‘Amoris laetitia’: las puertas, de nuevo, entreabiertas

Un recorrido por la moral sexual y familiar que Francisco propone a la Iglesia

pliego VN Amoris laetitia Jesús Martínez Gordo 2985 abril 2016

JESÚS MARTÍNEZ GORDO, Facultad de Teología de Vitoria-Gasteiz | Han pasado más de dos años y medio desde que Francisco abriera la Iglesia a una reconsideración de la pastoral familiar y de la moral sexual. Con la publicación de la exhortación apostólica postsinodal Amoris laetitia, el 8 de abril de 2016, las puertas, entonces abiertas de par en par, han quedado finalmente entreabiertas o entornadas. Algo es algo… Y más, después de tantos años de rigor doctrinal y moral, de “verdades innegociables” y de permanentes llamadas a la heroicidad, por coherencia con un magisterio eclesial que a muchos católicos se antojaba discutible y, por ello, mejorable.

En el origen de este último tiempo de “puertas abiertas y entornadas” se encuentra una histórica rueda de prensa de Francisco en el avión que le trasladaba de la JMJ de Río de Janeiro al Vaticano, el 29 de julio de 2013. A preguntas de los periodistas, el Papa dejó tres consideraciones que han marcado los primeros años de su pontificado: había que revisar la imposibilidad de una plena incorporación eclesial de los divorciados vueltos a casar civilmente; había que revisar “el problema judicial de la nulidad de los matrimonios”, habida cuenta de que “los tribunales eclesiásticos no bastan para eso”; y había que cambiar el trato y la actitud ante la homosexualidad: “Si una persona es homosexual y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?”.

La sorpresa fue mayúscula, tanto por el contenido como por el tono. Francisco era un papa con perfil propio. Sus gestos, su manera de comunicar y afrontar los problemas evidenciaban que se tenía delante a un sucesor de Pedro con entrañas pastorales; diferente, a la vez que complementario, al perfil desplegado por sus antecesores: marcadamente moral, en el caso de Juan Pablo II, e indudablemente teológico, en el de Benedicto XVI.

Este Papa pastoralista, con “olor a oveja” y “callejero” (como gustaba llamarse cuando llevaba una vida sencilla y austera en medio de la gente), era consciente de las crecientes (y a veces insuperables) dificultades de muchos católicos para seguir a la Iglesia en la moral familiar y sexual propuesta hasta entonces. Y de que la desafección y sangría que padecía en algunos lugares la Iglesia no solo obedecía al secularismo, sino también a su obsesiva exigencia de una moral familiar y sexual, frecuentemente, inmisericorde.

Pero estas tres declaraciones venían acompañadas, además, de una confesión de indudable calado: quería que estas y otras cuestiones fueran abordadas a partir de lo que podría llamarse “el principio misericordia”. Su cercanía con el Evangelio y con la gente le había llevado a percatarse de la centralidad de la misma en la vida cristiana y de su indudable resonancia (y acogida) entre los hombres y mujeres de buena voluntad.

Finalmente, les comunicaba que pensaba escuchar el consejo de ocho cardenales (el entonces llamado C-8), con los que se reuniría del 1 al 3 de octubre de 2013, sobre este asunto y, por extensión, sobre “cómo seguir adelante en la pastoral matrimonial”.

I. Primeros vientos… huracanados

II. Grietas en el dique de contención

III. Primeras decisiones

IV. El precio que hay que pagar

V. ‘Amoris laetitia’, la alegría del amor

VI. A respirar

 

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