Obituario: Loris Capovilla, la luna y el amanecer

Loris Capovilla

Fallece el secretario de Juan XXIII

Loris Capovilla

JOSÉ LUIS CORZO | “No es más que el alba”, me dijo cómplice don Loris Capovilla: “El Evangelio no ha hecho más que empezar”, y me señaló una cerámica escrita tras él: Nondum aurora est. Para saberlo bien, tenía razones personales, a sus 94 años, en aquella mi primera visita a su casa de Sotto il Monte, la de Juan XXIII; (y en la segunda me lo repitió, ya con 97). Había visto en su propia carne el milagro de aquel pontificado de trámite y transición, pero que abrió el Concilio, el mayor acontecimiento eclesial en sus cien años bien cumplidos. “El Evangelio no cambia –decía el Papa bueno a los reaccionarios de entonces–, es que ahora podemos comprenderlo mejor” (y no hablaba de exégesis). “Como la tradición –añadía don Loris–, se necesita audacia para mantenerla viva”.

“No sé si usted sabe –le dijo a quien yo acompañaba, la joven maestra italiana de 88 años, ayudante de don Milani en Barbiana– que la bomba atómica no la lanzaron los comunistas ni los musulmanes, sino usted, hermana de quienes lanzaron las bombas cristianas, como dicen los japoneses. ¡Es mejor no decir creyentes y no creyentes; que ni lo somos, ni lo son!”. Me tuvo casi dos horas con la boca abierta, otra forma de tenerla bien cerrada, y anoté a la salida 21 temas de aquella actualidad marcada entonces por Obama, ya 19 días presidente de Estados Unidos. Don Loris encomiaba alegre al papa Roncalli por haber creado en 1960 el primer cardenal negro de la historia moderna: Laurean Rugambwa. Salí de allí con la conciencia de haber asistido a un encuentro profundamente religioso, sobrenatural y por persona interpuesta, con el Papa, tan postergado, del Concilio y de la Pacem in terris.

Su fiel secretario fue quien le empujó a asomarse a la ventana aquella noche de luna sobre el Concilio y, experto del alba, también ha sufrido, tras el milagro, el reflujo eclesial en busca, más que del mundo moderno, de la seguridad constantiniana perdida; también él fue descartado muchos años, pero ha podido ver al papa Francisco, que lo hizo cardenal casi a los 99. ¿Para indemnizarle?

¡Y es que no es más que la aurora! No de un pontificado, sino de nuestra acogida del Evangelio.

En el nº 2.991 de Vida Nueva

 


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