Valorar y defender a la familia

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de Sevilla CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

La familia es fuente inagotable de las mejores lecciones y de unos valores imperecederos: amor, sacrificio, lealtad, reconciliación, generosidad, fidelidad… No nos cansamos de bendecir a Dios por el beneficio tan grande que nos ha hecho con la institución de la familia. De una forma particular, por la familia cristiana, que es una señal admirable y evidente de su amor y de sus planes de salvación para todos los hombres.

¿Qué hacemos para ayudar a la familia para que pueda ser, en verdad, esa comunidad de vida y amor que quiere la Iglesia? Esta es una pregunta que es a la vez una llamada a la responsabilidad de todos, comenzando por la misma familia.

Ni se puede prescindir de la familia, ni esta puede ser privada de los derechos que le corresponden, ni tampoco puede ser que otros organismos asuman las funciones y competencias que son exclusivas de la familia. La Iglesia, el Estado y la sociedad ayudan, amparan, protegen, facilitan los medios, pero es la misma familia quien debe asumir el protagonismo de su propia vida y desarrollo. Solamente, y de una manera subsidiaria, otros organismos podrían asumir algunas de esas competencias propias de la familia.

En consecuencia, habrá que ofrecer a la familia aquellos medios con los cuales pueda cumplir adecuadamente su finalidad como institución social y cristiana: ambiente adecuado para el desarrollo de las personas, estabilidad social y económica, medios educativos, ofrecimiento y apoyo pastoral, alimento para su fe…

Cuando todas las luces se han apagado, es la lámpara de la familia la que sigue alumbrando. La llama no se extingue, porque su aceite y su fuerza es el más noble amor que Dios ha puesto en el corazón de los hombres.

Si la misericordia exige recoger lo mejor que cada uno pueda tener y compartirlo con aquel que más lo pueda necesitar, no se puede negar que aquello que más desean los padres es el amor de sus hijos y que estos, a su vez, no reparen en dar, de palabra y con hechos, muestras del inmenso amor y gratitud que sienten por sus padres. La honra de los padres son sus hijos. También de manera recíproca. En el interés, por parte de todos, por conseguir la felicidad de esta comunidad de vida y de amor que es la familia, siempre nos quedaremos cortos.

En el nº 2.985 de Vida Nueva

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