Adolfo González Montes: “La Iglesia busca que no se falsifique a Jesucristo”

Obispo de Almería y presidente de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe

Adolfo González Montes, obispo de Almería y presidente de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe

JOSÉ BELTRÁN | Se encuentra con un pie en Almería y el otro en Cracovia. Durante estos días ultima con los grupos de jóvenes de la diócesis el envío hacia la JMJ. Pero antes de iniciar la peregrinación, Adolfo González Montes reflexiona para Vida Nueva sobre la instrucción pastoral Jesucristo, salvador del hombre y esperanza del mundo. Presidente de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe, el obispo de Almería es ponente del documento aprobado por la Asamblea Plenaria el pasado mes de abril y que fue presentado el 6 de julio.

PREGUNTA.- ¿Cómo le gustaría que fuera acogido el documento?

RESPUESTA.- Me gustaría que se promoviera su lectura sin prejuicios. Mi deseo es que formara parte de la formación permanente del clero, de los religiosos y de las religiosas, que se trabajara en el laicado militantemente apostólico. Además, esta instrucción ensaya una forma nueva de proponer la doctrina de la fe, buscando que quien disiente o se aparta de lo que entendemos los sucesores de los apóstoles que debemos custodiar y guardar, debe dar explicación de qué dice, qué alcance tiene lo que dice y en qué medida afecta a las formulaciones tradicionales de la fe.

P.- El documento subraya las que llama “desviaciones” del dogma de Cristo, como el reduccionismo histórico, la cristología adopcionista y arriana, la corriente del pluralismo religioso… ¿Hay una preocupación en el Episcopado porque estas tendencias planean sobre la Iglesia española o se ahonda de modo preventivo?

R.- Es una preocupación universal en la Iglesia. Uno de mis maestros –no teólogo sino profesor de psicología–, al analizar estas reducciones, nos expuso la operatividad que tenían en el marco cultural de nuestro tiempo a través de “los fantasmas de Cristo”. Estos fantasmas son los que nos creamos para acomodar la imagen de Cristo solo a nuestra conveniencia. Lo mismo lo hacemos con Dios Padre, con el misterio insondable de Dios, al que a veces le damos cuerda estirando y encogiendo según podamos aceptar o no aquello que realmente se acomoda a nuestra mentalidad. Ahí comienzan los reduccionismos, que ya se dieron en la Iglesia antigua. El Nuevo Testamento es testigo de que sucedió así. La generación apostólica ya tropezó con este problema que se ha dado en la historia del cristianismo. Lo curioso es que en una ciclicidad del eterno retorno, reaparecen en un lenguaje y marco cultural nuevo. La Iglesia siempre busca que no se falsifique la imagen de Cristo. Eso es algo que forma parte del testimonio evangélico. No somos una sociedad benéfica ni altruista. Podemos ser muy buenos para conservar el patrimonio histórico-artístico que la fe ha generado y estupendos como agentes de caridad, capaces de poner en juego los resortes de la beneficencia. Pero no nos podemos quedar ahí. Hay que dar una razón de por qué hacemos eso. La razón última de la acción de la Iglesia es la experiencia de Cristo.

P.- ¿Y cómo se resuelve despejar esos “fantasmas” sin que eso se traduzca en una condena a autores o teólogos?

R.- Es una pregunta ciertamente importante, es el virtuosismo que se exige de nuestro trabajo. No se trata sin más de pronunciar condenas, sino de entrar en un diálogo donde se esclarezca justamente lo que se quiera decir. Yo he dicho muchísimas veces que detrás de ciertas desviaciones hay mucho amor a la Iglesia y a Cristo, hay un intento apologético de hacer llegar el contenido de la fe al receptor. Cuando se rompe la comunión con la fe misma y se busca sustituirla por la interpretación que de ella se da, fracasa lo principal: la evangelización.

 

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