La paz

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de Sevilla CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

Es un deseo tan grande, y tan metido en las honduras del corazón del hombre, que se convierte en la aspiración más noble de la existencia: “¡Si, por lo menos, viviéramos en paz!”. Se tiene la certeza de que con la paz todo es posible y de que, sin ella, cualquier aspiración de bienestar resulta inalcanzable. Cuando el hombre se empeña en dominar y someter a su hermano, cuando pretende hacerse el dueño e imponer su fuerza sobre los demás, ha claudicado de su verdadera y propia dignidad. Ha dejado de ser un hombre de paz.

Como ha recordado el Santo Padre, hay que unir la justicia con el perdón. Estos son los grandes y fuertes pilares de la paz. Pues la paz es fruto de la justicia, pero que necesita también del perdón para alejar los sentimientos del rencor y de la venganza. Nunca pierde el que perdona. Su aparente debilidad es garantía de valor moral.

La verdad será fundamento de la paz cuando cada uno busque no solo los propios derechos, sino también los deberes con los otros. La justicia nos traerá la paz cuando cada uno respete los derechos ajenos y se esfuerce por cumplir lealmente sus deberes para con los demás. El amor será fermento de paz cuando se sientan las necesidades de los otros como propias. La libertad conducirá a la paz cuando los medios para alcanzarla sean la razón y asuman con valentía la responsabilidad de las propias acciones. Así lo pensaba el bienaventurado papa Juan XXIII.

“Vence la indiferencia y conquista la paz”. Este era el mensaje del papa Francisco para la Jornada Mundial de la Paz de este 2016. La paz es un don de Dios confiado a los hombres para que lo guarden en lo más profundo de sus convicciones y lo lleven a la práctica en todos aquellos comportamientos que han de tener como base la justicia, el derecho y el reconocimiento de la inviolabilidad de la persona.

Lo harán con las actitudes más propias de un corazón humilde y compasivo, capaz de anunciar y dar testimonio de la misericordia. Una paz que está amenazada por la indiferencia y la despreocupación, enfermedades que solamente pueden ser superadas con la conversión del corazón. Si la misericordia es el mismo corazón de Dios, también lo ha de ser el de los hijos de tan bondadoso Padre.

En el nº 2.979 de Vida Nueva

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