó: durante dos años, el Gobierno fue destituyendo y encarcelando a fiscales, jueces y jefes de policía sospechosos de formar parte de la cofradía.

En 2015 intervino Bank Asya, el buque insignia del imperio económico gülenista. En octubre pasado cerró dos diarios y una televisión y en marzo acabó con Zaman. Pero ha sido ahora cuando la guerra sin cuartel contra el enemigo en las propias filas se ha extendido a todos los sectores de la sociedad.

En el nº 2.999 de Vida Nueva

 


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