Victor Ochen: solo en la oscuridad se ven las estrellas

Promotor de una cultura de paz en Uganda, ha recibido el Premio a la Fraternidad de Mundo Negro

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Ochen ha creado la Red de Iniciativas Juveniles Africanas (ANIYET), que potencia el liderazgo de jóvenes comprometidos

Victor Ochen: solo en la oscuridad se ven las estrellas [extracto]

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | A simple vista, muchos de los que se han encontrado estos días en Madrid con él en el 28º Encuentro África, Antropología y Misión, organizado por los misioneros combonianos y la revista Mundo Negro, solo habrán reparado en la sensación de éxito que trasluce: alto, sonriente y ataviado con un espléndido traje, ha sido declarado por Forbes como uno de los diez hombres más influyentes de África. Pero no, no hablamos de un presidente que llegó al poder tras un golpe de Estado y que alarga sus mandatos violentando constituciones que son papel mojado.

Tampoco de un señor de la guerra cuyas puertas le son abiertas de par en par en sus visitas a Europa, rodeado de decenas de guardaespaldas y caminando por alfombras rojas teñidas de sangre. Victor Ochen es un joven ugandés de 34 años, de los cuales 21 los ha pasado en un campamento para desplazados. El destino decía que debía ser un niño soldado a las órdenes del Gobierno o de la guerrilla del LRA de Joseph Kony. Pero él se negó a coger una pistola… En silencio, dejó pasar el tiempo, apretó los dientes y esperó su momento.

Victor-Ochen-2-G copiaComo relata en un reciente encuentro con los medios, fue un auténtico calvario: “Estaba agotado. Había crecido en un contexto sin apenas acceso a la educación o a la sanidad, comíamos una vez al día, muchos de los niños eran huérfanos… Hasta que tuve 18 años nunca llevé zapatos. Todo por culpa de la guerra, que hizo que dos millones de ugandeses fuéramos desplazados en nuestro propio país y 10.000 menores fueran secuestrados en esos años. Lo peor era cuando venían a por nosotros… He visto a niños como yo obligados a matar a sus padres y luego cocinarlos, antes de comérselos. También debían violar a sus hermanas. Era así como pasaban a ser niños soldado”. Su propio hermano, pastor evangélico, fue secuestrado. La familia aún sigue buscándole.

Pese a esta pesada mochila sobre las espaldas, nunca perdió la esperanza. Así, llegó un día en que él mismo se vio con fuerzas suficientes para cambiar las cosas: “Siempre digo que solo en la oscuridad se ven las estrellas. Así, en un momento de especial amargura e impotencia, mientras miraba al cielo y preguntaba qué podría hacer si fuera un líder mundial, tuve la idea de crear un grupo entre mi comunidad que apostara de verdad por la paz. Fue así como fundé ANIYET, Red de Iniciativas Juveniles Africanas. Por ella han pasado en este tiempo cientos de chicos de todo el continente [estos días celebran en Burundi un encuentro con participantes también de Angola y Sudán del Sur], pero entonces empezamos con los de mi entorno. La mayoría habían sido niños soldado. Con sinceridad, me preguntaban qué era la paz… Y realmente no lo sabíamos ninguno, pues jamás la habíamos experimentado. Pero fue así como, mediante acciones concretas con niñas violadas y niños mutilados, con los que iniciamos una campaña de rehabilitación quirúrgica, empezamos a potenciar el liderazgo juvenil, formando a una generación que pudiera hacer las cosas de otro modo”.

Al rescate de la verdadera religión

En este sentido, tuvo que trabajar a fondo con los participantes la perversión de la religión entre quienes habían caído en las manos del LRA: “Kony se presentaba a sí mismo como una especie de mesías y les hacía ver a esos niños que la esencia de la religión era violenta, que había que matar por ella. Tuvimos que trabajar mucho para que comprendieran que la fe en realidad es un camino de paz y amor, justo lo contrario de lo que habían vivido”.

