“¡Dios no nos ha defraudado!”
RUBÉN GÓMEZ DEL BARRIO (BERLÍN) | Nadie diría que Bardhoku Bardhok tiene 43 años. Su mirada, lánguida y triste, y unos rasgos prematuramente seniles adivinan la historia de un hombre que carga a sus espaldas y en lo más profundo de su alma un pasado que le hizo huir de sus raíces. Hace solo un año que llegó a Alemania junto a su mujer y sus tres hijos. Atrás dejaron su país, Albania, y el miedo que supone vivir con la amenaza de una mafia y la falta de futuro.
“Albania no es un país seguro –afirma–, hay muchos criminales en el Parlamento y el dinero que nos llega desde Bruselas siempre cae en las manos equivocadas”. Bardhoku mira a sus hijos. “Allí no podía llevarles a la escuela y, si hubieran necesitado un hospital, es posible que tuviera que haber vendido mi casa”.
Con todo, la llegada a Alemania no fue fácil; incluso se sintieron maltratados. “El centro donde estuvimos detenidos era como una cárcel. Algunas noches, a las cuatro o cinco de la mañana, llegaba la policía y se llevaba a unos cuantos”, recuerda.
En el límite de sus fuerzas, y como última esperanza, Bardhoku y su familia, junto a otros compañeros, decidieron instalarse en la catedral de Ratisbona, al sur del país, para pedir asilo y evitar su expulsión. En total, 45 refugiados procedentes de Albania, Kosovo y Macedonia. El Gobierno alemán califica estos países como “seguros”, por lo que sus ciudadanos no tienen el derecho legal de solicitar asilo. “Nos instalamos en la catedral para que pudieran reconocer nuestra petición”. Durante los primeros días, y al abrigo de este inmenso templo gótico, Bardhoku y sus compañeros hallaron por fin sosiego.
Tras una pesada puerta que alberga el Tesoro de la Catedral y junto a la zona de paso a la sacristía, se ubicaron las familias, que fueron provistas de alimentos y camas de campaña. Fuera del templo, un grupo de ciudadanos instaló de forma espontánea un campamento de solidaridad para hacer acopio de artículos básicos, como mantas, pañales y neveras portátiles. “Nunca lo podremos agradecer lo suficiente”, reconoce Mohammed Shakiri, de 33 años, que junto a su mujer y sus cuatro hijos abandonó Kosovo para establecerse en Alemania en 2014. Su esposa necesita medicamentos para tratarse una enfermedad mental y uno de sus hijos sufre de epilepsia.
El traslado, un alivio
Con todo, y menos de una semana después de su entrada en la catedral, el lunes 11 por la mañana los solicitantes hicieron sus maletas y se instalaron en un salón parroquial. El vicario general de la Diócesis de Ratisbona, Michael Fuchs, estuvo presente en la salida del templo. “El traslado supuso un alivio para los refugiados –asegura Fuchs–. En el nuevo emplazamiento las habitaciones son más grandes, comparadas con el espacio de alojamiento de la catedral, por lo que la diócesis podrá así mejorar la situación sanitaria y humanitaria del grupo”.
El portavoz de la diócesis, Jakob Schötz, por su parte, explicó a Vida Nueva que “la diócesis ya se ha puesto en contacto con las autoridades de Ratisbona para estudiar las opciones de escolarización de los niños en edad escolar”. ¿Cuánto tiempo durará esta situación? “Se decidirá en el día a día”, añade Schötz, quien habla de una “presencia tolerada”. Mientras, la mirada de Bardhoku Bardhok descubre por fin un hilo de esperanza. Y, contento, exclama: “¡Dios no nos ha defraudado!”.
Apoyo protestante
El pastor protestante Cristiano Johnsen, representante de la Sociedad por los Pueblos Amenazados, alabó los esfuerzos de la Iglesia católica con los encerrados en Ratisbona “en lo humanitario, y en lo político”, y llamó a los políticos a una igualdad de trato de gitanos y judíos por decreto ministerial.
En el nº 2.997 de Vida Nueva
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