Un faro que nos guía: el icono de la Virgen del Perpetuo Socorro

Claves para entender esta pintura, de la que se cumplen 150 años de veneración universal en el ámbito católico

portada Pliego VN El icono de la Virgen del Perpetuo Socorro 2988 mayo 2016

JOSÉ MARÍA LORCA, sacerdote | La devoción a la Virgen María suele estar asociada a una multitud de imágenes. Tuve la suerte de iniciarme en la fe mirando un “cuadro” de la Virgen del Perpetuo Socorro que ha guiado mis pasos desde niño; o mejor, siendo por él mirado a modo de faro orientador. Este “cuadro” o icono de la Virgen del Perpetuo Socorro el 26 de abril de 1866 fue confiado, hace ahora 150 años, a los Misioneros Redentoristas. Estamos, pues, en un año conmemorativo o jubilar de aquel evento. Cuentan las crónicas que, al encomendársela a los redentoristas, el papa Pío IX exclamó: “Qué hermosa es”, y seguidamente añadió: “Dadla a conocer por todo el mundo”.

(…)

No se trata de un simple “cuadro”, tal como venía denominándose entre nosotros hasta la década de 1980, sino de un auténtico “icono” en el sentido estricto de la Iglesia ortodoxa de la que procede. Es una pintura al óleo sobre tabla de madera de una sola pieza, y con dimensiones de 53,4 x 41,8 centímetros. Se trata de la única imagen de este tipo que, desbordando los muros de un santuario concreto, viene recibiendo culto de veneración universal en el ámbito de la comunidad católica desde 150 años.

I. De la leyenda a la historia

II. Criterio de devoción a las imágenes

III. Calidad de la iconografía mariana

IV. Significado general de los iconos

Además del profundo sentido cristológico que lo habilita como un resumen de la Redención, hay en este tipo de pintura un valor general determinado por el denso significado que la Iglesia de Oriente reserva a los iconos: “El arte de la iconografía –reza una antigua crónica– no fue inventado por cualquiera; ni por los egipcios, corintios o atenienses, sino por el mismo Creador, que adornó el cielo con estrellas y la tierra con flores”.

Se atribuye a este arte, pues, una condición casi sobrenatural; un valor añadido a la simple tarea de su ejecución, el cual resulta imposible de medir con las estimaciones de la crítica pictórica habitual. El autor y su pericia pasan a un segundo plano, pudiéndose hablar de piezas inspiradas por el Espíritu de modo similar a la propia Palabra revelada.

Lo que determinó que, así como la Biblia no puede ser alterada en sus palabras por los copistas, tampoco los pintores de los santos iconos podrían vulnerar las normas de las pautas canónicas previamente establecidas. “El icono servía, por decirlo así, para reemplazar al respectivo santo, como si su alma libre siguiera viviendo en la imagen. Esta es la causa por la que el icono está considerado como una realidad, como “un ser provisto de voluntad propia” (Sergio Otzoup). No se trataría, en consecuencia, de una mera copia de la realidad, sino de la realidad misma bajo otra apariencia. Los sagrados iconos son portadores, y no meros reproductores, de un espíritu que les convierte en verdaderos objetos animados.

Una mentalidad católica ilustrada se resiste a admitir sin matices esta modalidad de culto a las imágenes, en cuanto asentada en un terreno resbaladizo de creencias, muy fácil para hacer caer en exageraciones, tal como de hecho ocurrió. (…)

En realidad, el afortunado desenlace era el resultado de un largo debate de todo el pueblo fiel, que ya se había resuelto antes en el Concilio II de Nicea (787). Este se había pronunciado favorablemente a la veneración de las sagradas imágenes como portadoras de una presencia y un poder misterioso que les daban valor místico y taumatúrgico. (…)

La actitud ha de ser recíproca por parte de quien mira el icono y trata de leerlo. En realidad, debe permitir ser leído e interpretado por él. Como se trata de un condensador de energías espirituales, la conexión solo se puede establecer en un clima de apertura y de docilidad. No debe contemplarse de cualquier manera, sino dejándonos penetrar por el misterio que encierra. No está en función de producir un placer estético, sino una actitud de adoración a lo invisible a través de lo visible. (…)

V. Arquetipos originarios de iconografía mariana

VI. La Virgen de la Pasión, síntesis y mensaje

a. La Madre y acoge y ofrece

b. Los ángeles portadores

c. El Hijo que nos representa

 

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