Cela, entre el cielo y la tierra

manuscrito de La rosa pieza de la exposición CJC. El centenario de un Nobel. Un libro y toda la soledad de la Biblioteca Nacional de España 2016

¿Creía o no creía en Dios el escritor gallego? La respuesta es compleja, como todo lo que rodea su vida y obra

Camilo José Cela en el programa A fondo de RTVE 1976 pieza de la exposición CJC. El centenario de un Nobel. Un libro y toda la soledad de la Biblioteca Nacional de España 2016

Camilo José Cela, en su aparición en el programa ‘A fondo’ de RTVE, en 1976

Cela, entre el cielo y la tierra [extracto]

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Cuando a Camilo José Cela (Padrón, 1916-Madrid, 2002) le preguntaban si creía en Dios, contestaba con un juego de palabras: “Eso no tengo por qué decírselo y es algo a lo que yo mismo no sabría responder. Si creo o no creo en Dios, es algo que solo Dios sabe”. A continuación, sin embargo, siempre añadía una acotación reveladora: “Comprenderá que mi respuesta es una profesión de fe”. Una respuesta trampa que permitía, a la vez, no decir nada y decirlo todo. Ahí se cerraba el Nobel ya en banda. ¿Creía o no Cela en Dios? La respuesta es, al menos, compleja, como todo lo que rodea su vida y obra. Y tiene mucho que ver con la vida y con la muerte. Y, por supuesto, con la literatura.

Forzosamente, en cualquier caso, ha de ser una respuesta “contradictoria”, porque ese adjetivo es el que describe con más precisión al escritor, según su propio hijo. Ese Cela contradictorio está, por ejemplo, en el Cela de los titulares, el de esas frases fáusticas y altisonantes que gustaba tanto de esgrimir como una provocación. Algunas de ellas hacen referencia a la fe y la Iglesia: “No es muy buena mi opinión de la religión ni de la Iglesia en España”. O esta otra: “No creo en las congregaciones, ni en la religión, ni en los partidos políticos. Creo en el individuo”.

La más reveladora, sin embargo, se la dijo a Cristina López Schlichting: “Lo que sucede es que la noción de Dios, que algún día se aclarará –lo que pasa es que la Teología está todavía en mantillas–, a lo mejor es la unidad de la materia. Desde luego no es la del catecismo: ‘Un señor infinitamente bueno, todopoderoso’. No es un señor, es otra cosa. Claro”.

Otra versión de esas confesiones la incluye Antonio Cantos Pérez en Camilo José Cela, evocación de un escritor (2000): “Estaría dispuesto a admitir que Dios es la unidad de la materia, el principio y fin de todas las cosas. La versión del consulado de Dios sobre la tierra, esto es, la iglesia, las iglesias, me parece muy ridícula y adocenada”.

pieza de la exposición CJC. El centenario de un Nobel. Un libro y toda la soledad de la Biblioteca Nacional de España 2016

Piezas de la exposición que la Biblioteca Nacional de España ha dedicado a Cela

Está, por tanto, el Cela de la fe y, enfrente, el Cela que no encuentra cobijo en la Iglesia, aunque para su segundo matrimonio, con Marina Castaño, se cuidó –y mucho– de conseguir la nulidad: “Sí, era creyente –contestó Castaño recientemente–. Él fue quien se empeñó en casarse por la Iglesia, que yo por mí… lo veía todo tan cuesta arriba que le hablaba de lo pesado que debe ser una nulidad eclesiástica. Y él, erre que erre, vamos a hacerlo. Y así fue”.

Aun así, Cela no se sentía parte de la Iglesia, de la misma manera que su atribulada forma de ser, sus escaramuzas y sus batallas, sus guerras vespertinas y sus furias de recién levantado, no le hacían un personaje precisamente querido ni admirado. Ese papel que tan bien protagonizó de hombre público enfrentado al cielo y la tierra no es, ni mucho menos, el de un católico. Ni tampoco el que practicó en su vida privada. Otra cosa es la literatura.

“Profundo respeto a todo lo divino”

El catedrático Luís Blanco Vila, en su ensayo Para leer a Camilo José Cela (Palas Atenea, 1991), llega a decir: “Cela, aunque pueda parecer absurdo, escribe para contar a Dios lo que sucede en la tierra”. El filólogo afirma que, ciertamente, “puede parecer este un planteamiento irreverente”. Pero hay que entenderlo en su acepción más amplia “conociendo al escritor, que profesa profundo respeto a Dios y a todo lo divino”, como puntualiza el propio Blanco Vila.

