En un lugar de Cervantes…

Miguel de Cervantes, autor de El Quijote

Una nueva biografía descubre al autor de ‘El Quijote’ sin tópicos ni leyendas, 400 años después de su muerte

Miguel de Cervantes, autor de El Quijote

En un lugar de Cervantes… [extracto]

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | José Manuel Lucía Megías (Ibiza, 1967) ha sido capaz de bajar a Miguel de Cervantes Saavedra de las peanas, el mármol y los monumentos y mirarlo directamente a los ojos para descubrirnos su humanidad. Catedrático de Filología Románica de la Universidad Complutense de Madrid, acaba de publicar una biografía que será –que ya es– referencia en las investigaciones sobre el autor de El Quijote: La juventud de Cervantes. Una vida en construcción (Edaf). “Me interesaba rescatar al hombre y, sobre todo, esa época maravillosa que son los siglos de oro, una época fascinante a la que damos demasiado la espalda, otorgando mucho valor a la leyenda negra, que asumimos con elementos que no son adecuados”, afirma a Vida Nueva el también presidente de honor de la Asociación de Cervantistas.

Megías le va quitando a Cervantes el cúmulo de leyendas que no nos ha dejado ver la verdad del creador de la novela moderna. “Sabemos tan poco de Cervantes porque sabemos muy poco de cualquier persona de los siglos de oro. Sabemos de él lo que podemos saber de cualquier persona de aquella época por los libros de bautismo y defunción, o la huella en documentos vinculados a su trabajo como recaudador de impuestos, y poco más”, explica. Sigue siendo un enigma.

Esta es la primera parte de las tres que promete. “Yo hubiera querido escribir toda la biografía y dejarme de la responsabilidad de tener que escribir más sobre Cervantes –confiesa–. Pero la propia historia y el querer contar cómo se ha ido construyendo su mito, cómo se han elaborado los pocos documentos que tenemos, quién, cómo, qué información se saca de esos documentos, con un trabajo casi detectivesco…”.

Por ejemplo, confirma la abundancia de cartas falsas y pretendidamente autógrafas. O que Cervantes es, en realidad, un hombre sin rostro: ni uno solo de los retratos existentes es contemporáneo; ni siquiera el más famoso, el que se atribuía a Juan de Jaúregui, fechado en 1600 y que realmente fue pintado en el siglo XIX. Lo único que Cervantes permitió fue publicar un “retrato de papel”, en el que él mismo se describe, en el prólogo de las Novelas ejemplares, ya en 1613, solo tres años antes de su muerte, cuando el éxito de la primera parte de El Quijote (1605) le dejó apenas entrever una fama que nunca tuvo.

“Como de su vida cotidiana, solo conocemos lo poco que él escribió de sí mismo. Tenemos la visión que quiere darnos en sus obras, y eso es lo que llamo ‘el personaje que se construye el propio Cervantes’, y que, ante la falta de documentos, tomamos por la propia persona”. Pero no lo es.La juventud de Cervantes, libro-biografía de José Manuel Lucía Megías, Edaf

Una visión cristiana y humanista

Es lo que ocurre, por ejemplo, con su religiosidad. “En las últimas obras, sobre todo en Persiles, sí que hay una visión más cristiana, mucho más católica. Pero también tiene una visión de la vida muy humanista, muy libre, y quizás sí que esto esté más cercano a la teología erasmista, como una visión de la vida y de la religión donde lo importante son las obras y no los dichos”, explica.

Aunque matiza: “Cervantes va a tener una visión muy amplia de la vida, del conocimiento de los hombres, va a aceptar a los moriscos, va a tener una visión no beligerante, digamos, del cristianismo y del catolicismo como única religión. Pero no por la cuestión erasmista o filosófica, sino por una cuestión vital. Se mantendrá siempre dentro de la ortodoxia, porque lo que quería era vivir y triunfar en este mundo en donde era fundamental esa ortodoxia”.

Megías es también comisario de la exposición Miguel de Cervantes: de la vida al mito (1616-2016), inaugurada en marzo por los Reyes en la Biblioteca Nacional. En la muestra y en la biografía insiste en que a Cervantes lo tenemos que ver “como uno más”, y afirma que su sueño no era más que ser un escribano en la Corte: “Cuando iba escribiendo, me iba dando cuenta de que en esa vida en construcción, ese joven lo que quiere ser es secretario, por ejemplo, del cardenal Espinosa, o de Mateo Vázquez, o de cualquiera de los nobles de la Corte, o incluso del propio rey”.

Y sin conseguirlo, o pensando que en Roma tiene más posibilidades, “lo vamos a encontrar en otra profesión para alguien de su linaje como es la vida de soldado, y luego ese quiebre que es fascinante: la cautividad en Argel, que es donde le dejo en esta obra”. No sin antes puntualizar. Por ejemplo, su papel en Lepanto, ahora que se cumple (el 22 de abril) el IV centenario de su fallecimiento: “Es un tópico pensar en él como en el gran héroe de Lepanto que el mito llega a imaginar, cuando solo era un soldado bisoño que llevaba unos pocos meses en los Tercios. No, ni tan siquiera un experimentado arcabucero…”.

La incesante búsqueda del poder y una muerte pobre

En La juventud de Cervantes, José Manuel Lucía Megías analiza al detalle los cinco años que Cervantes estuvo prisionero de los corsarios y lo mucho que influyó en él esa vivencia: “Es curioso, por ejemplo, que se deje atrapar con las cartas de Juan de Austria, que hacen que pidan por él un rescate mayor de lo que le pedirían si realmente se hubiera tenido en cuenta el peso de su linaje”.

Lo que ya buscaba entonces el autor de La Galatea era, según su biógrafo, “ascender en el nivel social siendo un caballero grave, como se decía entonces, por el que al final piden esa enorme cantidad de dinero que, no olvidemos, tiene que devolver”.

Son 500 escudos que adelantan, en gran parte, los trinitarios y fray Juan Gil. Al regreso a España, en 1580, Cervantes emprende la incesante búsqueda de un sitio en la Corte: “Va a tener un leit motiv único como es la búsqueda de una merced, pero sobre todo, algo maravilloso, que es que él no quiere cualquier puesto, sino un puesto vacante en América, y lo va a estar esperando hasta que en 1590 le dicen que se olvide del sueño americano y se quede aquí”.

Va a ser recaudador de impuestos, “que no era un puesto menor, porque era representante del rey, pero seguramente no era el puesto de poder que él quería, porque, evidentemente, el poder no estaba en los caminos de Andalucía, sino en las calles de Madrid, de Lisboa, donde están el rey y los nobles; y la única literatura que entonces daba fama y dinero, los corrales de comedias”, apunta Megías. Hasta 1605, insiste el catedrático, Cervantes no renuncia a la Corte, y solo con el éxito del ingenioso hidalgo empieza a plantearse su “vida en papel” y dedicarse solo a escribir.

Pero murió pobre y su entierro en el monasterio de las Trinitarias Descalzas, en Madrid, fue “de caridad” como hermano profeso de la Orden Tercera de San Francisco. “Hay que tener en cuenta que hablamos ahora de Cervantes como modelo, o del Quijote como modelo, pero hay que situarlo en su tiempo. Cervantes no podía ser modelo de nada, ni religioso ni moral ni de comportamiento, porque no era un referente conocido, admirado o tenido en consideración”. Ahora sí lo es.

En el nº 2.982 de Vida Nueva

 

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