Aquí él tuvo el mejor ejemplo en casa: “Mis padres y mi fe son los grandes pilares de mi vida. Ellos me regalaron unas bases morales y siempre me hicieron tener esperanza en un futuro mejor. Y lo hicieron con su testimonio. Recuerdo una vez, de pequeño, en que hubo un brote enorme de meningitis en la comunidad. El hospital estaba quemado y no había medicinas, por lo que muchos murieron. Yo enfermé, estaba desahuciado. Pero mi madre me llevó a casa y pidió que nos dejaran solos, para que nadie más se infectara. Pasó conmigo 12 horas, cogida de mi mano y rezando sin parar. Al día siguiente, todos acudieron a casa pensando que estaríamos los dos muertos. Pero nos encontraron allí, yo ya recuperado. Fui el primer superviviente de ese brote. Tal vez Dios quiere que esté aquí por algo”.

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Victor Ochen recogiendo el Premio Mundo Negro a la Fraternidad

La fuerza de su testimonio y cómo ha conseguido que cientos de jóvenes de toda África se estén formando en un liderazgo encaminado hacia una cultura de paz y justicia le han valido a Victor todo tipo de reconocimientos: es consejero global de la ONU para cuestiones de género y protección de desplazados, y, en el organismo internacional, también ostenta la condición de embajador universal del Objetivo de Desarrollo vinculado a la promoción de la paz. Lo que le ha valido para ser nominado como candidato al Premio Nobel de la Paz… Llegue este o no, es feliz con el que acaba de recibir: el Premio Mundo Negro a la Fraternidad 2015, que es el que le ha traído al encuentro de los combonianos en Madrid.

“Un día pensé en qué haría de ser un líder mundial –reflexiona–. Hoy he conseguido serlo, pero no por ser especialista de nada, sino porque lo he vivido, y eso tiene mucha fuerza. Puedo ayudar a mucha gente a que vea que no todo lo relativo a África tiene que ver con pobreza. Tenemos mucho que ofrecer. Me gusta esta imagen: si Dios fuera un continente, sería África”.

Por su experiencia, África está en camino de resolver sus viejas lacras: “Necesitamos una sanación histórica, huir del divide y vencerás que se instaló en nuestra mentalidad en la etapa colonial. Para ello es clave aferrarnos a la justicia en un sentido amplio, que va mucho más allá del simple perdón: es reparación del daño hecho, reconciliación real, perseguir la verdad… Es, en definitiva, un proceso de sanación colectivo”.

Algo en lo que Europa tiene mucho que decir, cambiando de paradigma: “Nos nos pueden ofrecer solo dinero o cooperación militar. Hay que volver a la Historia y no interpretarla como una barrera que nos impida dialogar, culpándonos unos a otros de lo que que ocurrió. En esto trabajamos mucho con líderes de comunidades que en su día apoyaron la guerra y que ahora deben asumir su responsabilidad y reparar a sus víctimas. Para eso, los jóvenes han de ser protagonistas en esta nueva realidad”.

Palabra de un testigo que está derribando los más impensables molinos de viento.

Refugiados sin odio

Victor Ochen no solo habla para los africanos. En conversación con Vida Nueva, quien ha pasado dos terceras partes de su vida en un campo para desplazados reclama a Europa que sea justa en su acogida a los refugiados que huyen de la guerra: “Todos los pueblos, a lo largo de la Historia, hemos sido emigrantes. Europa ha de ayudar a personas que están en peligro y pensar que nada es eterno y mañana pueden ser los propios europeos los que puedan sufrir algo así”. “A los propios refugiados –añade– les digo lo mismo; nada dura para siempre, deben tener esperanza y no caer jamás en el odio”. En este sentido, pide tener presente el ejemplo iluminador del papa Francisco, a quien admira y desea conocer: “Es un referente en muchas cosas, pero me quedo con su liderazgo frente a la desnaturalización de la religión que realizan quienes la viven desde el radicalismo. En Uganda nos lo demostró cuando nos visitó el año pasado y reunió a todos los líderes políticos y religiosos, incluidos los musulmanes. Él es el mejor ejemplo de que la religión es un camino hacia la paz”.

En el nº 2.979 de Vida Nueva

 

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