Ende, la pintora de Dios

‘Crucifixión’ (Ende)

El misterio planea sobre esta mujer, la primera en la Europa occidental que firmó su obra

‘Crucifixión’ (Ende)

‘Crucifixión’, delicada obra de Ende

Ende, la pintora de Dios [extracto]

MARTINA CORGNATI (colaboración de ‘Donne Chiesa Mondo’) | En depintrix (o Ende pintrix) et Dei adiutrix: “En (o Ende) pintora y ayudante de Dios”. La firma de Ende aparece en el colofón del Beato de Gerona como un rayo que cae en el cielo sereno desde la oscuridad de la noche de los tiempos. En efecto, se trata de la primera mujer “artista” que deja una huella explícita de sí en la historia de Europa occidental. Estamos en el Reino de León, en el monasterio de San Salvador de Tábara, junto a una frontera provisional y peligrosa que las armadas cristianas están desplazando lenta y valientemente hacia el Sur. San Salvador está situado casi sobre el curso del Duero, que en aquella época (siglo X) constituía la frontera con Al-Andalus, los dominios islámicos.

Tábara es un lugar fortificado, una torre “alta y de piedra” completada por un gran scriptorium donde algunos monjes copiaron e iluminaron algunos códices que se cuentan entre los más valiosos y hermosos de toda la Edad Media: los Beatos, comentarios al Apocalipsis de Juan que reciben su nombre por el autor del texto, el Beato de Liébana, original y enérgico monje mozárabe que vivió en Oviedo en el siglo VIII y llegó a ser muy popular entre teólogos, religiosos, pero también laicos poderosos que buscaban textos y tradiciones sobre los cuales fundar su frágil identidad cultural y política.

El libro del Beato, auténtica guía y fuente de inspiración para la resistencia cristiana, fue incansablemente copiado hasta el siglo XIII por monjes que interpretaban su actividad intelectual como sacrificio, lucha y don de Dios. Por lo menos dos de los primeros y más valiosos de estos códices llegan de Tábara, centro de una verdadera escuela de escritura y miniatura que floreció casi hasta el año 1000 y cuyos principales protagonistas tenemos la fortuna de conocer: Magius, Emeterius, Senior y, precisamente, En, de la que no sabemos nada más allá de que tenía que ser tan importante como para escribir su nombre en el último folio del Beato de Gerona, después de la gran “omega”, la última letra del alfabeto griego que concluye el texto, pero antes del de los “colegas” empeñados junto a ella en la realización del códice, a saber, Emeterius, “monje y presbítero”, por las miniaturas, y Senior, “presbítero”, por la escritura.

¿Quién era esta mujer? El nombre “En”, que proviene, tal vez, del germánico “Haim”, no parece que haya tenido mucha difusión en España. Según gran parte de los estudiosos, ella era oriunda de León o de los alrededores, como prueban las referencias al arte mozárabe e incluso islámico de muchas de sus maravillosas miniaturas. Por ejemplo, la que representa a la “mujer sentada sobre la bestia escarlata” (Apocalipsis 17,3), una imagen original y potente que ocupa una página entera donde la orgullosa prostituta eleva alto sobre la cabeza la copa de su ignominia y el árbol que está frente a ella, de copa redonda y tronco entrelazado, recuerda modelos islámicos.

También el mítico Simurgh (el ave sasánida que vive en el árbol de todas las semillas) y el caballero de aspecto árabe que derrota a la serpiente son figuras únicas en la historia de la miniatura española, pero atestiguadas en marfiles de Córdoba y entre los personajes fantásticos pintados en el techo de la capilla palatina de Palermo en el siglo XII. En otra parte, En o sus inspiradores y colegas muestran una competencia que llega más allá de los textos canónicos: por ejemplo, el episodio relativo al intento de suicidio de Herodes solo está atestiguado en los Evangelios apócrifos. En aquel momento (975), estos motivos constituían el ciclo más vasto de imágenes sobre el tema jamás elaborado en España, antecedente incluso del arte románico. Extraordinaria resulta sobre todo la Crucifixión, de policromía sumamente vivaz, llena de tituli (los pies de imagen que permiten identificar a cada personaje) y una rara representación del sepulcro. En cambio, la Majestad de Cristo está basada en modelos carolingios ya presentes en los anteriores Beatos.

Artista y patrocinadora

Naturalmente, una riqueza teológica y cultural semejante hace pensar que En era una monja elegida por Emeterius para que le ayudara en esta gran empresa para la gloria de Dios. En efecto, miniar un Beato era un trabajo costoso, difícil y largo: el del que estamos hablando es uno de los más hermosos en general, con no menos de 284 folios de pergamino y 115 imágenes, muchas de página entera, pintadas en témpera con una riqueza cromática única, mayor que la de todos los demás códices miniados de la España del siglo X.

Pero el monasterio de Tábara, donde en esa época residían cerca de 600 monjes, no tenía una sección femenina. ¿De dónde venía, pues, la dotada pintora? Tal vez de otro monasterio situado en Asturias, como el de Santa María la Real de Piesca, llamada por su fama de “artista” pero de la que no quedan huellas. O bien, como afirma John Williams, el mayor experto de la miniatura española medieval, En podría haber sido una mujer de la nobleza local, tal vez de León, o gallega, quizá viuda o sin herederos, que había decidido dedicarse a ese precioso libro no solo como artista, sino como patrocinadora, asegurando al abad de Tábara los medios económicos necesarios para hacerlo digno y esplendoroso. Era una obra meritoria a los ojos de Dios, de la que En podía proclamarse con justicia “ayudante”, porque con su trabajo había contribuido a glorificarlo y a divulgar su palabra. Y aquel decisivo 6 de julio, sábado, de 975, cuando escribas y pintores concluyeron sus fatigas, la historia del arte adquirió su primera intérprete y protagonista.

En el nº 2.992 de Vida Nueva


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