Las obras de misericordia espirituales o el reto de ser misericordiosos

una mujer sujeta la mano de otra en señal de apoyo

En el marco del Año Jubilar, el reto no es ‘hacer’, sino ‘ser’

portada Pliego VN Las obras de misericordia espirituales 2992 junio 2016

FERNANDO CORDERO, SS.CC., pastoralista en el Col·legi Padre Damián (Barcelona) | A lo largo de este Año Jubilar de la Misericordia, Vida Nueva viene repasando las siete obras de misericordia corporales. En esta ocasión, vamos a adentrarnos de manera conjunta en las siete obras espirituales. Antes, sin embargo, conviene advertir que las obras de misericordia no han de ser catorce, sino tantas cuantas necesidades encontremos en el camino. El reto, pues, no es tanto cuestión de hacer, sino de ser. No basta con hacer obras de misericordia: ¡hay que ser misericordiosos como el Padre! Porque, aunque a menudo no podamos hacer nada, siempre podemos sentir, estar y compartir misericordiosamente.

 

1. Dar consejo al que lo necesita

Un buen consejo puede marcar la vida. En momentos de desesperación, angustia o fracaso nos puede orientar como luz en medio de la oscuridad. ¿Quién no ha recibido un buen consejo? En la literatura hallamos interesantes formas de aconsejar. En uno de nuestros libros de referencia, Don Quijote de la Mancha, aparece el protagonista como maestro y guía de Sancho Panza. Pretende orientar al fiel escudero por el difícil camino de la existencia y de la administración pública. “Primeramente, ¡oh hijo!, has de temer a Dios, porque en el temerle está la sabiduría, y siendo sabio no podrás errar en nada” (capítulo XLII, de la segunda parte de Don Quijote de la Mancha).

(…)

Pero, entre todos los consejos, hay uno que me resulta una “perla”: “Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia”. El ingenioso hidalgo hace referencia al valor de la misericordia, que está por encima de la dádiva: el ser capaz de amar la limitación del otro, de nuestro igual, de nuestro hermano.

Jesús, en el Evangelio, nos ofrece muchos consejos, como el de no dejarnos guiar por ciegos que guían a otro ciegos, porque iremos directamente al hoyo (cfr. Mt 15, 14). Hay que saber de quién nos dejamos aconsejar. Donde encontramos la fuente de aconsejar del Maestro es en el Sermón del Monte. Las ocho actitudes que hemos de cultivar especialmente según Mt 5, 1-10: la pobreza de espíritu (una actitud de abandono y confianza en Dios), la aflicción (con la que sobrellevamos la falta de conexión entre el Dios misericordioso y nuestra actitud negligente), la falta de poder, el hambre y sed de justicia, la misericordia, la pureza de corazón o transparencia interior, el compromiso por la paz y ser perseguidos por causa de la justicia.

En la vida de los santos descubrimos maestros del consejo y auténticos maestros espirituales: Ignacio de Loyola y sus reglas de discernimiento, los consejos de Teresa de Jesús a sus monjas o los de Vicente de Paúl a sus Hijas de la Caridad, el acompañamiento de Juan Bosco a los jóvenes o las enseñanzas del santo matrimonio formado por Luis Martin y Celia Guérin a sus hijas. Los padres de la patrona de las misiones tienen muy claro que las niñas han de tener todo lo necesario, pero no lo superfluo. “¡Todas nuestras compañeras tienen ‘eso’!”, les dicen a veces. Si es superfluo, la mamá se lo explica y es inútil insistir: “¡No hace falta!”.

En la actualidad se habla del counselling como moderna forma de aconsejar o, más precisamente, de relación de ayuda. Se trata de una manera de relacionarse una persona experta en ayudar con otra en situación de crisis. En realidad, todos los cristianos por vocación hemos de bucear en el Evangelio para saber aconsejar y ayudar al que le hace falta. No es solo dar consejos, sino acompañar.

Hemos de tener cuidado con el término aconsejar; ciertamente, está muy bien, pero suena a un estilo de ayuda unidireccional, directivo y de experto, que coloca al destinatario en una actitud pasiva frente a sus problemas. Esa ayuda vendría canalizada por directrices, exhortaciones, que el ayudado tendría que asimilar y poner en práctica.

Acompañar lleva consigo hacerse cargo de la experiencia ajena y dar hospedaje al sufrimiento del prójimo. Quien sabe aconsejar y acompañar mata la soledad con su presencia, se mete en los zapatos del otro, se acomoda a su perspectiva y se sienta a su mesa personal con todos los sentidos en clave de servicio.

La escucha activa representa la herramienta fundamental de la interacción y de la ayuda. La escucha activa promueve el protagonismo del ayudado en el proceso de reconocimiento y afrontamiento de la dificultad. A escuchar se aprende. Se escucha con toda la persona, con el corazón. Acoger lo que el otro dice y lo que el otro es. Esta es la clave de casi todo. Nos preocupamos mucho de lo que debemos decir y muy poco de escuchar lo que nos dicen. Escuchar es una manera de descentrarnos, de olvidarnos de nosotros mismos y abrir las puertas de nuestra casa a los demás. En definitiva, es una manera de amar. Y, en el mundo de hoy, hay muchas voces que necesitan ser amadas-escuchadas.

Hay una expresión muy querida de san Camilo de Lelis que viene muy bien para el proceso de escucha y consejo: “Poner el corazón en las manos”. En palabras de José Carlos Bermejo, “impregnar las relaciones, los cuidados que nos prestamos unos a otros, de la sabiduría del corazón, de su afecto y de la ternura que le son propios cuando se actúa con libertad y responsabilidad”.

2. Enseñar al que no sabe

3. Corregir al que se equivoca

4. Consolar al triste

5. Perdonar las ofensas

6. Soportar con paciencia los defectos del prójimo

7. Rogar a Dios por los vivos y por los difuntos

 

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