Puertas cerradas a las mujeres

María Teresa Sancho, OP Dominica Misionera de la Sagrada Familia

María Teresa Sancho, OP. Dominica Misionera de la Sagrada FamiliaMARÍA TERESA SANCHO, OP | Dominica Misionera de la Sagrada Familia

En la mañana de la Pascua, Jesús escoge como predicadora a una mujer: “Vete donde los hermanos y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”. Fue María Magdalena y se lo dijo a los discípulos (Jn 20, 17-19) Si el proceder de Jesús es así, a la Iglesia le toca abrir puertas…

¿Qué puertas? Haciéndome eco de las palabras de B. Boutros Ghali –“hoy más que nunca, la causa de la mujer es la causa de toda la humanidad”–, pienso que este desafío debe ser una opción muy específica de la Familia Dominicana. ¿Por qué? Si en el centro de la predicación debe estar la defensa de la justicia, una víctima secular de injusticia es la mujer.

La Familia Dominicana, por vocación profética, está llamada a implicarse en una sociedad de acelerados cambios, de intensas vivencias, en la cual emergen sujetos nuevos que se afanan no solo por vivir, sino por vivir con sentido humano e imprimirlo en el mundo. El cambio nos exige vivir de manera diferente. Aproximarnos más los unos a los otros y reconocer nuestra historia. En este horizonte multicultural, la diversidad, además de una riqueza, es un problema. Los nuevos sujetos no son idénticos, sus identidades son multicolores y provienen de historias y procesos particulares. Entre los nuevos sujetos está la mujer.

¿Abriremos una nueva puerta a la mujer? ¿De qué manera? Entre otras actitudes, relativizando el poder y la estructura jerárquica. Esto es válido tanto para la Familia Dominicana como para la Iglesia. Al respecto, afirmaba Urs von Balthasar: “Para una justa respuesta de la mujer en la Iglesia habría que recordar a todos los católicos –comenzando por las mujeres– que, en la Iglesia, el principio mariano (esto es, el principio femenino) es más importante que el propio principio jerárquico, confiado al grupo masculino. María, en efecto, es el corazón de la Iglesia. Un corazón femenino, que debemos revalorizar como se merece, en equilibrio con el servicio de Pedro. Esta es la teología de la gran tradición católica”.

En el nº 2.981 de Vida Nueva

 

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