Editorial

Genocio armenio: el imperativo de verbalizar el horror

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Editorial de ‘Vida Nueva’ tras el viaje del Papa al país caucásico

papa Francisco viaje a Armenia 24-26 junio 2016

Homenaje a las víctimas del genocidio armenio en el memorial de Tzitzernakaberd, el sábado 25

EDITORIAL VIDA NUEVA | Una palabra: genocidio. No estaba incluida en el discurso de la visita al presidente de Armenia, Serzh Sargsyan. Sin embargo, Francisco se desvió del texto inicialmente previsto al referirse a las persecuciones a los armenios en 1915 por parte del Imperio turco otomano: “Aquella tragedia, aquel genocidio, por desgracia, inauguró la triste lista de las terribles catástrofes del siglo pasado”.

Es la tercera vez que Francisco destierra como tabú el término genocidio, lo que de nuevo ha provocado un conflicto diplomático con Turquía, con la correspondiente llamada a consultas al nuncio vaticano en Ankara. Ya en el año 2000, Juan Pablo II firmó un documento con el patriarca armenio en el que denunciaba la tragedia, y Benedicto XVI en 2006 se refirió a este desastre humanitario como “el Gran Mal”.

El lenguaje de lo políticamente correcto, que en ocasiones ayuda a limar asperezas, ante masacres como esta solo ejerce de maquillaje para silenciar una cruenta realidad. El Papa no negocia con la verdad histórica y ejerce de profeta que verbaliza el horror generado por motivos raciales, ideológicos o religiosos. Pero no lo analiza desde fuera, como un historiador o un sociólogo, sino que viaja a Armenia como compañero de camino de un pueblo que sufrió un calvario y que sigue hoy herido por la negación de un drama que acabó con la vida de un millón y medio de personas.

No cabe eufemismo alguno;
solo hay lugar para clamar juntos.
Para que hoy no se repita
enmascarado con otros nombres
y en distinto escenario.

La razón de ser de estos tres días en el que fuera el primer país cristiano nace precisamente de la urgencia a una reconciliación permanente que supere las categorías de víctimas y verdugos, pero sin que caiga en el olvido todo lo sufrido.

Cuando trae al presente un episodio histórico como este, tampoco lo hace con afán revanchista o político, sino con un fin más que pedagógico: reivindicar la memoria y aprender de los errores para construir un futuro sobre la roca firme del entendimiento. Mirar atrás con esta perspectiva no hace renacer el odio, sino cortar las alas a cualquier germen de venganza o totalitarismo, precisamente en un momento en el que hay una amenaza latente de persecuciones y guerras.

Afortunadamente la Iglesia católica no se encuentra sola en esta tarea, y el ecumenismo de sangre se materializa en una comunión real con las demás comunidades cristianas, en este caso los apostólicos ortodoxos, en aras de la paz. Así pues, no cabe eufemismo alguno; solo hay lugar para clamar unidos contra el primer genocidio del siglo XX, llamándolo por su nombre, huyendo de todo anestésico que busca, sin éxito ni justificación, disfrazar uno de los episodios más oscuros de la historia reciente de la humanidad. Para que hoy no se repita enmascarado con otros nombres y en otro escenario.

En el nº 2.995 de Vida Nueva. Del 2 al 8 de julio de 2016

 


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