Ese “contar con Dios lo que sucede en la tierra” remite a su constante creencia de que la vida es un amargo camino en espiral que conduce a la muerte, y que la proyección de esa espiral, su reflejo, es el objeto de la literatura. En la muerte y en la literatura es donde Cela encontraba a Dios.

Para el premio Nobel, como dice Adolfo Sotelo Vázquez, autor de Camilo José Cela. Perfiles de un escritor (2008), “la literatura fue una actitud radicalmente renovadora y transgresora”. Esa literatura entendida como “latido del aire” o “carrera sin fin hacia la libertad”. En ella hay reflejos de Dios, sin duda. Donde esto es más evidente es en Cristo versus Arizona (1988), novela experimental donde solo utiliza una única oración –un solo punto, por tanto–, pero su complejidad está en el planteamiento, sirviéndose del duelo en el O.K. Corral: un juicio a Dios y a las miserias del hombre en una desértica Arizona, escenario propio de una apocalíptico fin del mundo.

manuscrito de La rosa pieza de la exposición CJC. El centenario de un Nobel. Un libro y toda la soledad de la Biblioteca Nacional de España 2016

Manuscrito del libro ‘La rosa’, expuesto en la BNE

En Madera de boj (1999), otra novela extraordinaria y vanguardista, a propósito de la Costa da Morte y los naufragios de pesqueros a merced de Dios y el tiempo, escribe: “La mar no se paró nunca desde que Dios inventó el tiempo hace ya todos los años del mundo, Dios inventó el mundo al mismo tiempo que el tiempo, el mundo no existía antes del tiempo, la mar no se cansa nunca, el tiempo no se cansa nunca, ni el mundo, que cada día es más viejo pero tampoco se cansa nunca, la mar se traga un barco o cien barcos, se lleva un marinero o cien marineros y sigue murmurando con su voz afónica, con su voz de borracho triste y pendenciero, amargo y peleón”.

Esa desesperanza, ese desasosiego, la muerte siempre, caracteriza las obras completas del primer Cela, el de La familia de Pascual Duarte y La colmena. Y aunque vira del realismo a la experimentación, sigue vigente en ese “segundo” Cela: el de San Camilo 1936, Oficio de tinieblas o Mazurca para dos muertos. Aunque ya se ha desprendido de todo su humanismo, de toda su compasión.

Al fin y al cabo, es la soledad frente al destino. El Nobel y toda la soledad. Cela siempre solo frente a la literatura y a Dios. Y lo que transmite es angustia, desolación a veces, un juicio inmisericorde sobre el hombre y sus sueños rotos. Aunque, ya lo decía el mismo Cela, “quien resiste gana”. Como publicó en aquel artículo de El independiente en 1991, titulado ‘Soliloquio de un joven artista’. “No renunciemos jamás a nada y menos aún a nuestros sueños –escribió–, que al principio son confusos y mínimos y muy difíciles de recordar pero que después nos nutren y nos dan valor para morir a solas”.

Las mil caras del genio

Adolfo Sotelo Vázquez, catedrático de Literatura Española en la Universidad de Barcelona y director de la cátedra Camilo José Cela de Estudios Hispánicos, es el comisario de la exposición que la Biblioteca Nacional de España le dedica a Cela, con un título revelador: CJC. El centenario de un Nobel. “Un libro y toda la soledad”.

“Hemos tratado de ver a Cela como un poliedro, con sus diferentes caras: novelista, narrador breve, inventor de los apuntes carpetovetónicos, viajero, dramaturgo, periodista, epistológrafo y poeta. No hemos descuidado tampoco la cara del ‘otro Cela’, el que era director de revistas culturales, académico, senador, etc. Creo que lo más llamativo de la exposición es que quiere abordar siempre esa dimensión compleja”.

Sotelo retrata al escritor con más de 600 piezas entre libros, pinturas, manuscritos, diversos objetos. “En primer lugar, mostramos todas y cada una de sus obras literarias: manuscritos, primeras ediciones, ediciones ilustradas, traducciones, etc. Y en segundo término, un heterogéneo haz de piezas que remiten a momentos de su vida y aspectos de su personalidad que son complementarios”. Así lo explica Sotelo Vázquez: “Para ello se ha usado a menudo la correspondencia y el archivo fotográfico”.

En el nº 2.997 de Vida Nueva

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