Fallece Gonzalo López Marañón, el obispo carmelita que armó lío

Gonzalo López Marañón, carmelita español misionero, obispo de Sucumbíos Ecuador fallecido en mayo 2016

Estuvo 40 años al frente del Vicariato Apostólico de Sucumbíos (Ecuador)

Gonzalo López Marañón, carmelita español misionero, obispo de Sucumbíos Ecuador fallecido en mayo 2016

JESÚS HERRERO HITA | Gonzalo López Marañón (Medina de Pomar, Burgos, 1933-Calunda, Angola, 2016) no sabía conducir. Pero aquel fraile carmelita, experimentado como maestro de novicios, fue nombrado prefecto apostólico y enviado en 1970, a sus 37 años, a pastorear la Misión Carmelita en la Amazonía de Ecuador. Me contaba que, tras recibir la noticia, le buscaban sus hermanos por el convento sin hallarle, mientras él permanecía escondido en la capillita de la Virgen del Carmen, derrochando lágrimas ante el peso de la encomienda.

Así comenzó aquel mocetón del norte de Burgos su aprendizaje para conducir algo tan enorme como la travesía de 40 años (hasta 2010) como obispo de la particular Iglesia de San Miguel de Sucumbíos: 24.000 km² multicoloridos de colectivos étnicos, nuevas colonizaciones, disparates y masacres de petroleras, un tropel de marginalidad regional con sus conflictos sociales y, en definitiva, un panorama variopinto, vasto y creciente de nuevos empobrecidos.

Su encuentro con una realidad así, con Jesús de Nazaret vivo en el rostro y dignidad de tanta gente, le conformó en poco tiempo su nueva identidad en coherencia con el Dios de la vida, en ese enorme continente donde surgían la Teología de la liberación, las Comunidades Eclesiales de Base y las organizaciones populares.

Hasta que, en 2010, llegaría su fama más infame y humillante: ser relevado y expulsado junto a los carmelitas por los liquidadores de su siembra, mientras era invitado diplomáticamente a regresar a su España natal. Lo más solemne del acto hipócrita que le rindieron sus detractores como despedida correspondió a su habitual genialidad: cuando todos esperaban unas palabras circunspectas, Gonzalo les entonó entero: “La vida sigue igual, unos que vienen otros que se van…”. Ante aquella afrenta, a sus 77 años, levantó tienda en un parque de Quito y celebró 24 días de ayuno evangélico. Su pancarta rezaba: “Para sanar heridas y reconciliar Sucumbíos”.

Ya en España, prosiguió con su desvelo por “no jubilarse en un convento, sino seguir siguiendo misionero”, centrándose en promover equipo y destino allá donde piratas y otros entuertos frustraron las dos expediciones de descalzos enviadas por Teresa de Jesús y Juan de la Cruz. Y partió con todo su optimismo a la actual Angola, a la pequeña población de Calunda, donde en poco más de un año manifestó su “determinación muy determinada (tan carmelitana)” de ir contra corriente para asentar allí su misión y yacer.

En el nº 2.988 de Vida Nueva

 

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