Pascua 2016. Via Lucis: estampas de Resurrección

Cada cristiano y toda la Iglesia estamos llamados a construir una nueva humanidad

portada Pliego VN Pascua 2016 2981 marzo 2016

FRANCISCO MAYA MAYA, VICENTE MARTÍN MUÑOZ y JOSÉ MORENO LOSADA, sacerdotes de la Archidiócesis de Mérida-Badajoz | Un año más llega la Semana Santa, antesala de la Pascua. El Resucitado se nos presenta con las llagas del Crucificado. Varios testimonios anónimos comparten las suyas, pero, sobre todo, la posibilidad de transformar su realidad diaria en una historia de esperanza, en otro triunfo del amor sobre la muerte. Son estampas que nos invitan a beber del Espíritu del Resucitado y que proclaman los sentimientos profundos de una humanidad nueva. La que el mundo necesita y la que cada cristiano y la Iglesia entera estamos llamados a construir.

Una humanidad con entrañas compasivas

Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme (Lc 24, 39)

El Resucitado se presenta con las llagas del Crucificado. Allí, en el Cenáculo, Jesús muestra a sus discípulos sus heridas. El que llega no es otro, sino aquel que fue crucificado, víctima de las injusticias. Pero ahora vive porque Dios, en su infinita misericordia, ha resucitado al que anunciaba a un Padre que ama a los pobres y perdona a los pecadores, a alguien que se comprometía de verdad con los maltratados por la vida y los crucificados injustamente.

Cristo ha resucitado, el mal no es invencible. Hay salida. Al fin, no van a triunfar la desgracia, la injusticia y el dolor. Ahora es cierto que toda punzada de dolor es como dolor de parto que alumbra una nueva humanidad.

En un mundo de tantos sufrimientos, desigualdades y víctimas, de una sociedad que descarta y de una economía que “mata”, Jesús nos llama a mirar y tocar sus llagas. Y, como Tomás, necesitamos tocar la carne sufriente para creer (Jn 20, 25). Solo así podremos descubrir al Resucitado. Él se hace especialmente presente en el mundo del dolor y el sufrimiento: Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis (Mt 25, 40).

Sin embargo, “a veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás” (EG 270). Como hombres de la Pascua, estamos llamados a hacer de la compasión el principio de nuestra manera de ser, estar y hacer en el mundo: Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso (Lc 6, 36).

Allí donde estamos, vivimos, trabajamos, es necesario que “abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad” (MV 15).

No se puede vivir la compasión en la “distancia”; es necesario acercarse, aproximarse, desviando, si es necesario, nuestro camino para encontrarnos con los que sufren. Para compadecer, primero hay que “comparecer” ante el sufrimiento de los maltrechos al borde del camino. La misericordia demanda presencia y descabalgarse uno para montar en la propia cabalgadura al otro sufriente.

Al resucitar a Jesús, Dios no solo lo libera de la muerte, sino que hace justicia a una víctima de los hombres. La misericordia y la justicia caminan juntas, no se pueden separar, pues –como dice Francisco– “no son dos momentos contrapuestos entre sí, sino dos dimensiones de una única realidad que se desarrolla progresivamente hasta alcanzar su ápice en la plenitud del amor” (MV 20). Una misericordia encarnada transita caminos de justicia y humanización. El Resucitado nos llama a trabajar por la justicia y a denunciar la injusticia.

Cuando el cristiano vive en la dinámica de la compasión y la ternura, el camino de dolor se une con el de la vida, que es la última palabra de Dios sobre el universo y la historia, haciéndose via lucis. Todo amor a la vida se transforma, entonces, en participación de la Pascua de Jesús.

TESTIMONIO: Un testimonio de entrañas de misericordia es el de José, alcohólico rehabilitado, que se enteró de que Antonia, una persona mayor sin familia ni hogar, a quien conoció precisamente en un centro de personas sin hogar, estaba hospitalizada finalizando ya su vida. Él se acercó para visitarla y decidió venir a acompañarla por las noches, y durante varios días la cuidó hasta que dio el paso a la vida eterna. José decía: “No es de mi familia, pero la calle nos hizo hermanos y los hermanos se cuidan”.

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