Francisco tacha de “mercenarios” a los curas “apegados al dinero”

Jubileo sacerdotal por el Año de la Misericordia

En el Jubileo sacerdotal por el Año de la Misericordia les dedica tres hondas e interpelantes meditaciones

Jubileo sacerdotal por el Año de la Misericordia

Misa de clausura del Jubilieo en San Pedro, el viernes 3

ANTONIO PELAYO (ROMA) | El Jubileo de los sacerdotes (del 1 al 3 de junio), dentro del Año de la Misericordia, ha sido tan diferente como rico en novedades. Librémonos cuanto antes del incómodo tema de las cifras: los organizadores han referido que han sido 6.000 los sacerdotes y seminaristas llegados a Roma. Tal vez sea así. En todo caso, pocas veces la Ciudad Eterna ha conocido una afluencia tan grande de clérigos africanos y asiáticos (¿llegaban a cien los españoles…? Me permito dudarlo).

La primera jornada se vivió por grupos lingüísticos. Cada uno de ellos se reunió en una iglesia romana para asistir a la “catequesis” sobre el significado del año jubilar; los de lengua española fueron “catequizados” por el cardenal José Luis Lacunza, obispo de David, en Panamá. Pero la jornada clave fue el jueves 2, enteramente consagrada a las tres meditaciones que Francisco predicó a los sacerdotes. A las diez de la mañana, la primera cita fue en la Basílica de San Juan de Letrán. Después del rezo de la hora tercia, sentado ante una sencilla mesa, Bergoglio dio comienzo a su primera meditación.

Toda ella –como las dos sucesivas– centrada en el tema de la misericordia y tamizada de espíritu ignaciano. La síntesis de esta primera hora meditativa está en este párrafo: “La misericordia nos permite pasar de sentirnos misericordiados a desear misericordiar. (…) Podemos pasar sin preámbulos de la distancia a la fiesta, como en la parábola del hijo pródigo, y utilizar como receptáculo de la misericordia nuestro propio pecado. La misericordia nos impulsa a pasar de lo personal a lo comunitario. Cuando actuamos con misericordia, como en el milagro de la multiplicación de los panes que nace de la compasión de Jesús por su pueblo y por los extranjeros, los panes se multiplican a medida que se reparten”.

Compadece… y actúa

Francisco acuñó el curioso neologismo de “misericordiar”, que, para él, significa “compadecerse del que sufre, conmoverse ante el necesitado, indignarse, que se revuelvan las tripas ante una injusticia patente y ponerse inmediatamente a hacer algo concreto, con respeto y ternura, para remediar la situación”. A la luz de la parábola que llamó “del padre misericordioso” y no del hijo pródigo, añadió: “Ahí tenemos que situarnos, en ese hueco en el que conviven nuestra miseria más vergonzante y nuestra dignidad más alta. Sucios, impuros, mezquinos, vanidosos (la vanidad es un pecado de los sacerdotes), egoístas y, a la vez, con los pies lavados, llamados y elegidos, repartiendo sus panes multiplicados, bendecidos por nuestra gente, queridos y cuidados”.

Antes de concluir con el canto del Magnificat, el Santo Padre advirtió que “no es que la misericordia no tome en cuenta la objetividad del daño hecho por el mal. Pero le quita poder sobre el futuro, le quita poder sobre la vida que sigue adelante. (…). En eso es lúcida, no es para nada ingenua la misericordia. No es que no vea el mal, sino que mira lo corta que es la vida y todo el bien que queda por hacer. Por eso hay que perdonar totalmente, para que el otro mire hacia adelante y no pierda tiempo en culparse”.

Dos horas más tarde, el Papa ya estaba en la Basílica de Santa María la Mayor. La segunda meditación del día llevaba como título El receptáculo de la misericordia. Y, justamente, su primera frase fue: “El receptáculo de la misericordia es nuestro pecado. Pero suele suceder que nuestro pecado es como un colador, como un cántaro agujereado por el que se escurre la gracia en poco tiempo”.

Esto lo ilustró el Papa con varias citas de la novela Diario de un cura rural, de Georges Bernanos: “Me he reconciliado conmigo mismo, con este despojo que soy. Odiarse es más fácil de lo que se cree. La gracia es olvidarse. Pero, si todo orgullo muriera en nosotros, la gracia de las gracias sería apenas amarse humildemente a sí mismo como a cualquiera de los miembros dolientes de Jesucristo”. Este es, según Bergoglio, el recipiente común, el receptáculo de la misericordia.

En la basílica mariana por excelencia, el Papa acudió al ejemplo de la doncella de Nazaret: “Si alguna vez notan que se les ha endurecido la mirada, que, cuando ven a la gente, sienten fastidio o no sienten nada, vuelvan su mirada a ella. Mírenla con los ojos de los más pequeños de su gente, que mendiga un regazo, y ella les limpiará la mirada de toda ‘catarata’ que no deja ver a Cristo en las almas; les curará toda ‘miopía’ que vuelve borrosas las necesidades de la gente, que son las del Señor encarnado y de toda ‘presbicia’ que pierde los detalles, la ‘letra chica’ donde se juegan realidades importantes de la vida de la Iglesia y de la familia”.

Servicio a los pobres

Por la tarde, el incansable Francisco predicó su tercera meditación. Fue en la Basílica de San Pablo Extra Muros y se titulaba El buen olor de Cristo y la luz de su misericordia. “En la Iglesia –dijo– tenemos muchas cosas no tan buenas y muchos pecados, pero en esto de servir a los pobres con obras de misericordia siempre hemos seguido como Iglesia al Espíritu y nuestros santos lo hicieron de manera muy creativa y eficaz”.

Tras este reconocimiento, llegó la advertencia: “Nuestro pueblo perdona a los curas muchos defectos, salvo el de estar apegados al dinero. Y no tanto por la riqueza en sí, sino porque el dinero nos hace perder la riqueza de la misericordia. Nuestro pueblo olfatea qué pecados son graves para el pastor, cuáles matan su ministerio, porque lo convierten en un funcionario o, peor aún, en un mercenario”. Finalmente, abordó el sacramento de la Reconciliación, y recomendó a sus oyentes “aprender de nuestros buenos confesores, de aquellos a los que la gente se acerca, los que no espantan y saben hablar hasta que el otro cuenta lo que le pasa, como Jesús con Nicodemo. Si uno se acerca al confesionario es porque está arrepentido, ya hay arrepentimiento. Y, si se acerca, es porque tiene deseos de cambiar. O, al menos, deseo de deseo, si la situación le parece imposible”.

El Jubileo fue clausurado el viernes 3 con una eucaristía en San Pedro celebrada en la festividad del Sagrado Corazón de Jesús, tan ligada a la espiritualidad jesuita de Bergoglio.

En el nº 2.992 de Vida Nueva


LEA TAMBIÉN:

 

PLIEGOS EN EL JUBILEO DE LA MISERICORDIA:

Compartir