Auschwitz y Birkenau, tres kilómetros de Historia

varias sotanas de san Juan Pablo II en el museo en su casa natal en Wadowice

La gran mayoría de grupos de jóvenes que llegan a Polonia para la JMJ hacen parada obligada en este campo de concentración

paseo por el campo de concentración de Auschwitz Polonia

JOSÉ BELTRÁN, enviado especial a CRACOVIA | Son solo tres kilómetros a pie. No llega a una hora. Es el recorrido previsto por el campo de concentración de Birkenau para estos días de la JMJ. Se llega después de un paseo por Auschwitz, donde cada uno de los pabellones deja tras de sí un silencio que se hace hielo.

En Birkenau, gran parte de los barracones están derruidos. Solo queda la nada. Quizá esto resulte poco atractivo para el que busca la foto turística. Para el que cae en la cuenta de las dimensiones de este complejo del horror, eso le hace sentirse pequeño. La nada. Después del genocidio, solo queda el silencio. Cuando no caben preguntas. Cuando cuesta encontrar respuestas de Dios. Cuando reconocer la misericordia del hombre se hace harto complicado.

Tres kilómetros. Y varios crematorios. Cámaras de gas. Una vía del tren. En una valla se muestra la imagen del gentío llegando. Una mujer baja de un vagón con una gran bolsa entre sus manos. Tal vez alimento. O ropa. Imposible imaginar que minutos después le arrebatarían su equipaje, su identidad, su dignidad.

Su vida.

Avanzo rápido. Como queriendo huir del pasado del que uno parece sentirse cómplice. Por las exclusiones y condenas cotidianas. Por silenciar situaciones de injusticia que intento obviar. Por la discriminación fruto de apalancarnos en la zona de confort.

Una y otra vez se recuerda durante la visita que más de un millón de personas fueron víctimas del genocidio. Una y otra vez. Como si corriéramos el riesgo de olvidar. Tal vez lo corremos. Por eso la gran mayoría de grupos de jóvenes que llegan a Polonia para la JMJ hacen parada obligada en este campo de concentración. Porque a la JMJ no se va a buscar (solo) el calor de la multitud católica. Se va para construir un mundo mejor. Y para “hacer lío” toca tener memoria. A buen seguro que este jueves Francisco instará a los jóvenes y a los líderes mundiales a prevenirse de cualquier “ismo”: radicalismo, extremismo, terrorismo…

De Auschwitz a la casa natal de san Juan Pablo II

varias sotanas de san Juan Pablo II en el museo en su casa natal en Wadowice

Exposición de sotanas de san Juan Pablo II, en su museo en Wadowice

Ya fue una preocupación constante de Juan Pablo II. El acicate de los totalitarismos. Después de visitar Auschwitz y Wadowice en una misma mañana, lo comprendo. Las separan muy pocos kilómetros. No es espacio para distanciarse lo más mínimo del Holocausto generado por la Alemania nazi. Pero tampoco para abstraerse de los abusos del comunismo soviético.

Hijo de su tiempo. Pisar ambos escenarios en la misma mañana me ayuda a entender determinados miedos y alertas en sus mensajes al mundo y a la Iglesia. Primero, entre los barracones de la vergüenza. A las dos horas, en un pequeño pueblo que vio nacer al Papa polaco, que apenas ha crecido en estos años, pero que cuenta con un museo que sabe enganchar a todo aquel que atraviesa la puerta principal.

La casa de Juan Pablo II repasa su vida y su herencia en cuatro plantas, con todos los recursos pedagógicos y tecnológicos a su alcance: desde una reconstrucción del hogar de los Wojtyla hasta una sala dedicada al atentado de Ali Agca, con el arma incluida. Un globo terráqueo virtual para el misionero que dio la vuelta al mundo y un despliegue multimedia para el patrón de las JMJ.

A la salida del museo, se palpa que las jornadas están a punto de inaugurarse oficialmente. Unas sevillanas a la Divina Pastora llevan a un grupo de noruegos y norteamericanos a intentarlo con el taconeo. Con mayor o peor fortuna. Pero, todos, con la memoria de haber caminado por el pasado de una humanidad que hoy parece tender puentes. Al menos, en la JMJ.

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