Berta Cáceres, la líder indígena que dio la vida por la Laudato si’

Denuncian su asesinato en Honduras por oponerse a las multinacionales

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Entierro de la líder indígena lenca, defensora de los campesinos y las mujeres

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | Honduras está conmocionada tras el asesinato en La Esperanza (Intibucá), el 3 de marzo, de la líder indígena lenca Berta Cáceres. Aunque según las autoridades fueron unos ladrones que asaltaron su casa, las ONG denuncian que es un asesinato político por su condición de coordinadora del Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (COPINH). Su muerte se suma a las de los 111 defensores del medio ambiente asesinados en el país desde 2002. Aunque ella era la principal voz en la defensa de las comunidades indígenas, campesinas y femeninas frente a las multinacionales. Su prestigio internacional era tal que, en 2014, leyó en Roma ante Francisco el comunicado final del Encuentro Mundial de Movimientos Populares.

Su última lucha

Cáceres llevaba meses denunciando las amenazas de muerte que recibía. Desde 2013, en la que ha sido su última lucha, clamaba contra la construcción de la presa hidroeléctrica Agua Zarca (financiada en parte con fondos provenientes de Holanda, Finlandia y Alemania), por la destrucción de tierras agrícolas y la limitación del acceso al agua potable en la región de Río Blanco. Sus protestas la llevaron a ser encarcelada, pero la presión internacional consiguió su libertad.

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Berta Cáceres con el Papa durante el Encuentro Mundial de Movimientos Populares, en 2014

Una de las personas que la conocía bien es María Paulina Bejarano, secretaria general de la Asociación para el Desarrollo de Honduras (ADROH), organización surgida hace 20 años a iniciativa de un grupo de celebradores de la Palabra y que está integrada por 2.000 campesinos lencas (el 30% son mujeres). En charla con Vida Nueva, enfatiza la “incorruptibilidad” de la fallecida “frente al Gobierno de Juan Orlando Hernández, que ha entregado a grupos de poder la concesión de los ríos sin la exigida consulta previa, sobre todo en tierras de los pueblos originarios. Por Agua Zarca, Berta se enfrentó al Banco Mundial y a China… Le valió la criminalización, la persecución y la muerte”.

Algo de lo que Bejarano apunta a un último responsable: “Es un asesinato político, por lo que el Estado de Honduras es el responsable al no haber cumplido con las medidas cautelares de las que gozaba Berta, otorgadas por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Es significativo, además, que el FBI esté aquí para apoyar en la investigación”.

La representante de ADROH siempre recordará a su compañera como “la voz de los indígenas lencas y de los campesinos de Intibucá”, así como su compromiso, también cristiano, desde la acción, trabajando en alianza con las parroquias de Atlántida o con el ERIC y Radio Progreso, iniciativas del jesuita Ismael Moreno.

La Iglesia también clama

El asesinato de Berta Cáceres ha despertado una ola de condena que ha llegado a todas las esferas. A nivel eclesial, el Movimiento Católico Mundial por el Clima y la Red Eclesial Panamazónica (REPAM) señalan en un comunicado que “defender el medio ambiente, los derechos humanos y la Casa Común de la humanidad fue el delito que los poderosos nunca le perdonaron”.

Desde una perspectiva global, más de un centenar de organizaciones sociales de América y Europa (por España están desde CCOO hasta Manos Unidas, entre muchas otras) firman un mensaje conjunto en el que denuncian que la persecución a Cáceres ha provenido en parte de “actores estatales”, por lo que, además de exigir al Gobierno hondureño que castigue “a los responsables materiales e intelectuales” del crimen, le piden “reparar la memoria pública de Berta”.

La Coordinadora de ONG para el Desarrollo despide a la activista con este sentido lamento: “Han asesinado a Berta Cáceres, pero no saben que vuelve a su tierra, de la que nunca salió; en ella (y con ella) es semilla. Se funde con sus bosques y sus montañas, y con esos espíritus femeninos que, según la cosmovisión del pueblo lenca, son niñas que viven en el río. Desde allá, seguirá vigilante y atenta, cuidando de sus gentes y su entorno. Como dice el escritor boliviano Víctor Montoya, ‘me podrán matar, pero no morir’. Que la tierra te acoja, cálida y tierna”.

En el nº 2.980 de Vida Nueva

 

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