La misericordia, viga maestra de la Iglesia

gente rezando cogida de la mano en círculo frente a una cruz

Pistas para adentrarse en la renovación eclesial que el Papa propone con este Jubileo

gente rezando cogida de la mano en círculo frente a una cruz

RAFAEL VÁZQUEZ JIMÉNEZ, doctor en Teología Dogmática, profesor del Seminario de Málaga y del ISCR San Pablo | En el trasfondo de la celebración de este Jubileo de la Misericordia, convocado por el papa Francisco con la bula Misericordiae vultus, existe todo un deseo de renovación eclesial ya comenzado con la exhortación apostólica Evangelii gaudium, con una invitación directa a ir a lo fundamental de la vida cristiana, que se enraíza en la Sagrada Escritura y en la Tradición y responde a las encrucijadas de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. En numerosas ocasiones se escuchan comentarios del tipo: “Este Papa es un revolucionario”, “está reinventado la Iglesia”. Pero, ¿realmente el Papa lo está cambiando todo?

Estas afirmaciones han alterado a ciertos sectores de la Iglesia, que no salen del desconcierto ante determinados gestos y declaraciones. Al margen de expectativas creadas, frases más o menos ingeniosas, gestos que podrían parecer populistas y nuevas leyendas oscuras que inventan confabulaciones involucionistas entre los pasillos del Vaticano, quisiera que nos adentráramos en el trasfondo de la renovación eclesial que nos propone el papa Francisco con este Jubileo de la Misericordia. portada Pliego VN Misericordia viga maestra de la Iglesia 2995 julio 2016

La gran pregunta sería: ¿qué podemos hacer para que la Iglesia camine por la “vía de la misericordia” (MV 10)? ¿Es suficiente con poner en práctica las obras de misericordia o se nos pide una transformación mucho más seria? ¿Qué reto nos supone y sobre qué principios se apoya esta reforma, a mi modo de ver? Y, más aún, ¿cómo podríamos traducir eclesialmente este Jubileo de la Misericordia?

La misericordia, un tema olvidado en la vida de la Iglesia

El nuevo protagonismo del “principio misericordia”

La misericordia, ‘articulus stantis et cadentis ecclesiae’

“La fe engríe, mientras que el amor edifica” (1 Cor 8, 1)

¿Cómo traducir eclesialmente el principio de la misericordia?

Tras esta propuesta de una eclesiología renovada que integre el principio olvidado de la misericordia como constitutivo del ser de la Iglesia, ofrecemos algunas consecuencias prácticas que podrían hacer que la Iglesia caminase por la vía de la misericordia. (…)

El nuevo lenguaje de la misericordia. El principio de la misericordia rechaza toda tentación de situarnos frente al mundo como jueces intolerantes para tomar apasionadamente los caminos de la condescendencia divina, de la kénosis del Hijo y de la libre acción del Espíritu.

Nuestro lenguaje debe expresar la ternura de Dios que sale al encuentro de sus hijos, que no enjuicia ni discrimina. Un lenguaje que valore lo positivo que hay en cada persona y en cada realidad y lo que de Dios podemos encontrar en ella. Un lenguaje que proponga verdades y no las imponga, que respete la libertad de cada ser humano y lo estimule en su camino de búsqueda personal. Este es el lenguaje, por ejemplo, de la exhortación Amoris laetitia del papa Francisco, en la que se ofrece la verdad del amor y del matrimonio, se tiene en cuenta a cada persona en sus circunstancias y se acoge a aquellos que no pueden vivir esta realidad del matrimonio en plenitud, sin rechazar ni juzgar, sino mostrando la ternura de la madre y estimulando en el avance hacia el ideal.

Este mismo principio de la misericordia es el que ha de aplicarse en otras tantas cuestiones, como la homosexualidad, los jóvenes, los no creyentes, etc. Pues la Iglesia, como buena madre, no debería dormir tranquila cuando sabe que sus hijos se han sentido heridos por sus palabras y sus juicios faltos de amor y de ternura.

La autoridad como expresión de la misericordia. La palabra “ministerio” significa “servicio”, y todo ministro ordenado no es más que un servidor del pueblo de Dios que actúa en nombre de Cristo. Pero no solo en su nombre, sino también a su estilo. Por eso un ministerio ejercido sin amor no es nada. (…) La autoridad nos viene de Dios, que se ha despojado de todo rango y ha tomado la condición de esclavo (cfr. Flp 2, 6-11). Pensar la autoridad como un “poder exclusivo” recibido de Dios no es más que la mundanización del poder.

Han aparecido incluso en la Iglesia estructuras penales contagiadas de la lógica del mundo y no de la lógica de Dios. Frente al pecado, la única actitud que cabe es la del amor; y no la de la marginación, aunque se justifique como medicinal. El pecador no es más que alguien profundamente necesitado de descubrir el inconmensurable amor de Dios.

(…)

Conclusiones

 

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