Místicos, poetas y otros

ilustración de una pluma de colores dentro de un tintero

La poesía va preñada de misterio, que se aproxima al Misterio por excelencia que es Dios

portada Pliego Místicos, poetas y otros 2996 julio 2016

JOAQUÍN CIERVIDE, SJ | La larga peregrinación que voy a contar empezó a partir de una duda sembrada por un conocido. Para mí, siempre había sido evidente que la poesía es una ayuda espléndida para quien busca a Dios. A esa persona le había escrito con algo de pomposidad: “Poesía y mística son las dos alas gracias a las cuales el contemplativo vuela”. Y había encontrado dos citas que me inspiraban: “Si bien no todos los poetas son místicos, todos los místicos son poetas”, y “El alma del poeta se orienta hacia el misterio. Solo el poeta sabe mirar lo que está lejos dentro del alma en turbio y mago sol envuelto”.

¿Por qué? Porque la poesía va preñada de misterio, misterio que se aproxima al Misterio por excelencia que es Dios. La poesía es evocadora y, con su poder, nos abre a la maravilla. “Ciertas palabras son como esas caracolas en las que se puede oír el sonido del infinito océano”.

Mi amigo me había dado a leer un trabajo suyo sobre Ernesto Cardenal donde explicaba que ese poeta nicaragüense había entrado en la Trapa porque sentía que Dios le pedía todo y, por lo tanto, él debía renunciar a todo. Bajo la dirección de Thomas Merton, y a causa de ciertos problemas de salud, dejó la vida de monje ya en el noviciado. Mi amigo citaba a Cardenal, que decía que la vocación trapense es “anti-literaria”. Le escribí mostrando mi extrañeza y diciendo lo de las dos alas. Él contestó afirmando con claridad y contundencia: la búsqueda de Dios pide una renuncia total, poesía incluida.

La cosa me mosqueó, y ese fue el comienzo del largo camino que paso a describir.

Mi narración no es, ni mucho menos, un tratado riguroso de ascética y mística. Tampoco una lección de poética. Lo planteo como el relato del itinerario de dos compañeros de viaje –llamémosles el místico y el poeta– en el que se van ayudando el uno al otro por los senderos que guían hacia Dios. El místico es un inquieto buscador de Dios. El poeta es el que esto escribe. No es poeta, ni mucho menos. Se las da de erudito y le gusta nombrar a autores y versos, con razón o sin ella. Y, puesto que el movimiento se demuestra andando, pretende probar poéticamente y no a fuerza de silogismos que la poesía, lejos de ser obstáculo, es camino hacia Dios. Quod erat demonstrandum.

I. Dios y el mar

II. Dios y el Eterno Femenino

III. Del desierto a la periferia

IV. Un camino de fe y de espíritu

V. Vía Crucis

VI. Los pobres, amos del Reino de Dios y detentores de su belleza

VII. La dedicación a los pobres y la lucha por la justicia

VIII. Sí, pero… ¿no habrá otra cosa?

IX. Conclusión “desde esta ladera”

 

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