José Beltrán, director de Vida Nueva
Director de Vida Nueva

Preocupación por quienes se lo ponen difícil a Francisco


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VIERNES 6. Almuerzo con Carmen Rigalt. Recién llegado del Consejo Editorial de Vida Nueva. “¿Son como el Sanedrín? A ver si te van a dejar en manos de Pilatos”, bromea. Le explico que más bien lo contrario. Se meten en el barro para abrir horizontes, para buscar vías. Profetas, no jueces.

SÁBADO 7. Mondoñedo. Ordenación episcopal de Luis Ángel de las Heras. Claretiano. Comparto mesa con lectores de Vida Nueva y el almuerzo se convierte en auditoría. Sugerencias, propuestas, respaldo… Preocupación por quienes se lo ponen difícil a Francisco. Allá y acá. Alguien me hace caer en la cuenta de un detalle: “¿No te parece curioso que el hasta ahora presidente de la CONFER, con lo que han sufrido los religiosos, sea ahora el obispo del pueblo del cardenal?”. Caprichos de lo Alto.

DOMINGO 8. Premio “Lolo”. De manos de Carlos Romero. Horas antes, en el avión de regreso de Galicia, le había dado vueltas a lo que podía decir. Al final, tocó improvisar. Mente casi en blanco. Cito a mi manera al beato. “El periodista es catedrático de la verdad en la universidad de la vida”. Y yo, todavía un becario que siempre tiende a liarla parda, pero que cuenta con muchos y muy buenos alrededor que trasforman esa querencia en “hacer lío”. Gracias.

LUNES 9. Ayer escuché de alguien que la verdad está por encima de la caridad. No tuve tiempo para detenerme en ello. Hoy, sí. Y me asusta. Porque sé que lo aplica tal cual. A quien piensa diferente, a quien no se ajusta a sus criterios verificables que resultan ser relativistas. Y excluyentes. Ante cualquiera. Así nunca encontrará la oveja perdida. Porque nunca la buscará. Solo por ser diferente. Ni por caridad.

MARTES 19. Veo la primera semifinal del Festival de Eurovisión. Me divierte. Bromeo. Me río. Hasta que llega el intermedio. En el escenario, “The grey people”. En castellano, gente gris. Una performance sobre los refugiados. No tienen color porque no tienen nombre. Ni si quiera cuentan como números. Me alegra que en una plataforma de colorín como Eurovisión, los organizadores suecos le recuerden al continente que los refugiados son unos de nosotros. La danza concluye con estas mujeres, niños y hombres grises, lavándose el rostro y mezclándose, saltando las vallas que les separan del público y mezclándose entre la gente. Como uno más. Como lo que son.

jose.beltran@ppc-editorial.com

En el nº 2.988 de Vida Nueva