José Lorenzo, redactor jefe de Vida Nueva
Redactor jefe de Vida Nueva

Precampaña en Añastro


Compartir

Valencia no conocía un acto de desagravio como el organizado por el cardenal Cañizares desde 1939, recién acabada la Guerra Civil. Mucho ha llovido desde entonces. Y mucho ha cambiado nuestra sociedad y una parte de nuestra Iglesia. Y, sobre todo, mucho se ha llorado. “Miles de fieles se manifiestan en desagravio a la Virgen de los Desamparados. ¿Y si nos convocaran solo a desagraviar desamparados?”, tuiteó el arzobispo Agrelo desde Tánger al conocer la noticia, impotente tal vez al no encontrar el mismo eco para contener el dolor de tantos inmigrantes que llegan hasta su puerta, impotente para concienciar a Europa de que no siga dando la espalda al sufrimiento de tantos hijos, aunque ellos no lo sepan, de la Virgen de los Desamparados, de Montserrat, de la Dolorosa de Lesbos o de las Angustias de Izmir.

Cañizares ha reaccionado como un hijo agraviado organizando un dejà vu. Como no podía ser menos, también ha perdonado. Pero el amor filial quizás no le ha dejado pensar con sangre fría si hay que darle el lujo a tres provocadores de poner en jaque a una diócesis, crear tiranteces entre obispos que serán señalados al cuestionarles su amor a la Virgen y, sobre todo, brindar un escaparate inusitado a un grupúsculo marginal que ahora se pavonea de que “hemos hecho diana porque sabíamos que el cartel indignaría a la jerarquía católica”. O, tal vez, sí lo había pensado.

En todo caso, el cardenal deja claro que con él no hay medias tintas. Ha sabido convocar adhesiones, y no solo a los obispos de su provincia eclesiástica, que le secundan también en una nota sobre las elecciones, algo que la Conferencia Episcopal había desechado hacer ya en las del 20-D. Es una nota para las elecciones de junio, pero también para las de Añastro del año que viene.

En el nº 2.994 de Vida Nueva


LEA TAMBIÉN: